A veces, una localidad, un ayuntamiento, puede ayudar – y mucho – a alumbrar alguno de los grandes misterios de la humanidad. Es el caso de Palos de la Frontera, en Huelva, en cuyo término se ubica el campus universitario de La Rábida, con el que ha mantenido y mantiene una fructífera simbiosis, y en el que hemos podido debatir, nada más ni nada menos, que de la mismísima Atlántida.

Hasta hace bien poco, solo los poetas y los locos se atrevían a hablar de la Atlántida. Cosas de chalados, les decían; desvaríos de tarados, de gentes extraviadas que ven platillos volantes en los ratos libres que les permite la niña de la curva, se reían. Y quizás esos críticos tengan razón, quién sabe, que de todo hay en la viña del Señor. Pero quizás, no, y, a lo mejor, la mítica ciudad exista y se encuentre enterrada o sumergida cerca, muy cerca de nosotros. ¿Por qué no? En muchas otras ocasiones, ciudades o civilizaciones que se consideraron simple fruto del ensueño lírico de poetas y trovadores de la antigüedad ocultaron, en verdad, una realidad arqueológica incontestable, una vez que vieron la luz, ante el pasmo y asombro de la sociedad descreída. Y si no, que se lo cuenten a Schliemann cuando descubrió Troya siguiendo las indicaciones de La Iliada. Frente a la ciencia de la época, que consideraba que se trataba de un simple poema épico escrito por el gran Homero, él supo ver el mapa que atesoraba en su interior. Schulten, aunque no encontró el Tartessos mítico bajo las arenas de Doñana, sí que puso sobre la mesa la civilización tartésica, hoy materia cierta de arqueólogos e historiadores. ¿Y si, al igual que ocurriera con Troya o Tartessos, bajo el mito de la Atlántida se enconde una realidad histórica? ¿Por qué no contemplar, aunque fuera de manera tentativa, esa posibilidad? A día de hoy, y es bueno aclararlo, la Atlántida es un simple mito, no existe evidencia directa de su existencia. Y así seguirá mientras que la ciencia y la arqueología no demuestren lo contrario. Así debe ser. Pero, aunque finalmente se tratara de una simple leyenda, ha tenido tanta influencia en la cultura mundial que debería ser objeto de estudio, aunque fuera por su vertiente de patrimonio inmaterial. Pero, aplicando el método científico de la duda, también pudiera haber existido y, en consecuencia, estaríamos obligados – estamos – a documentarnos, abrir la mente y hacernos las preguntas adecuadas, aunque las respuestas tarden en llegar.

Hace tres años recibí una llamada de José Orihuela, al que no conocía en aquellos momentos. «Voy a organizar un curso de verano en La Rábida sobre la Atlántida, ¿te interesaría intervenir con una ponencia sobre el mito?». Inmediatamente, con entusiasmo, sin preguntar siquiera quiénes serían los participantes ni el resto de ponentes, le respondí que sí, que podía contar conmigo. ¿Por qué? Pues porque me pareció de extraordinaria importancia el hecho de que, de manera sosegada y en ámbito universitario, se pudiera reflexionar sobre la Atlántida. En mi caso, de los porqués de la lozanía milenaria del mito. Otras ponencias analizaron las fuentes clásicas, la geología que documenta los tsunamis acontecidos en el pasado remoto, las líneas de la paleocosta o diversos proyectos de investigación submarina. Tanto éxito tuvo el Curso de Verano, que este pasado mes de julio se ha celebrado su tercera edición, con alto nivel de ponentes y éxito de participantes. Bajo el liderazgo de José Orihuela se ha conseguido poner al día una base de conocimientos dispersos o desconocidos sobre la materia. Un grandísimo salto, que puede servir de partida para estudiosos o interesados. La Rábida, una vez más, se ha mostrado abierta a los grandes descubrimientos, como tantas veces le ocurriera en el pasado.

Por eso, me detengo un momento para cantar La Rábida, sede privilegiada por su evocación marítima y atlante. Ya sabemos aquello de que el medio es el mensaje. Pues bien, nos encontramos en uno de esos lugares en los que la historia se concentra. Enclavado sobre una elevación justo donde el tío Tinto se une al Odiel, poco antes de desembocar en la mar océana y frente a la mítica isla de Saltés, se encuentra el monasterio de la Rábida, una ubicación excepcional rodeada de espacios naturales y cargada de historia. No en vano allí vivió Colón mientras maduraba la gran aventura del descubrimiento de América. Desde su muelle partieron un 3 de agosto de 1492 las tres carabelas que culminaron la gran proeza. Allí, también, despegó en 1926 el hidroavión Plus Ultra, que lograría, por vez primera, surcar los aires desde España hasta Sudamérica.

Los lugares sagrados son tenaces. El monasterio, que se encuentra en el término municipal de Palos de la Frontera, se erigió sobre un lugar de hondo pasado espiritual. Allí, por ejemplo, los fenicios adoraron a Baal o los romanos a Proserpina. Durante la etapa andalusí se construyó un morabito, para pasar, tras la conquista cristiana del XIII, a manos templarias, que lo pusieron bajo la advocación de Nuestra Señora de los Milagros. La leyenda afirma que fue el propio San Francisco de Asís quién llegó hasta este extremo de España para fundar un modesto y humilde monasterio franciscano que iría evolucionando hasta configurar la sobria, hermosa y encalada edificación actual, todavía habitada por monjes franciscanos. Por aquí pasaron, entre otros, Hernán Cortés y Pizarro, y aquí se encuentra enterrado Martín Alonso Pinzón. Tamaño pedigrí impresiona y nos predispone para retos y osadías intelectuales.

Demasiada belleza, demasiada historia, demasiado simbolismo como para no ser utilizado como estandarte y faro de conocimiento, concordia y unión con nuestros países hermanos de al otro lado del Atlántico, con los que conformamos la gran comunidad hispanohablante. Así, en 1943, el historiador y visionario Vicente Rodríguez Casado, fundó la Universidad Hispano Americana de La Rábida, que impartió cursos de verano de índole humanista hasta que, tras la autonomía andaluza, fuera transferida primero a la universidad de Sevilla y, después, integrada desde 1994 en la UNIA, Universidad internacional de Andalucía, actual titular y gestor de las excelentes instalaciones universitarias que se ubican en las inmediaciones del monasterio y que impulsa una extraordinaria programación académica. Asistir a uno de sus cursos de verano es una experiencia más que recomendable, debemos felicitarla y apoyarla. Enhorabuena a José Ignacio García Pérez, su rector, y a María de la O Barrosa, directora del campus.

El Curso de Verano impartido este julio de 24, por tercer año, como dijimos, se titulaba Atlántida: nuevas líneas de investigación, y, como ha sido habitual, tuvo ponentes de gran calidad, así como una participación variada, numerosa y de nivel. Por la originalidad y valor de los contenidos, la UNIA y Almuzara decidimos publicar las actas de cada uno de estos cursos, para crear un corpus básico de materias relacionadas con el conocimiento del – hasta ahora – mito, de su época y entorno. El primero de estos libros, La Atlántida, ciencia e historia bajo el mito ya se encuentra publicada y está a las puertas de salir el libro del segundo curso, La Atlántida, claves de un patrimonio universal y suponen una inequívoca aportación que alumbra, al menos, una porción del gran misterio.

 En estos cursos no se debate si la Atlántida existió o no, y, mucho menos aún, donde, en su caso, podría encontrarse. Lo que se pretende es poner al día el conjunto de conocimientos asociados al mito de la Atlántida, su repercusión en la cultura y sociedad actual, su patrimonio inmaterial, el análisis de sus fuentes, la puesta al día de teorías variadas, y la geología, arqueología o clima del periodo en el que hubiera podido existir, conocimientos todos ellos necesarios e imprescindibles para quien quiera avanzar en la materia.

La Atlántida es un mito milenario, pero que goza de una lozanía envidiable. ¿Por qué? Pues, entre otras cuestiones, por la radical actualidad de su enseñanza, que interpela directamente a nuestro inconsciente colectivo. Los dioses castigaron a los atlantes por su soberbia, ¿seremos nosotros castigados por la nuestra?

Pero, más allá de su alegoría proverbial, fue el prestigio y la calidad del prescriptor el que la consagrara. ¿Y quién fue el que nos puso tras la pista de la Atlántida? Pues, nada más ni nada menos, que el gran Platón, a través de dos de sus famosos diálogos, el Timeo y el Critias, escritos a finales del siglo V antes de Cristo. Además, lo hizo a conciencia. No se limitó a nombrarla sucintamente, sino que describió de manera pormenorizara su historia, su genealogía, su poder y la riqueza proverbial de su capital, Atlantis. Demasiado esfuerzo narrativo el desarrollado por el buen Platón – describe la trazabilidad de la información a través de los sacerdotes egipcios y de Solón, uno de los siete sabios de Atenas -, como para tratarse de una simple alegoría, como muchos argumentan. Sin embargo, y a pesar del enorme prestigio del filósofo, la Atlántida fue, y es, considerada como un simple mito, como una leyenda clásica más, con sus dioses, titanes y héroes, sin reparar en que Platón no nos habla en sus diálogos de leyenda, sino de una historia que realmente aconteciera en el pasado. Si creemos a Platón en la mayoría de sus escritos y lo consideramos como un pilar del pensamiento occidental, ¿por qué despreciamos, entonces, lo que nos quiere trasladar sobre la Atlántida?

En el Timeo, Platón ubica la Atlántida un poco más allá de las Columnas de Hércules, o sea, del Estrecho de Gibraltar. Los atlantes, en su afán de expansión, entraron en guerra con los atenienses. Al final, resultarían derrotados por los griegos, tras lo que un terrible cataclismo, probablemente un terremoto seguido por un tsunami, destruyó su capital, quedando el lugar innavegable por la poca profundidad y el cieno.

En el Critias, Platón proporciona muchos más detalles. Describe la genealogía atlante, fundada por Poseidón y la mujer local Clito, que tuvieron cinco parejas de mellizos varones, creadores de las diez dinastías atlantes. El mayor fue Atlas, y en su honor se bautizó el océano como Atlántico. Al segundo lo nombró como Eumelo o Gadiro, en honor del territorio que se le asignó, que iba desde las Columnas de Hércules hasta la Gadiria, que, como su nombre indica, lo más probable es que fuera Cádiz. Otros afirman que puede tratarse del Gadir marroquí, la ciudad costera de Agadir, cercana a los montes Atlas, aunque resulta más probable el enclave andaluz, dada sus cercanías a las minas de Sierra Morena.

Fue Poseidón quién erigió la ciudad de Atlantis, ordenando excavar los tres característicos anillos de agua que la definen. Sorprende lo minucioso de la descripción de Platón, que proporciona las dimensiones de la ciudad y de la llanura que la rodeaba, quedando protegida de los vientos fríos del norte por una cadena montañosa, que bien podría ser Sierra Morena. Habla de la riqueza proverbial del reino, en el que se producían toda clase de frutos y alimentos, con numerosos manantiales usados para riego, gracias a los cuales disfrutaban de dos cosechas al año. Pero su principal riqueza provenía de la explotación de un metal que llama oricalco, que bien podría ser bronce, la aleación del cobre con el estaño. Y finaliza contando como, para su desgracia, se fueron apartando de las leyes sagradas, pecando de soberbia. Su final, ya lo conocemos. Fue trágico y hasta nosotros llegó el eco de su colapso para enseñanza eterna a la humanidad.

¿Cuándo se creó y cuándo desapareció la Atlántida? En el relato platónico se afirma que comenzó nueve mil años antes de que el gran filósofo escribiera sus Diálogos, pero, por otro, y por referencias históricas, parece que la derrota de los atlantes por los atenienses tendría lugar a finales de la Edad del Bronce, sobre el siglo XII a.C., periodo en el que también se habría producido la catástrofe que la sumergió para siempre. ¿Cómo conjugar fechas tan dispares? Quizás Platón utilizara el sistema egipcio de contar los años como si fueran meses, por lo que sus nueve mil años serían, en verdad, unos 750 años solares, que vendría a coincidir con la fecha de principios del siglo XII antes de Cristo anteriormente indicada. Otros autores, afirman que se trataría de 9000 años reales, según se afirma textualmente. Dado que Platón escribió sus diálogos en la transición del siglo V al IV antes de Cristo, nos retrotraeríamos a hará unos 11.500 años, justo cuando finalizó la Edad del Hielo de la última gran glaciación, abriendo las puertas al neolítico y a las primeras mitologías fundacionales de lo que llegaría a ser el reino de la Atlántida, si es que algún día realmente hubiera existido. Quién sabe, en todo caso.

Estas líneas no tienen por finalidad el demostrar lo hoy por hoy indemostrable, sino simplemente apuntar a que, bajo las palabras de Platón se pudiera esconder, en verdad, un relato histórico, brumoso por su antigüedad y por la imprecisa transmisión oral, deformada a través de su larga travesía por los océanos del tiempo. Merece la pena, pues, ahondar en su conocimiento. ¿Qué habría pasado si Platón hubiera ubicado la Atlántida en Francia, Alemania o Inglaterra? ¿Cómo habrían reaccionado sus universidades y autoridades? No lo sabemos, pero nos lo figuramos.

Puede que algún día la Atlántida se convierta en materia de arqueología. O no, quién sabe, y no siga siendo más que un mito hermoso. El tiempo y la ciencia tendrán, como debe ser, la última palabra. Pero algo sí que tenemos bien seguro: jamás dejará de ser cosas de poetas. Y por eso, como despedida, estos versos que Fernando Villalón – poeta que nos encanta y que queremos recuperar – dedicó a Los Puertos de la Bahía de Cádiz. Él sí que sabía.

Gaviotas posadas/sobre tapices verdes…/Pedazos que la Atlántida/se dejó sobre el Mar.

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