“El verdadero peligro no es que las computadoras comenzaran a pensar como los seres humanos, sino que los seres humanos comenzaran a pensar como las computadoras”. (Sydney J. Harris)
“Vuelva usted mañana”, “vaya a la otra ventanilla”, “le falta un papel” o “el compañero que lo lleva está de vacaciones” son algunas de las frases representativas de la burocracia clásica, la de Larra, la de toda la vida. Por desgracia, no la hemos superado, al menos no completamente. Se ha producido un cambio de formato, una modernización de la tomadura de pelo. La hemos digitalizado, “algoritmizado” e incluso “metaversado”. La hemos sofisticado y seguramente enrevesado, hemos eliminado algún trámite pero a cambio hemos añadido otros. La burocracia, como la mala hierba, nunca muere. Es dura, correosa, casi perenne.
Burocracia 2.0
Instancia electrónica y fotocopia del DNI “escaneado”. Mala combinación. Si la firma electrónica plasmada en la instancia ya nos identifica, ¿para qué el DNI? Esa mimetización del formato electrónico con lo peor de burocracia en papel es el mayor peligro para la consolidación de la tramitación telemática, que por este motivo empieza a parecer antipática. A veces pienso que existe un lugar en el espacio-tiempo donde yacen todas las fotocopias de los DNI solicitadas a lo largo de la Historia, una especie de cementerio al que ahora irán a parar los DNI escaneados.
¿Quién tiene derecho a percibir una ayuda del tipo del ingreso mínimo vital? Al contrario de lo que los burócratas piensan, no son los solicitantes que reúnen los requisitos establecidos en la norma, sino simplemente las personas que reúnen dichos requisitos objetivos. ¿Por qué muchas de esas personas deben renunciar a un derecho que se les debería reconocer automáticamente sólo porque se pierden entre impresos y trámites desmoralizantes? La Administración tiene todos nuestros datos. Todos, ni lo duden, ya que bien los tiene o bien los puede obtener. ¿Por qué tenemos que aportarlos cada vez? Ni siquiera se trata de remitir e intercambiar certificados entre AAPP, sino de comprobación o verificación de datos por parte de estas. Esa es la verdadera administración electrónica, la útil, la ágil, y se llama interoperabilidad.
Y mientras tanto, la cita previa, que pudo tener algún sentido durante la pandemia, ya está absolutamente consolidada para erosionar el ánimo de la ciudadanía. Y por supuesto su equivalente, la cita previa electrónica. Desolador. Pero todo puede ir a peor, o al menos eso dice la Ley de Murphy, una de las pocas leyes que cumple escrupulosamente la Administración.
Burocracia 3.0
De repente irrumpe Blockchain, la Inteligencia Artificial y el Metaverso. Y los tres son buenos, que conste. Quien suscribe es uno de los mayores partidarios (y promotores) de la innovación pública, creo que huelga decirlo, pero no un innovador alocado, sino uno tan moderno como cartesiano. Primero el uno, después del dos. Si nos saltamos los pasos naturales, si carecemos de estrategia, tendremos esta burocracia 3.0, que consiste en empezar la casa por el tejado, lo cual nos dará mucho más trabajo a largo plazo.
Blockchain, como fase avanzada de la fehaciencia o evidencia electrónica, debería convivir, al menos durante un tiempo, con las plataformas electrónicas que funcionan, con los archivos, con los registros, así como con los sellos de órgano y de tiempo plasmados en documentos y trámites, los cuales nos permiten automatizar la emisión de certificados (electrónicos) en beneficio de la ciudadanía. Por otra parte, la primera Inteligencia Artificial que debemos implantar es aquella que precisamente nos permita automatizar algunos trámites, incluso procedimientos enteros, y otros procesos funcionales que no son “expedientes”. Los algoritmos no son buenos ni malos, pero deben estar programados de acuerdo con la norma. Son actos de ejecución normativa, no de regulación. Que no nos intimide ChatGPT, antes llegará la robotización de los servicios públicos. El proyecto de implantación progresiva de la IA en el funcionamiento de la Administración y los servicios que esta presta es apasionante, pero lo debe liderar la mejor versión de la inteligencia humana, esa que se basa en los valores, la inteligencia emocional y el sentido común.
En cuanto al Metaverso, debe esperar su momento. Primero están los datos, esos grandes desconocidos para muchos gestores públicos. Deberíamos obtenerlos (fundamentalmente a través de la tecnología, como es el caso de la sensorización de las infraestructuras que soportan los servicios públicos), procesarlos, trabajarlos, publicarlos (no nos gusta eso de “abrirlos”), y por supuesto tomar decisiones basadas en ellos. Gestionar en base a los datos mejora la calidad de las decisiones públicas. Ni la ideología ni las ocurrencias pueden superar la objetividad de los datos. La primera es más bien para hacer campaña, las segundas son propias de perfiles megalómanos, que creen que son seres superiores que se despiertan por la mañana sabiendo por inspiración divina lo que necesita el pueblo. Pero esas necesidades nos las dicen los datos, tanto los que proceden de la “experiencia de usuario” como de la escucha activa.
Y hasta aquí la presente reflexión, con la que me consta que comulgan la inmensa mayoría de profesionales de lo público. Lo cierto es que sabemos todo lo se debería hacer, pero luego vemos que, salvo honrosas excepciones, no es lo que se hace…
¿Por qué?
La respuesta es el silencio (administrativo).
Brillante, Víctor
¡Genial¡ Muy acertado.