29-S, una primera aproximación

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29-S, una primera aproximaciónSi las vísperas son de calentamiento y el día D el del espectáculo, la función realmente importante comienza el día después de la huelga general. En primer lugar la guerra de las valoraciones. ¿Ha sido un éxito o un fracaso? Los sindicatos se ufanarán de su enorme poder de convocatoria, los empresarios enfriarán sus ánimos, y el gobierno – que no quiere hacer sangre – hablará de la normalidad y del reinicio del diálogo. Hasta ahí, lo habitual. Escribo estas líneas a media mañana del 29, en plena jornada de huelga. Tengo la impresión de un seguimiento desigual, forzado por piquetes y servicios mínimos. En ningún caso he apreciado un fervor popular por respaldar una huelga que no ha logrado ser bien explicada.

Pero analicemos qué puede ocurrir el día después, tras esas consabidas valoraciones iniciales. Comencemos por los sindicatos que, en términos cuantitativos han logrado salvar los muebles. Sin ser un éxito total, la jornada de huelga ha logrado tener la mínima relevancia como para ser tenida en cuenta. Sin entusiasmos, han logrado sacar un aprobado por los pelos o un suspenso alto, que viene a ser casi lo mismo. Pero, ¿y en lo cualitativo? ¿Cómo ha sido percibida por los ciudadanos? Creo que en este aspecto cualitativo los sindicatos suspenden con claridad. Existe una opinión muy extendida de que si no hubiese sido por piquetes y coacciones de diverso tipo, el seguimiento hubiera sido muy inferior. No han logrado convencer, lo que devalúa su imagen ante muchos ciudadanos y les resta autoridad moral. Si sumamos lo cualitativo con lo cuantitativo, el balance no ha resultado positivo para los sindicatos. Algo tenían que hacer, afirman algunos. De acuerdo… pero ¿era ésta su mejor aportación a una situación desesperada?

Las organizaciones empresariales tampoco es que estén para tirar cohetes, que digamos. Sus problemas de liderazgo le impiden concentrar sus energías en propuestas y negociación. Como primera aproximación pensamos que la huelga no ha tenido la suficiente contundencia como para que modifiquen sus postulados. En todo caso, estamos asistiendo a una etapa muy triste del diálogo social en la que ni unos ni otros han estado a la altura de la circunstancias. Tuvieron la oportunidad de pactar una reforma laboral y no lo consiguieron. Su fracaso ha tenido un coste para todos, y esta huelga general es muestra más de ello. En una sociedad madura, los agentes sociales deberían haberse entregado a fondo para regalarnos una reforma consensuada. Nunca se la creyeron, renunciando a una responsabilidad que le deberíamos exigir.

El gobierno no ha querido hacer sangre con una huelga que no deseaba, pero que le ha legitimado ante Europa. ¡Ahora sí que ha demostrado ante la Comisión que sus reformas van en serio! La huelga tendrá unas consecuencias más estéticas que efectivas. El gobierno hará que negocia algún aspecto de la reforma de pensiones, cederá un poquito por aquí y otro poquín por allá, pero en ningún caso retrocederá significativamente del camino iniciado. No tiene margen para hacerlo. Zapatero optará por el anuncio de medidas de tinte izquierdista y que no cuesten dinero, en lo que es todo un experto, y esperará que se enfríen los ánimos y a que la economía tire.

Demasiado ruido para tan pocas nueces. Mucha energía gastada en una acción que no tendrá más efectos que algunos retoques desvaídos. Ojalá los actores hubieran empleado los mismo ímpetus en pactar la reforma que precisábamos.

3 Comentarios

  1. Me encanta la prudencia del Sr. Pimentel. Es un gran sabio. Yo creo que la huelga no estaba en su momento, en su lugar y ni los propios convocantes tenían claro el por qué de la misma.
    Si el problema es reforma laboral, pactemos mejor algo así como despido libre contra 1 millón de puestos de trabajo año. El resto, parece mas una «pachanga» gobierno-sindicatos

  2. Tengo, como muchos, la impresión de que esta huelga llega tarde. Exactamente dos años tarde; los que lleva Zapatero y su colección de ministros incapaces hablando de «suave desaceleración» y de «brotes verdes» en los que nunca creyó nadie.
    Mientras los sindicatos le han dado aire y no ha sido hasta que las encuestas han desahuciado al PSOE en intención de voto cuando los sindicatos han abandonado su confortable pasividad ante sus propios camaradas del gobierno.
    Coincido con Manuel Pimenetel en que esta huelga le ha venido bien a Zapatero porque aparenta «firmeza» en las medidas adoptadas ante la crisis que nos impusieron desde Europa, y coincido con Zapatero en que «esto lo arreglamos entre todos». Ya lo creo: con elecciones anticipadas que releven a un presidente que no sabe ni cuanto cuesta un simple cafe en la calle y poniendo a un equipo de gente con mayor preparación que sepa como sacar a un país de la ruina.

  3. Algo tenían que hacer… Zapatero había negado la crisis. Luego retrasó la respuesta. Y cuando la dio, parece que se la exigían de fuera, que la daba a regañadientes. Los otros, los del sindicato, sus hermanos de sangre, tienen un poder inmenso en este país. No soportan un ajuste sin que se les consulte. Tienen que ser importantes.

    Pero ni el uno ni los otros se daban cuenta que el estado de cosas hacía ya mucho tiempo que dejaba fuera de juego a los jóvenes, condenados a la precariedad y ahora, al paro. Que el blindaje – probablemente excesivo – de los padres condenaba al paro eterno a los hijos. Y que sólo teníamos que copiar de países donde las cosas no eran así.

    Que esto se podía haber hecho antes, sin dudas. Y que lo inevitable de la decisión no justifica una pataleta. Que el uno es responsable ante una generación por omisión, inacción, torpeza y mala gestión. Los otros son culpables de defender los intereses inamovibles de una casta atrincherada en una serie de normas esclerosadas en puntos de vista de otra época. La ceguera e insensibilidad con los excluidos es del todo interesada.

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