Lo que cuentan las piedras

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Imágenes de ruinas abandonadas han ilustrado en los últimos días interesantes reportajes de algunos medios de comunicación. Una asociación de ideas con la inquietud por la situación social y económica estaba muy lejos del motivo real de esas informaciones. Es cierto que ha de preocuparnos el deterioro de algunas instituciones políticas y resulta indispensable afrontar reformas, exigir con seriedad responsabilidad a las autoridades. Pero, para ello, hemos de cargarnos -funcionarios y ciudadanos en general- del argumento de cumplir con rigor nuestras diferentes obligaciones públicas.  Y, quizás, un ejemplo sea lo que sugieren esas noticias.

Porque su auténtico eje giraba alrededor de las denuncias de tantos Alcaldes ante las carencias que padecen y que les impiden combatir el grave deterioro de muchos de sus monumentos, iglesias, restos arqueológicos… Esas piedras han resistido durante siglos a la intemperie pero sucesivos años de abandono y, lo que resulta más preocupante, el penoso incremento de actos vandálicos está poniendo en serio riesgo su propia existencia.

Conocidos son los concienzudos preceptos que se alojan en la normativa estatal y en las Leyes autonómicas que regulan el patrimonio histórico, artístico y cultural.  Decenas de Leyes que cuentan con lustrosas previsiones sobre la elaboración de planes e inventarios, de prohibiciones y limitaciones… Una regulación que se ha extendido con el sonoro eco de otros muchos trabajos doctrinales. Sin embargo, frente a la fortaleza de ese esqueleto normativo falta algo vital: a saber, una eficaz actitud pública que cuente con los glóbulos rojos de suficientes subvenciones dirigidas, sobre todo a los pequeños Municipios, para generar un entorno musculado que permita mantener un digno recuerdo de ese legado.

Autoridades autonómicas y provinciales tardan en acopiar recursos y ello a pesar de la relevante asistencia que proviene de las instituciones europeas, pues son varios los Fondos de desarrollo, de solidaridad, fondos sociales que permiten financiar el cuidado del patrimonio. No obstante, hay que recordar que la mayoría de las convocatorias de esos fondos europeos exigen, lógicamente, una mínima participación de la economía propia. Sería signo de muy poca madurez que toda la ayuda, el cien por cien, siempre fuera exterior. Autonomías y Provincias deben acreditar su interés por el patrimonio. Un interés que no debe quedar en crear Comisiones, Fundaciones o Sociedades públicas, sino que ha de tener reflejo cierto en sus presupuestos, en destinar subvenciones a ayudar a los Ayuntamientos.

Y señalo a los Gobiernos autonómicos y a las Diputaciones porque son ya muy abultadas las preocupaciones de los pequeños Municipios, cuyos Ayuntamientos menesterosos por la estrecha financiación local cuentan con suficientes responsabilidades de cuidar las necesidades de sus vecinos.

Más resuelta es la actitud que están demostrando algunas iniciativas privadas. Junto al impulso de asociaciones de amigos del patrimonio, agrupaciones de vecinos y de los descendientes que disfrutan del descanso en los pueblos y enhebran lazos afectivos que les llevan al buen cuidado del entorno, hay instituciones privadas que llaman la atención sobre la urgencia del malestar de muchas ruinas. Tal es el caso de Hispania Nostra, una asociación que ha cumplido cuarenta años promoviendo actividades para difundir la situación del patrimonio histórico y cultural. Entre ellas recuerdo que acoge un catálogo donde aloja los bienes en grave peligro de desaparición. Son ¡centenares! los que tiene registrados y que, gracias a esas llamadas de atención, están consiguiendo que poco a poco algunas ruinas salgan de esa “uvi terminal” y se beneficien de actuaciones de restauración.

Pero insisto, junto a esas iniciativas privadas deberían impulsarse otras que bien podrían dirigir las Diputaciones, con la colaboración de los Ayuntamientos conocedores de su entorno, de su paisaje y paisanaje, pues poco esfuerzo financiero requieren. Se podrían aunar y trenzar los conocimientos de rutas paisajísticas, de la riqueza gastronómica, de hitos literarios… al estilo del Bosquejo de un viaje a una provincia del interior, de Gil y Carrasco, y ofrecer excursiones y visitas guiadas, pero también lo urgente: señalar caminos, limpiar malas hierbas, denunciar saqueos… Iniciativas que, a mi juicio, las Diputaciones podrían dirigir sobre el terreno. Aunque en estos tiempos tan “virtuales”, quizás, lo único que se consiga es incorporar una “nueva aplicación” a los teléfonos móviles.

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