Los indicios de un futuro que regresa al pasado

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Los distintos vectores y motores de cambio que van a condicionar el futuro generan nuevas reflexiones y nuevos escenarios en el que algunas de sus novedades tienen una vinculación evidente con sistemas y lógicas propias del pasado. Es decir, no son novedades sino unas claras tendencias de “regreso al futuro” (Franklin, 2015: 14), es decir, regresando al pasado. Y no tanto porque las reformas generan contrarreformas y las revoluciones contrarrevoluciones que representan movimientos pendulares que acaban, usualmente, resolviéndose linealmente hacia delante. No, sencillamente porque a nivel del pensamiento sobre la organización política y social llevamos más de 6.000 años acuñando civilizaciones más o menos solventes y hemos realizado centenares de experimentos de ingeniería social e institucional que fueron abandonados por sus precursores o que se vieron superados por otras formas de organización más imperfectas generadas por motivaciones más o menos aleatorias. Y estas experiencias y experimentos sociales y políticos pueden ser válidos de cara al futuro. Algunos filósofos argumentan que desde las aportaciones de la Grecia clásica hay muy pocas novedades y que avanzaríamos de forma más solida hacia el futuro si volviéramos a estudiar los textos clásicos. Sea por el motivo que sea lo curioso es que algunos pronósticos de cara al futuro nos dejan un claro aroma de deja vu de carácter histórico. En este apartado concentraremos todas estas situaciones sobre presuntas futuras realidades o propuestas que implican una vuelta al pasado o, mejor dicho: un regreso al futuro:

  • Llevamos décadas criticando las imperfecciones de la democracia representativa por ser elitista y precisamente poco representativa y, desde distintos ámbitos, se proponen e impulsan nuevos mecanismos de democracia directa. Parece que en el futuro volveremos a la lógica de las ágoras griegas. Y es probable que así sea, pero es importante no olvidar sus limitaciones. Tanto Platón como Aristóteles reconocieron las bondades de la democracia directa y asamblearia pero también reconocieron sus limitaciones a nivel de escala ya que estos mecanismos solo son posible en ciudades de pequeño tamaño. Por tanto, a nivel local (en efecto, muy local: barrio o distrito) puede estimularse en el futuro mecanismos de participación política parecidos a la democracia de la Grecia clásica. En cambio, tienen muy poco sentido las propuestas orientadas a fomentar una democracia directa en colectivos sociales de grandes proporciones (naciones o grandes áreas metropolitanas). La democracia directa no funciona en sociedades complejas (diversas y poco homogéneas) y que se enfrentan a problemas muy complicados. En estos casos las respuestas o resultados suelen ser superficiales y con una notable presencia de la demagogia.
  • Los efectos de la globalización, que ha sido un proceso deliberado estimulado por los Estados durante los últimos 70 años (Smith, 2011: 38), ha generado una asimetría a favor del mercado (grandes multinacionales) y en detrimento de las instituciones públicas Estatales. El mundo se ha ampliado y las empresas se han hecho enormes y los Estados se han hecho diminutos. La única forma de volver a equilibrar los dos mundos (el público y el privado) es mediante una gobernanza política e institucional de carácter mundial (solo previsible a muy largo plazo) o mediante la asociación de los Estados en macroregiones. La iniciativa de la UE ha sido una experiencia pionera que está pasando y pasará por un camino de espinas. La integración política absoluta entre diversos Estados todavía está muy verde y todo parece indicar que la opción de futuro durante las próximas décadas será una asociación entre Estados a nivel de fronteras, de movilidad, económica, de defensa del interés general y de la seguridad pero que dejará amplios espacios de libertad en la organización doméstica de los mismos (muy evidente a nivel local). Aquí el deja vu es con el Imperio Romano, e incluso si éste es demasiado complejo y extenso (caso de la Europa actual) con una posible fractura y el nacimiento de dos imperios romanos de futuro (occidente versus oriente, norte versus sur o una mezcla territorial basada en similitudes o diferencias a nivel del capital social de los diversos países).
  • Otro caso de regreso al futuro se produce a nivel local. Hay unanimidad en los análisis de prospectiva que las próximas décadas va a ser el momento de las grandes ciudades. El 70% de una población, se va a concentrar en las ciudades y en sus áreas metropolitanas. Estas ciudades van a ser tanto los motores de la economía del mundo como unidades políticas e institucionales que van a desplazar el protagonismo de los Estados y de las unidades regionales. Regresamos, al menos a nivel simbólico, al periodo histórico comprendido entre los siglos XII y XVII con las ciudades-Estado medievales. Pero las referencias también podría ser más pretéritas (las ciudades-Estado han sido recurrentes en la historia de la humanidad): el 2900 antes de Cristo, con las ciudades de Mesopotamia, o las ciudades griegas o mayas.
  • Asia representará en 2050 más de la mitad de la economía mundial, lo que correspondería a la participación que tenía en 1820 y en siglos anteriores (Franklin, 2015: 14). De nuevo volvemos al pasado.

El futuro más probable parece que pasa por una combinación de la Grecia clásica, por el Imperio Romano y por las ciudades-Estado. Este texto ha dejado deliberadamente de lado a toda la literatura sobre prospectiva vinculada a las profecías de carácter pesimista o incluso apocalíptico. “Con diferencia, la lección más mordaz que hay que extraer de las predicciones que se realizaron en el pasado es que el pesimismo planetario suele estar equivocado” (Ridley, 2015: 344). Si atendiéramos a estas predicciones pesimistas el deja vu histórico todavía sería más intenso: regreso a monarquías o sistemas absolutistas  (que en este caso es son unos escenarios improbables pero no del todo descartables), retroceso de la civilización como en la Edad Media, tercera guerra mundial, etc.

Pero también hay una cierta recurrencia histórica en el contenido de los debates y de las reflexiones: democracia representativa versus democracia directa, seguridad frente a libertad, más Estado o menos Estado, malthusianismo versus antimalthusianismo, el debate sobre el fin del capitalismo, el fin o no de las clases sociales y de sus dinámicas de lucha, desigualdad social versus a igualdad social. La tecnología y la información avanza de forma muy acelerada pero las ideas, y las formas de organización social, política e institucional avanzan de forma más lenta o sencillamente no avanzan y están sometidas a un bucle sin fin por nuestras capturas mentales o nuestra escasa energía intelectual. El fin de la historia que pronosticó Fukuyama (1992) puede quedarse en un conjunto de remakes de determinados planos y secuencias de la historia de la humanidad.

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