Somos más inteligentes

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Para algunos autores, el talento es la facultad de hacer algo especialmente bien mientras que la inteligencia sería la capacidad de elegir óptimamente. Tiene talento la persona que desarrolla una actividad con especial brillantez, mientras que sería inteligente quien para conseguir una meta, resolver un problema o alcanzar un objetivo es capaz de construir alternativas y elegir la más adecuada para ello. El talento se demuestra haciendo y la inteligencia eligiendo. Pues bien, si estos postulados son correctos, 2015 será el año en el pongamos a prueba nuestra inteligencia colectiva. Tras las recientes elecciones andaluzas, aún nos quedan por delante las municipales, autonómicas, catalanas y generales. Ahí es nada. Una parte significativa de nuestro futuro lo decidiremos en esas elecciones. Y…, ¿qué elegiremos entre todos? Desde luego, nuestra decisión será democrática… pero, ¿será inteligente? Eso, sólo el devenir nos lo aclarará. Pero no quería reflexionar sobre política, sino sobre inteligencia. ¿Votaremos con más o menos inteligencia este 2015 que en las décadas anteriores? ¿Podríamos adivinar si nuestra experiencia democrática nos hace más inteligentes a la hora de decidir nuestro rumbo político? ¿Somos ahora más inteligentes que al inicio de la democracia? Pues, asómbrese, sí que lo somos, al menos para la revista Intelligence, que publica un curioso estudio de la universidad King´s College de Londres que postula, nada más ni nada menos que, aunque nos cueste creérnoslo, cada día somos más inteligentes. En efecto, el trabajo concluye que la media del Cociente Intelectual (IQ Intelligence Quotient) se ha incrementado en 20 puntos desde el año 1950 en el que comenzaron la medición de la serie. Es bueno recordar que se considera que la media es 100 y que la mayoría de la población mundial está entre 85 y 115.

            Es muy difícil definir la inteligencia, dada su compleja raíz y múltiples componentes y distintas expresiones. Algún cínico llegó a definir la inteligencia simplemente como aquello que miden los test de inteligencia. Pues bien, no nos corresponde a nosotros el debate epistemológico sobre la naturaleza de la inteligencia. Nos basta saber que la capacidad humana para responder un mismo tipo de test lleva años incrementándose. Para alguno, esto será una muestra de nuestra evolución genética hacia el superhombre, para otros, simple entrenamiento de nuestra mente merced a una mejor educación y sobre todo a la práctica con sistemas informáticos, que estimulan determinados tipos de respuesta de la mente, muy valorados en los test. Da igual, el caso es que crecer, crece. Y cómo no, los niveles de inteligencia aumentan especialmente en China e India y, dentro de Europa, apostaría que España es uno de los países que más ha avanzado en estas décadas.

            Pero, ¿de verdad somos más inteligentes? Uno admira los bisontes de Altamira, la fineza y precisión de las armas magdalenienses, la bellísima y compleja orfebrería tartésica y tantos prodigios tecnológicos del pasado y uno tiende a asombrarse por nuestra enorme y precisa capacidad de adaptación. Hemos sobrevivido a glaciaciones y a terribles fieras gracias a nuestra inteligencia lo que nos lleva a sospechar que lo que evoluciona no es tanto nuestra capacidad total de inteligencia, sino nuestra manera de expresarla.

            Los estudios sobre la inteligencia y la mente se suceden. Poco a poco, vamos conociendo mejor un órgano tan formidable como el cerebro Y es precisamente un español, el neurobiólogo Rafael Yuste, quien se encuentra al frente del proyecto más avanzado para desentrañar el funcionamiento de los circuitos neuronales. Lidera el proyecto BRAIN (Brain Research Through Advancing Innovative Neurotechnologies), auténtica joya de la corona para la Casa Blanca, y dotado con 500 millones de dólares al año. Ya han logrado leer la mente de una hydra, invertebrado que vive en agua dulce, y que tiene un cerebro muy pequeño y transparente, con menos de 2.000 neuronas. Ahora están trabajando con el pez cebra, cuyo cerebro apenas alcanza las 100.000 neuronas, para así continuar hasta descifrar el cerebro humano, como ya se consiguiera con el genoma. Aparte de su evidente beneficio para el estudio de las hasta ahora incurables enfermedades mentales, estos estudios servirán para comprender mejor los sistemas cuánticos y para servir de base para avanzar en la inteligencia artificial y en los sistemas de computación. De hecho, Google, el rey de los algoritmos, ya ha manifestado su interés en participar en el proyecto. Si un cerebro humano es una compleja red de circuitos neuronales, las nuevas tecnologías configuran a la humanidad como una enorme constelación de cerebros trabajando en red. Cerebros más inteligentes sumando conocimiento interconectado… ¿hasta dónde podremos llegar? Un pesimista diría que a la alienación y a la autodestrucción mientras que un optimista afirmaría que caminamos hacia un mundo mejor y a la conquista de otros planetas.

            En general, experimentamos un extraño sesgo mental por el que, por una parte, valoramos y casi idolatramos a la tecnología que avanza a un ritmo frenético haciéndonos la vida más fácil, pero, por otra, tendemos a ser profundamente pesimistas con respecto al futuro de la tierra y la humanidad. Creemos que el medio ambiente colapsará, que el cambio climático nos achicharrará, que las máquinas nos dejarán sin trabajo, que un gran hermano machacará nuestra libertad, que cada vez seremos más pobres y menos libres, que la clase media desaparecerá, que los pobres serán más pobres y que cada vez menos ricos serán más ricos, etcétera, etcétera. Todos esos riesgos son ciertos, pero también es verdad que el hambre disminuye en el planeta, que la esperanza de vida crece, que las diferencias entre el tercer mundo y el primero han disminuido. ¿Quién tiene razón? ¿Los pesimistas o los optimistas? ¿Nuestro supuesto incremento de inteligencia nos hace avanzar hacia un mundo mejor o nos condena a la catástrofe?

            Demos por bueno el estudio de la revista Intelligence. Somos más listos y vamos a poner a prueba nuestra inteligencia colectiva durante un año en el que nos tocará decidir mucho. ¿Lo haremos bien? Yo, que milito en el bando de los optimistas, creo que sí, aunque habrá que demostrarlo. Usted, que estadísticamente debe ser más inteligente que su padre, pero menos de su hijo, ¿qué piensa? ¿Le inspira confianza nuestra inteligencia colectiva o, por el contrario, teme sus decisiones?

            Ojalá Intellingence tenga razón….

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