Saber o no saber (y II)

Desconozco qué capacidad de lectura puede tener una persona normal, la mía, he de reconocerlo, es muy limitada. Pero como ya decíamos, es importante “estar informado” y ello supone no sólo leer y estudiar en su caso las normas jurídicas que como por generación espontánea o quizás para justificar algunos un trabajo, van saliendo como setas en otoño. Apostillaré que evidentemente prefiero ir a buscar setas que ir a buscar decretos y órdenes ministeriales por el marasmo de los diarios oficiales.

El conocimiento es poder y al  mismo tiempo es imprescindible para tener una opinión. ¿Quién no ha oído el dicho de que “la ignorancia es muy atrevida”? Bueno, a lo que iba, como decía, me parece imprescindible poder alcanzar cierto nivel de información y el problema se centra en la relación tiempo-coste/beneficio. Pero aunque sea someramente, hay que poder saber al menos que hay una norma que regula algo que estamos manejando en ese momento para saber al menos que hay que buscar algo. Lo horroroso sería no saber siquiera que hay que buscar algo.  A continuación sólo restará tener confiar en portales jurídicos como esPublico y/o poseer ciertas habilidades guguelísticas.

Pero es que además de la cuestión normativa a tener en cuenta  por un FHE en un Ayuntamiento es muy extensa. En un Ayuntamiento pequeño, un FHE (como siempre uno patrimonializa quizás demasiado la función), recibe una cantidad de información ciertamente inasimilable. Por contra al dicho del Eclesiastés de que donde abunda sabiduría abundan penas, también éste dice, en una visión fatalista de las cosas, que ”el sabio tiene sus ojos abiertos, mas el necio en tinieblas camina. Pero también yo sé que la misma suerte alcanza a ambos” (2, 14).

A mí personalmente me gusta saber un poco de todo aunque no sepa de nada como suele ocurrir al final. Por eso, mi tendencia natural es echar un vistazo a la información que va llegando. Y hay que decir que el número de revistas, periódicos, boletines, folletos y trípticos que llegan a un Ayuntamiento como el mío me supera ampliamente. Probablemente las instituciones, asociaciones, ministerios, gobiernos autonómicos, diputaciones, consorcios, mancomunidades, confederaciones empresariales, empresas, entidades de desarrollo sectorial, institutos públicos etc, etc, etc,  se dedican a publicar cosas en forma de revista-papel y luego no saben muy bien qué hacer con ellas y, por defecto a todos estos organismos se les ocurre enviarlas a los Ayuntamientos donde acaban, después de pasar por la mesa de la Alcaldía, en un mostrador o en un revistero específicamente comprado para ello que se queda pequeño a los dos días. Publicar o morir, recuerdo que ése era un dicho o una máxima de los docentes universitarios. A las instituciones y asociaciones parece que les pasa lo mismo. Si no tienes una publicación en papel couché no eres nadie.

Echemos un vistacillo a las publicaciones que, a título de ejemplo y sin carácter exhaustivo, recibe un pequeño ayuntamiento aragonés y a las que hay que, siquiera superficialmente, echar una hojeada (dejamos al margen las publicaciones jurídicas y otras que funcionan bajo suscripción. No personalizaré los nombres de las revistas y aunque se lo merecerían, tampoco haré menciones críticas al contenido de alguna de ellas):

Como digo, esto no es exhaustivo. ¿Alguien puede con ello? Una vez escuché decir a un sabio que la cultura es lo que queda cuando se ha olvidado todo. Ojalá haya algo de cierto en ello.