Quizá sea una coincidencia, pero en el último año han aparecido en los medios de comunicación numerosos artículos que tratan sobre nuestra administración pública y las propuestas para su reforma. Entre ellos nos llama la atención el artículo rubricado por el exconseller de la Generalitat de Catalunya Andreu Mas Collel, publicado en el diario catalán Ara, sobre cómo enfrentar la corrupción, en el que propone ir a controles ex post para evitar –dice- «paralizar nuestra administración» con los controles ex ante. También el catedrático de la UPF Carlos Ramió escribió en el diario El País sobre cómo explorar nuevos territorios que nos permitan salir de la parálisis de la administración y vislumbrar un cambio. En este mismo blog, el profesor Ramió se lamenta de que una generación que pregonó el cambio y la modernización de nuestra administración pública se jubila sin verla.
En fin, de una forma más sostenida en el tiempo y más extensa en sus argumentos, el profesor Jiménez Asensio afirma que parte del fracaso de la reforma de nuestra administración pública está en la non nata reforma de la función pública y en la creciente y desacomplejada politización y desprofesionalización de la misma.
De forma más o menos valiente, todos revelan como factor condicionante de sus análisis la corrupción y la necesidad de reforzar los signos de integridad institucional. Una integridad en clave pública que da fiabilidad a las democracias occidentales cuando –hay que decirlo– no pasan precisamente por su mejor momento.
Pero volviendo al principio -o sea a la administración- echo de menos en esta coincidencia de artículos -que supongo espontánea y accidental- pocas o nulas referencias a lo que ha inspirado hasta ahora las iniciativas de reforma de nuestra administración pública.
Los que ahora se quejan del fracaso jubilaron demasiado pronto las tesis de Max Weber que apuestan por la articulación de un poder político democrático por un lado y un poder administrativo por otro, sujeto a aquél en términos profesionales, y ambos sometidos a la ley. Así pasaron, sin paracaídas, a otras tesis influidas por la administración norteamericana que como ustedes saben se parece casi a nada a la nuestra. No miraron a Francia, por supuesto. Nos hablaban de Nueva Zelanda, de Noruega y de cómo se gestionaba de bien en Oregón. Mientras la gente se iba ilusionando con esto – ¿quién no se ilusiona con Nueva Zelanda?!- deconstruíamos lo antiguo simplemente porque era antiguo por algo nuevo sin explicar exactamente en qué consistía lo que se presentaba como nuevo.
Mientras se insistía en esta ilusión, la desprofesionalización de la función pública ganaba terreno y los interinos también. Lo importante es la política y no la gestión.
Nuestra actual administración está contracturada y genera un silencio clamoroso del que hay que salir no para quejarse –eso de sufrir en silencio tan nuestro– sino para rectificar y propiciar políticas públicas que den otro tipo de pasos adelante y nos permitan pasar página a esta última década que todo el mundo considera regresiva en muchos aspectos.
El fenómeno de las organizaciones defensivas -con origen en EE.UU, ¡qué cosas!- se extiende a nuestras administraciones por una falta clara de proyecto estratégico que hay que encarar desde bases sólidas. Unas bases que permitan generar la confianza institucional que nuestro país tuvo en los ochenta, y en los noventa y en los inicios de los dos mil que permitieron los mayores niveles de crecimiento económico y de bienestar de nuestra historia.
Sin confianza no se construye nada competitivo ni mucho menos ganador. Y sin confianza y transparencia tampoco puede haber integridad en términos institucionales.
Nuestra administración necesita muchísima integridad, profesionalidad y dosis de ejemplo en términos de igualdad de oportunidades para que los casos de corrupción no generen más miedo a nuestras organizaciones. Ese miedo que las condiciona cuando no las paraliza. La «paura della firma» –miedo a la firma que describe la Corte dei Conti italiana no es sólo un problema de Italia.
Hemos vivido -y todavía estamos en ello – los procesos de estabilización del empleo público que ya inventó Martin Villa en los años setenta. En los próximos años casi un cuarenta por ciento de la ocupación pública en nuestro país deberá renovarse. Necesitamos este proyecto estratégico para recibir bien y con futuro a estos jóvenes que accederán a nuestra administración mejor formados y mejor preparados para la nueva economía de la IA a la que ahora ya nos enfrentamos como un reto global.
Este proyecto estratégico es clave para el futuro de nuestra administración. Recomiendo a los que ya fracasaron, pues que bajen el tono, ¿no?






