Metaverso reta a los ayuntamientos

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Avanzamos, titubeantes por desconcertados, en el recién descubierto universo digital, en el que casi todo está por conocer y en el que las cosas todavía no tienen nombre. Bueno, algunas, las que corresponden a los hitos que ya hemos recorrido, sí que han sido bautizadas, como, por ejemplo, ordenador, internet, redes sociales o inteligencia artificial. Cada año, a medida que vayamos cubriendo las muchas zonas en blanco del desconocido continente digital que exploramos sin mapa, iremos descubriendo nuevas posibilidades que serán bautizadas con palabras novedosas. Una de las últimas, y probablemente sobre la que más tinta se ha vertido, es la de Metaverso, proclamada por Marc Zuckerberg, fundador de Facebook. El Metaverso, anunció, será el futuro de la compañía… y de la humanidad. Y, por cierto, probablemente tenga razón.

Pero, ¿qué es el metaverso? Para resumirlo de forma muy sencilla, podemos decir que es el mundo donde lo real y lo virtual matrimonian, se retroalimentan y confunden. De alguna manera, ya hemos ido avanzado hacia esa existencia que cabalga entre lo real y virtual. Todos tenemos nuestro “yo” físico y, también, nuestro “yo” digital, que mostramos, por ejemplo, en nuestras redes sociales. Nuestro consumo de productos audiovisuales se incrementa año a año y nuestros hijos socializan a través de los videojuegos. Pero con la inteligencia artificial, el internet de las cosas y, sobre todo, con la Realidad Virtual y la Aumentada, nuestras posibilidades de vivir, tener experiencias, relacionarnos, divertirnos o aprender en entornos digitales se multiplicará por mil.

Pues bien, se me podría preguntar, ¿qué tiene esto que ver con los ayuntamientos? Pues bastante, como desarrollaré con brevedad a continuación. Y lo haré con un sencillo ejemplo. Supongamos que nuestro amigo Zuckerberg y su todopoderosa Facebook recrea virtualmente el centro histórico de la ciudad de Sevilla. Mediante las gafas de Realidad Virtual podremos recorrer, con milimétrica precisión y casi emoción, sus callejas y plazas, oler su azahar, escuchar sus fuentes susurrantes. A quién no conozca la realidad virtual esto puede parecer imposible, pero quiénes ya nos hemos adentrado en ella sabemos que la experiencia de inmersión es casi total. Pues bien, en nuestro camino digital hacia la Giralda, vamos dejando tiendas a nuestro lado. Nos fijamos en una pequeña y preciosa librería. Entramos – siempre virtualmente en ella – y decidimos comprar un libro. Entonces, se nos preguntará si deseamos culminar realmente la compra. Si confirmamos, la compra se habrá realizado en un espacio virtual, sí, pero, al día siguiente, un mensajero nos traerá el libro real a nuestro domicilio, previo el correspondiente cargo en nuestra tarjeta de crédito. Lo virtual y real matrimonian, como afirmábamos al principio.

Pero sigamos con nuestro paseo virtual por Sevilla que el Metaverso de Facebook nos proporciona. Llegamos a la Giralda. Queremos subir, para conocer la ciudad desde arriba. Pero Facebook nos pide dos euros por subir hasta su bellísimo campanario. Decimos que sí, nos lo cargan a la tarjeta y ascendemos hasta arriba para dominar a una de las ciudades más hermosas del planeta. Nosotros satisfechos y Facebook, todavía más. Así, su caja suena y nosotros podemos conocer por muy poco dinero muchas y exóticas ciudades sin tener que movernos de casa. Metaverso revolucionará por completo, y sin duda alguna, las posibilidades del turismo cultural.

Pero dejemos aquí nuestra inmersión virtual en Sevilla y reflexionemos sobre sus consecuencias sobre los ayuntamientos de las ciudades que recibirán millones de visitantes en su paseo virtual. En primer lugar, debemos destacar que Facebook usará la imagen de Sevilla, de sus calles y monumentos en beneficio propio, pues nos cobrará por suscripción o por visita. Además, generará los ingresos derivados de nuestras compras reales a través de sus tiendas virtuales, que podrán ser propias o, lo más probable, vendidas a terceros operadores, pues ya se habla y se piensa en los derechos de propiedad en los espacios virtuales. Pues bien, una vez conocido todo esto, vienen las preguntas. ¿A quién pertenecen los derechos de imagen virtuales de las calles y monumentos de Sevilla? ¿Puede Metaverso usarlas en su beneficio sin pagar un canon a la ciudad? ¿Puede Metaverso asegurar que se trata de una copia fidedigna e introducir libremente elementos extraños? Las librerías y tiendas virtuales que venden realmente, ¿deben pagar licencia de apertura e impuestos a los ayuntamientos? ¿Debería cobrar la iglesia de Sevilla una parte de lo que Facebook ingresará por la visita virtual a la Giralda? Estas y otras muchas potenciales preguntas nos introducen en un debate que tendrá una importancia capital en el futuro y para el que los ayuntamientos deberían ir preparándose antes de que Metaverso le hurte hasta su propia esencia.

Sé que muchos lectores pensarán que esto es una frikada más de un articulista interesado en temas digitales. Se equivocarán entonces. Se trata de algo que ya está entre nosotros y que crecerá de forma exponencial, moviendo dineros y consumos. Y una pregunta entonces, para provocar. ¿Qué Sevilla tendrá más visitantes? ¿La real o la virtual del Metaverso de Facebook? Pues que nadie lo duce. Sin duda alguna, Zuckerberg ganará esta desigual batalla. Chinos, indios, malayos y paraguayos podrán conocer la ciudad tartésica sin el costo y la molestia de los desplazamientos en avión..

            Repetimos. La realidad virtual nos permitirá viajar en el ciberespacio y adentrarnos en escenarios digitales y virtuales de tal calidad que nos parecerá una inmersión en la realidad más cotidiana. He tenido la oportunidad de probar con varios prototipos y la sensación que se tiene es la de estar realmente en el escenario virtual. Metaverso busca integrar las experiencias y compras reales y virtuales, obteniendo un beneficio por ello. Pero, ¿a quién pertenecen entonces los derechos de imagen de la mezquita de Córdoba, de la Sagrada Familia de Barcelona o de la Torre de Hércules de La Coruña? ¿Puede Facebook lucrarse de su imagen sin dejar nada para sus verdaderos propietarios? Piénselo bien. Usted mismo tiene la respuesta.

            Parece ciencia ficción, en verdad Metaverso ya llama a nuestras puertas. ¿Poseen, en consecuencia, los ayuntamientos las capacidades y talentos tecnológicos precisos para los grandes retos digitales que se presentan? El Metaverso será tan sólo uno más de los que el universo digital y la inteligencia artificial nos depararán en estas próximas décadas. Los ayuntamientos deberán, pues, potenciar sus departamentos tecnológicos. Pero, atención, al empeñarse en ello, se encontrarán con un problema inesperado. Hay una fuerte demanda de profesionales digitales y el mercado paga mucho por ellos. No les resultará fácil fidelizar a un equipo de tecnólogos avanzados.

            Los ayuntamientos son entidades muy bien preparadas para atender los servicios municipales de la vida real. Pero no posee, ni probablemente pueda poseerlo, capacidad tecnológica suficiente para mantener el ritmo del vértigo digital. Además, los profesionales de analítica de datos, de ciberseguridad, de inteligencia artificial o de comercio electrónico, por citar tan sólo alguno de los conocimientos más demandadas, pueden obtener en la empresa unos salarios muy superiores a los que se puede permitir un ayuntamiento. La rotación de los trabajadores tecnológicos es muy alta, pues una empresa, chequera mediante, se los roba a la otra. Las empresas ya saben que los del departamento de tecnología cobrarán mucho más que sus compañeros de otros departamentos, creando no pocos problemas internos por agravios comparativos. ¿Permite la ley de función pública estas desigualdades y estos salarios altos en comparación con el resto de los funcionarios y trabajadores? ¿Cómo gestionar entonces los RRHH de las entidades municipales? ¿Sirven las leyes actuales para el mundo digital que nos aguarda?

            Son preguntas a las que habrá que dar respuesta. Los ayuntamientos, desde las primeras y remotas ciudades neolíticas, han sido capaces de adaptarse a los requerimientos de sociedades muy cambiantes. Pero, quizás, nunca hayan tenido por delante un reto tan fabuloso como el que suponen los tiempos digitales que nos han tocado vivir y en los que, pese a todo, debemos aspirar a ser felices. Yo, al menos, lo intentaré. ¿Y usted?

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