Platón concebía la educación como un proceso para formar ciudadanos virtuosos y justos, capaces de gobernar sabiamente, haciendo especial incidencia en la formación moral y ética y en la promoción de la búsqueda de la verdad y la justicia como objetivo final: la comprensión de la idea del bien y la formación de líderes capaces de gobernar justamente. Al igual que Platón, Aristóteles hizo hincapié en la concepción de la educación como una responsabilidad del Estado para formar buenos ciudadanos. Pero ambos quizás no sospecharon nunca que la educación podía ser usada espuriamente, para adoctrinar y/o para crear una masa dócil, adocenada y que no se plantee muchas cosas. La información, y parece que la educación también se ha convertido en un atomizador-difusor de meras consignas.
Por eso creo conveniente recordar o reflexionar sobre la importancia de que nuestros estudiantes puedan recibir un mínimo de formación ciudadana, que permita conocer los fundamentos básicos de la convivencia cívica, a través de los principios-base del derecho natural (no, no es un concepto tan obsoleto) y su traslación al derecho positivo. Conocer los fundamentos del Estado, fisco y subsiguiente derecho a ser «protegido» y el necesario sometimiento de las instituciones a la ley. Esto permitiría quizás —quién sabe— que cualquier chaval que termina la ESO o el bachillerato conociese los principios básicos que se recogen en la Constitución y algunos principios del derecho penal e internacional. Permitiría saber cómo es el sistema electoral (el sistema d’Hont del que, en otro momento, deberíamos hacer algunas consideraciones), cómo se organiza el sistema normativo: desde la aprobación de leyes ordinarias y orgánicas, pasando por cualquier norma reglamentaria, saber cómo puede una persona defender sus derechos, el funcionamiento del Gobierno y cómo funcionan y cuáles son los órganos jurisdiccionales. Y, sobre todo, que se pudiera pensar lo que subyace en el sistema, el necesario respeto a las minorías, la posibilidad efectiva del control de quien ostenta el poder a través del Congreso y el Senado, la función de la oposición parlamentaria, de la prensa y de los tribunales y la necesidad de que funcione correctamente el sistema de contrapesos. Creo que, tristemente, existe una verdadera ignorancia con respecto a todas estas cuestiones, que hace que vivamos en una sociedad aborregada.
Lo que sí se ha conseguido es que ahora mismo España sea una sociedad enconada en la que se cae en un maniqueísmo que no permite razonar con otras personas; la sociedad se ha polarizado, bueno, digamos nos hemos polarizado todos quizás. No se discuten ideas, se descalifica a quien no piensa como uno, con lo cual, cualquier argumento que pueda esgrimir, se convierte en un argumento viciado. En cualquier conversación uno se da cuenta de lo poco que saben los ciudadanos-peatones acerca del funcionamiento de las instituciones públicas, de la constitución, de los poderes del estado y de los checks and balances necesarios en una democracia. Esto se agrava por la escasa formación política de algunos periodistas.
Ma ha llamado mucho la atención que, a los dos días de la victoria de Trump haya habido un 20 % de personas (eso ha dicho un telediario, aunque dudo de ello porque me parece mucho en tan poco tiempo), que han dejado de usar la Red Social X. Los sectores que se autodenominan progresistas parece que no ven con buenos ojos que Musk (no seré yo quien lo defienda, pero al pan pan y al vino, vino, como diría el castizo), haya eliminado los controles de los «verificadores». Y es sorprendente porque todas esas personas denostan ad nauseam al riquísimo líder tecnológico, ahora plutócrata, uña y carne con Trump, por dejar la red libre de las ataduras que imponía la doctrina woke imperante. Es decir, en román paladino, la progresía abandona la red X porque se elimina la censura (!). Impresionante. Ahora Zuckerberg hace lo propio con Facebook e Instagram, aunque, en este caso, no deja de ser el bueno de Mark un inteligente empresario que se mimetiza como un pulpo a una roca del fondo submarino.
Y volviendo a la cuestión educativa, cierto es que los estudiantes tienen una gran carga de materias, pero quien elabora el currículo de la enseñanza primaria, la ESO y el bachillerato debería tener presente que la formación, en cuestiones del derecho y de la política, sería necesaria porque forma parte de la vida diaria, lo queramos o no, y la afirmación nihilista de muchos jóvenes de que a ellos no les interesa la política, es una grave error, es decir, no darse cuenta de que las decisiones que toman los gobiernos inciden directamente en la vida de todos y que aunque sea poco, todos podemos hacer algo por mejorar las cosas. Otra cosa es que sea posible esa formación y máxime que haya profesores que verdaderamente amen la verdad y puedan impartir esos mínimos conocimientos sin sesgos ideológicos, o, en otras palabras, que enseñen a pensar de forma independiente, y a ser libres. Puede que sea una tarea casi imposible, al sistema no parece que le guste demasiado.