Acertaba el Prof. Sosa Wagner hace unos días en este foro al vincular dos de los graves problemas que interrogan y persiguen a cualquier persona con una mínima sensibilidad. Por un lado, cómo tantos pueblos se quedan casi solos. No es que pierdan su pálpito, porque quedan algunos vecinos con mucha vitalidad que evitan que sólo transiten fantasmas. Por otro, la tragedia de tantos inmigrantes que han huido de las guerras en Siria, en Afganistán, en muchos países africanos…, y que tratan de rehacer una vida en paz en Europa. Es lógica la atracción de Europa, cuna de la civilización y que mantiene como bandera la defensa de los derechos fundamentales y libertades públicas. Dos problemas diversos, que reflejan las contradicciones en las que nos movemos, de ahí que me parezca oportuna su relación para buscar soluciones conjuntas.
Hace unos días el Presidente de la Comisión Europea publicaba un artículo en muchos medios de comunicación para reclamar la solidaridad de los Estados. Y es que, entre las múltiples medidas que despliegan las instituciones europeas para tratar de paliar la hemorragia de tanto drama, se ha propuesto una distribución de cuotas de refugiados, de peticionarios de asilo. Cerca de cuatro mil trescientos era la cifra que se barajaba con relación a España. No entro a valorar porqué el Gobierno la rebajaba a mil trescientos, pues me faltan muchos datos y sin duda los responsables políticos habrán expuesto motivos razonados.
Sin embargo, me atrevo a soñar como la lechera del cuento y trato de poner cara a cuatro mil personas, y consulto los datos del padrón municipal que facilita el Instituto Nacional de Estadística: más de mil trescientos municipios cuentan con una población entre quinientos y mil habitantes; más de dos mil seiscientos municipios cuentan con una población entre cien y quinientos habitantes… Y las divisiones y distribuciones se encadenan sin necesidad de acudir a la calculadora: cuatro refugiados en los pueblos de menos de mil habitantes y ya sobrarían Ayuntamientos; y ni dos asilados para las localidades de menos de quinientos habitantes… Miro el mapa y los pueblos con exigua población donde los refugiados pueden abrigarse un poco con la solidaridad de los vecinos y donde pueden encontrar algún quehacer retribuido en la necesaria limpieza de los montes, en el laboreo de algunas tierras, en la atención de los más dependientes, pues es necesario comprar comida, cocinar y así aprender a conversar… ¿no habrá Alcaldes que faciliten a un par de refugiados la posibilidad de asentarse en su pueblo? Unos pocos asilados por pueblo, para no fomentar guetos, para favorecer su integración e inclusión.
Precisamente “fomentar la inclusión social, la reducción de la pobreza y el desarrollo económicos de las zonas rurales” es una de las seis prioridades de la “Estrategia de desarrollo rural europea para el decenio 2014-2024″. Estrategia que se está concretando en específicos planes de desarrollo rural, estatal y autonómicos, a los que se destinarán cuantiosas cantidades de dinero.
Es cierto que en el voluminoso Plan nacional aprobado el pasado 26 de mayo se enuncian en centenares de páginas muchas actuaciones de obras, regadíos, servicios… y lo mismo ocurre con los Planes de desarrollo que empiezan a difundirse por algunas Comunidades autónomas. Pero sin duda, los Alcaldes pueden entresacar entre tantísimas actuaciones algunas inversiones que favorezcan esta acogida de los refugiados. Máxime cuando ahora la Unión europea ha admitido la posibilidad de destinar también los Fondos estructurales y los de inversión al desarrollo rural.
No quisiera que se rompiera el cántaro de leche como en el cuento. (Ya tenemos mucha leche derramada por el grave problema de la cabaña lechera). Por eso, desde este blog podrían establecerse vínculos y pautas entre tantos Alcaldes para abanderar nuestras muestras de valor y solidaridad.
Me parece que el artículo es un tanto pueril, ya que reproduce los argumentos de economistas que conciben al ser humano como simple mercancía, números intercambiables cuya meta es producir.
Dejamos de lado cuestiones históricas, sociales, culturales y morales. Así, para tratar el fenómeno de la despoblación del medio rural, parecería que con traer a diez mil afganos que no hablan nuestro idioma, ni comparten nuestro credo (o su ausencia), bastaría. Es una visión tan limitada del ser humano, y compartida con ultraliberales, que asusta.
Fomentar la natalidad de la población nacional no parece entrar en los planes inmediatos de ningún gran partido, pues requiere de muchas medidas y esfuerzo, entre otras aumentos salariales en una juventud depauperada y sin futuro. Por el contrario, traer a masas de personas del tercer mundo, sin exigir una integración en los valores que forman nuestra sociedad, y esperar que su baja cualificación haga milagros, parece una medida sensatísima. Todo es tan burdo que produce hasta pena.