La economía española tradicional se basaba en un fuerte sector primario, con una potente agricultura y una de las mayores flotas pesqueras, una potente industria, y atrasada respecto a otros países por nuestra tardía incorporación a la revolución industrial, y un sector terciario creciente, con gran peso del turismo en nuestros servicios.

En la actualidad, seguimos teniendo una gran agricultura, aunque la mecanización la ha privado de capacidad de generar empleo. Nuestra industria ha evolucionado en muchos aspectos, estando a la vanguardia mundial en algunos sectores, y nuestra gran esperanza para dar trabajo a las futuras generaciones pasa por el desarrollo del sector servicios. Con gran peso del turismo.

En los años 60 y 70, con el crecimiento de nuestra riqueza generado por la apertura económica del régimen tras abandonar el inalcanzable ideal autárquico, el turismo y las remesas de divisas de nuestros emigrantes que trabajaban en Europa, nos dieron un fuerte impulso, que nos llevó a ser la “octava potencia mundial”. Los trabajos de los emigrantes son similares a los que los actuales españoles no quieren desempeñar en España, que nuestros compatriotas desempeñaban entonces en Europa. Por supuesto que los famosos “polos de desarrollo”, las bases americanas con sus ayudas anejas, nuestra agricultura y los emprendedores contribuyeron al desarrollo económico de la época, pero los emigrantes y el turismo equilibraron nuestra balanza de pagos, que sin ellos hubiera sido deficitaria.

Ahora nos enfrentamos a una situación en la que el turismo es uno de los motores fundamentales de nuestra economía actual y se adivina como un pilar básico de la futura. Y sin embargo, nos dedicamos a boicotearlo.

Las playas atrayentes, las masificamos, arruinamos su paisaje llenándolas de pisos en primera línea que van tapando las vistas al mar unos a otros, aburrimos a los turistas con todo tipo de protestas en aeropuertos y estaciones, se suben los precios en época turística, etc. Por otra parte, asistimos a horrores inaguantables en guetos creados para turismo barato de borrachera sin control, con balconing, broncas y altercados, cuando no delitos manifiestos.

Tenemos la gallina de los huevos de oro, con una geografía privilegiada, en la que aún quedan paisajes idílicos, una concentración de románico, gótico y arquitectura de todas las épocas que no tiene que envidiar a ningún país de Europa, más algunas cosas heredadas del pasado árabe que no se encuentran al norte del Mediterráneo más que en España. Sin hablar del atractivo cultural, del gastronómico, el cinegético, de nuestros vinos ricos y variados, etc.

Pero en lugar de cuidar nuestra preciada gallina, tratamos de exprimirla, obligarla a dar el doble de huevos en la mitad de tiempo. Sin mirar por su salud.

Recientemente he visitado Granada, disfrutando con la familia de un fantástico piso turístico. Fantástico en todo, salvo en ahorrarse la plancha de sábanas y toallas, que habían conocido mejores tiempos años ha, y el olvido del champú y gel prometidos en la Web. Pequeños detalles olvidados, convierten un alojamiento que podría ser de lujo, en una vulgar fonda.

También hace poco he estado con unos amigos en una casa rural cercana a Salamanca. También se ahorraba el champú y gel de ducha, pero además la presión del agua daba para ducharse en una habitación con un hilo de agua, teniendo que fijar turnos para hacer uso de los baños. Un pequeño depósito o una mínima bomba de presión solucionarían con una inversión mínima un problema no tan menor para los usuarios.

Por supuesto hay quien pensaría que la mejor solución sería regular todo al detalle, aprobando leyes y reglamentos que gestiones hasta el papel higiénico que se debe facilitar con el alojamiento y el que pueda gastar el viajero. Creo más en la libre competencia, que cada vez pone más a cada cual en su sitio, máxime sabiendo que hoy en día dejamos rastro de todo en las Webs turísticas y sabiendo que un cliente satisfecho cuenta su experiencia a una media de 3 personas, mientras que el insatisfecho lo hace a un promedio de 13. Y a veces un comentario negativo en una Web puede hundir un negocio boyante… Más vale que se extienda la cultura de no apurar hasta el último céntimo a corto plazo, rentabilizando el esfuerzo a medio y largo plazo. Si inauguro un establecimiento de hostelería y tengo que cerrar al año, perderé dinero, pues no podrá amortizar la inversión. Si adecúo el ritmo de amortización y el negocio dura 30 años sin necesitar ser remozado de arriba abajo, podré ganar mucho más.

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