Hace ya unos cuantos años, el profesor Richard Muller, del Departamento de Física de la Universidad de California, en Berkeley, diseñó un curso que se haría famoso y que tituló «Física para futuros Presidentes», al que asistirían como alumnos, reputados jueces, congresistas, los CEOs de las principales empresas, diplomáticos, periodistas, etc. Al curso le seguiría un libro homónimo, una reedición del mismo titulada «Física y Tecnología para futuros Presidentes» y, más recientemente, el último de los cursos para mandatarios titulado «Energía para futuros Presidentes».

Muller argumentaba que todas las decisiones que debía tomar un Presidente estaban relacionadas con la ciencia y la tecnología, por lo que su consejo era muy sencillo: «Entiendan la física, y nunca más se verán intimidados por los avances tecnológicos». En el fondo, se trataba de un caso claro de alfabetización científica: enseñar a los líderes a mirar al mundo a través del pensamiento crítico, haciéndose más preguntas para buscar mejores respuestas.

Pues bien, en el panorama actual de la Administración pública española, los Presidentes Locales (Alcaldes, Concejales, Presidentes y Diputados provinciales) se enfrentan a un desafío comparable al que Richard Muller identificó para los líderes mundiales: navegar en un entorno cada vez más tecnificado sin la brújula del conocimiento científico. Si Muller defendía que los Presidentes debían entender física para no verse intimidados por los avances tecnológicos, hoy podríamos afirmar que nuestros mandatarios locales necesitan comprender la inteligencia artificial (IA) para liderar la transformación digital de sus municipios y provincias.

La IA no es simplemente otra casilla más en el bingo tecnológico local, ya que representa un cambio de paradigma en la gestión pública comparable a lo que supuso Internet para las comunicaciones. «Entiendan la inteligencia artificial, y nunca más se verán intimidados por sus aplicaciones en la gestión pública» sería la adaptación del mantra de Muller a nuestro contexto local actual.

Pero comencemos por lo esencial: la IA no es magia digital, sino matemáticas avanzadas vestidas de silicio. Detrás de cada decisión algorítmica hay ecuaciones, probabilidades y estadísticas. Los mandatarios locales no necesitan programar una red neuronal, del mismo modo que un Presidente no necesita construir una central nuclear, pero sí deben comprender los principios fundamentales para evaluar críticamente las propuestas que llegarán a sus mesas.

Y en este nuevo panorama tecnológico, los datos generados por las Entidades Locales son el equivalente al petróleo en la economía industrial: un recurso estratégico que, bien refinado, genera un valor incalculable. El Ayuntamiento promedio posee un tesoro digital sobre urbanismo, movilidad, consumo energético o servicios sociales. Los Presidentes locales más visionarios están aprendiendo a gestionar este patrimonio informacional como lo harían con cualquier otro activo público valioso. No se trata simplemente de acumular datos, sino de cultivarlos y administrarlos con criterio: recopilarlos éticamente, almacenarlos con seguridad, conectarlos inteligentemente y actualizarlos constantemente.

La transparencia algorítmica, por su parte, emerge como un nuevo pilar democrático. Imaginemos un sistema de IA que determine dónde ubicar nuevos contenedores de residuos o cómo distribuir las patrullas de policía. Si este sistema funciona como una «caja negra» insondable, estaremos ante un déficit democrático preocupante. El Reglamento de IA de la Unión Europea exige precisamente esta transparencia para aplicaciones de alto riesgo en el sector público. Los Presidentes locales deben familiarizarse con conceptos como «explicabilidad algorítmica» y «sesgo estadístico» con la misma naturalidad con que manejan términos presupuestarios o urbanísticos.

La automatización mediante IA no debe concebirse como una sustitución del factor humano, sino como su potenciador. Es como dotar a cada funcionario de un asistente incansable para tareas rutinarias, liberando tiempo y atención para lo verdaderamente humano: la empatía, el juicio contextual y la mediación social. El profesor José Manuel Molina López, de la Universidad Carlos III, lo sintetiza magistralmente: «La IA actual es excelente en tareas específicas bien delimitadas, pero carece de inteligencia general y capacidad de transferencia entre dominios».

Esta nueva realidad tecnológica está transformando ya numerosos municipios y provincias españolas. Sistemas predictivos anticipan averías en infraestructuras antes de que ocurran, ahorrando costes y molestias ciudadanas. Plataformas de participación potenciadas por el procesamiento del lenguaje natural categorizan y analizan miles de aportaciones ciudadanas en consultas públicas. Algoritmos de optimización redistribuyen rutas de autobuses según patrones de movilidad cambiantes, reduciendo tiempos de espera y emisiones contaminantes. Indicadores sociales correlacionados detectan tempranamente vulnerabilidades comunitarias, permitiendo intervenciones preventivas. Y un largo etcétera.

Núria Oliver, quien fuera comisionada de Presidencia para la IA en la Comunidad Valenciana, señaló certeramente que «la IA representa una oportunidad única para aumentar la eficiencia y personalización de los servicios públicos, siempre que se implemente con criterios éticos y centrados en el ciudadano». Y aquí reside quizás la lección más importante para nuestros Presidentes locales: la tecnología avanza inexorablemente, pero su implementación ética y efectiva depende de decisiones humanas informadas.

Al igual que el curso de Muller buscaba desmitificar la física para que los líderes mundiales pudieran tomar decisiones fundamentadas sobre energía nuclear o defensa antimisiles, esta reflexión pretende iniciar un camino de alfabetización en inteligencia artificial para nuestros mandatarios locales. No se trata de convertirlos en programadores, sino de dotarlos de las herramientas conceptuales necesarias para navegar con confianza en la era digital.

Un Presidente local que comprenda los fundamentos de la IA realizará mejores preguntas a sus equipos técnicos, evaluará críticamente las soluciones propuestas por proveedores tecnológicos, diseñará políticas de datos coherentes y mantendrá el timón de la innovación orientado hacia el bienestar ciudadano. La IA no es un fin en sí misma, sino un medio para construir servicios públicos más eficientes, personalizados y accesibles.

En definitiva, la Administración pública del siglo XXI requiere líderes que, como aquellos alumnos de Berkeley en el curso de Muller, miren al mundo tecnológico con ojos inquisidores, preguntones y desprejuiciados. Comprender la IA no es opcional para los Presidentes locales de hoy; es la condición necesaria para transformar verdaderamente nuestras Entidades Locales en comunidades inteligentes al servicio del bienestar común.

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