Las ciudades tienen alma y la de Orihuela se encarna en el Oriol, que solo se inclina ante el rey y ante Dios. Así, reflejando su tradición ancestral, iniciaba mi firma en el Libro de Honor en la sala donde se yergue altivo el pendón de la ciudad, encabezado por el Oriol, el pájaro mítico de su esencia. Orihuela es ciudad antigua, culta y rica. Pero, al tiempo, atormentada por esa melancolía vaga, y a veces suicidamente dulce, de los pueblos de grandeza antigua que tuvieron algo de mala suerte en su devenir histórico.

En efecto, las ciudades tienen alma que el viajero sensible percibe y siente. Y la de Orihuela, aunque oculta y silente, es poderosa. Y se agita, inquieta, enterrada, como está, por azares y avatares. Su alma no reposa en paz, vibra con ansía milenaria de gestas y glorias. Quiere gritar que su tiempo no pasó. ¡Y es que tiene tanto por hacer y decir todavía! Que no nació para ser buey ungido, sino que, como cantó su poeta, pueblo es que embargan yacimientos de leones / desfiladeros de águilas / y cordilleras de toros / con el orgullo en el asta.

Quizás deba comenzar por el principio y explicar qué pintaba allí, junto a mi admirado Jaime Lamo de Espinosa, en aquella sala noble del bellísimo ayuntamiento de Orihuela – antiguo palacio del marqués de Arneva – en la que su alcalde, José Vegara, y su equipo de gobierno, nos explicaban con amabilidad símbolos e historia. Con pasión, orgullo y amor narraron leyendas fundacionales, como la de la Armengola. El alma inquieta de la ciudad se expresaba a través de sus palabras. Una antigua y noble mesa de madera, tallada por los siglos y sus finos ebanistas, centraba, alargada y extensa, la sala noble. Mesa simbólica, fue usada por los síndicos, justicias o autoridades de siglos pasados por el severo procedimiento de las bolas negras y blancas que resolvían honores y condenas. Cajoncitos e inquietantes mecanismos ocultos garantizaba el secreto del voto y la veracidad de la votación. No pudo existir mesa más solemne para que estampáramos nuestra firma en el Libro de Honor de la ciudad. Pero, ¿por qué tal distinción? Pues porque esa tarde íbamos a resultar investidos como doctores honoris causa por su universidad, la Miguel Hernández. Y el ayuntamiento, sabedor de que su pasado y presente – pero que sobre todo su futuro – es universitario, participó del evento y de sus liturgias con protagonismo y entrega, pero, también, con aliento de reivindicación. Porque Orihuela tuvo universidad desde el siglo XVI, con privilegios y rangos similares a los de Salamanca y Alcalá de Henares y, con acertada visión estratégica, la ciudad desea volver a proyectar su mañana sobre su impulso erudito e investigador.

Desde los ventanales del despacho del alcalde vimos su sierra, encabezada por la Cruz de la Muela, protectora de la huerta de tormentas y granizos, y erigida, según la leyenda, por el mismísimo San Vicente Ferrer. Cada año, en el día de la Cruz, miembros de la Policía Local suben hasta ella para iluminarla, una nueva tradición y símbolo que enriquece a la ciudad de los símbolos y ritos. Frente al segundo ventanal, la imponente iglesia parroquial de Santa Justa y Rufina, con su torre gótica. «Santa Justa y Rufina son las patronas de Sevilla», comenté. En efecto, así fue bautizada por el amor que profesaba por la ciudad andaluza el conquistador de la plaza, el todavía infante Alfonso, que como décimo y sabio habría que ser recordado por la posteridad. Orihuela fue entonces Castilla, pasando posteriormente a Aragón y repoblada por catalanes, de ahí que su patrona sea la virgen de Montserrate. Ciudad de frontera, que las dos almas cobija y asume, lo que le otorga su fuerte personalidad pero que la condena a la soledad cierta de lo único y singular, ya que ni es, ni se siente, ni de la una ni de la otra por completo.

Ciudad de símbolos, antiguos y modernos; de luz; de huerta y acequias; de poesía; de universidad regia y pontificia; de palacios, iglesias y catedral; de obispo y poeta, pero, al tiempo, castigada por un destino caprichoso y cruel, en penitencia, quizás, de pasados fulgores y soberbias. O, quién sabe, si por aquello de ciudad de frontera, a la que unos y otros desean, pero de la que ninguno se acaba de fiar del todo. Es su sino y Orihuela, paciente y orgullosa, lo acata. Pese a todo, no quiere dejar de ser cómo es, enigmática, hermosa y contradictoria.  Y, por ello, ha decidido seguir siendo ella misma – y se le nota -, frente al vértigo uniformador del siglo. Por eso, su alma agitada y algo quejumbrosa, deja huella a quiénes la visitan y respetan.  Sabe que los tiempos le presentan de nuevo su oportunidad, y quiere aprovecharla.

Llegamos a la ciudad las vísperas de la investidura, con la fortuna de asistir a la celebración del 750 aniversario de su consuetudinario tribunal de aguas, el Juzgado Privativo de Aguas de Orihuela, celebrado en el seno del Colegio de Santo Domingo, sede que fuera de la antigua universidad a la que posteriormente me referiré. Un nuevo rito en la ciudad antigua de ritos y liturgias y en la que, por cierto, se cantó el himno de Valencia, en vez del habitual valenciano, en español, porque es la lengua hablada por sus gentes, que se resisten a la imposición lingüística en escuelas y administraciones. Y con bastante orgullo y emoción lo hicieron, por cierto, como reflejo del alma insumisa que la posee.

Y al salir, acompañando al rector excelente – por título y por haceres – de la Universidad Miguel Hernández, Juan José Ruiz, visitamos la vecina casa-museo del poeta, en la que vivió a los pies de la sierra donde pastoreaba a su rebaño de cabras y en cuyo patio trasero todavía se encuentra la higuera a la que tantas veces cantara. «Volverás a mi huerto y a mi higuera» leemos en la estremecedora Elegía que dedicara a la muerte de su amigo Ramón Sitjé, una de las cimas de la poesía española de todos los tiempos. La universidad, por cierto, tuvo la delicadeza de regalarnos un esqueje brotado de esa higuera que lucirá como esquina hernandiana en el huerto de casa, compañía literaria de inspiración y gozo.

Pasear por Orihuela es sentir el hálito de un pasado esplendoroso que aún palpita en sus palacios e iglesias, en sus costumbres, cultura, protocolo y en la memoria de sus gentes. Sede de la diócesis de Orihuela-Alicante, mantuvo la residencia del obispo hasta 1968, cuando se trasladaría a Alicante, elevando a concatedral la colegiata de San Nicolás de Bari alicantina. Fue otro duro golpe para la autoestima de la ciudad que, pese a todo, mantuvo la catedral principal de la diócesis, un templo rico y hermoso de dimensiones reducidas pero esplendorosa historia. A su frente, se alza el imponente palacio episcopal, hoy Museo Diocesano de Arte Sacro, donde, entre otros tesoros artísticos destaca la espectacular obra de Velázquez, La tentación de Santo Tomás de Aquino. Tan solo para contemplar su evocadora perfección bien merece la pena y el viaje y la visita. Solo una ciudad como Orihuela puede lucir, con naturalidad y sin estruendo, tamaña obra de arte del gran genio de nuestra pintura.

Pero, a mi parecer, lo más destacado, llamativo y diferencial en su historia es haber albergado una importante universidad – una de las más antiguas de España – que se proyecta y prolonga en la actual Universidad Miguel Hernández, su heredera natural y justa. Yerra quien afirme que la Miguel Hernández nació en 1996; en verdad sus raíces subterráneas se nutren de la extinta y noble universidad que la precedió y cuyo nacimiento se remonta a 1552 para desaparecer en 1835. Su simiente quedó latente, entonces, bajo el sedimento de la historia añorada, para brotar, de nuevo, en 1996. Condiciones políticas la enterraron, circunstancias políticas la hicieron renacer con una fuerza y brío que asombra a propios y extraños. Merece la pena que nos detengamos brevemente en su historia, porque es la historia de la actual universidad y, sobre todo, los fundamentos de futuro de una ciudad que se reivindica como universitaria entre las grandes.

Bajo impulso del cardenal Loazes, en 1552 el papa Julio III otorgó por pontificio privilegio el rango de Universidad al colegio existente en Orihuela. En 1569, Pío IV la elevaría a Universidad Pontificia y Pío V le concedería la categoría plena de Universidad Pública de todas las ciencias y artes, para clérigos y seglares, equiparada, pues, entre otras, a las universidades de Salamanca, Valencia o Alcalá de Henares, con los mismos derechos, honores y prerrogativas. La presión de la Universidad de Valencia, que no quería rival tan próximo, retrasó la inauguración de los estudios hasta 1610. En 1646, Felipe IV le benefició con el título de Real, convirtiéndola en Universidad Regia, Pública y General, un éxito frente a la valenciana, que reclamaba tal distinción. Ostentó el doble título de Real y Pontificia junto a las de Salamanca y Alcalá de Henares. Vivió décadas de esplendor, llegando a alcanzar un claustro de cien doctores y 24 cátedras, entre las que destacarían las de Derecho Civil y Canónico, Medicina, Teología o Filosofía, que los jesuitas, también instalados en la ciudad, enriquecerían con las de Retórica y Gramática.

La ciudad y su universidad prosperaban, pero el destino, a veces, escribe guiones enrevesados. Orihuela, desde unos siglos para acá, tuvo la rara habilidad de escoger siempre al bando perdedor de los grandes eventos y conflictos que marcaron nuestra historia, como, por ejemplo, en la Guerra de Sucesión española (1702-1714), al apoyar al bando de los austrias contra unos borbones que finalmente resultarían ganadores. La coronación de Felipe V tendría un alto coste para la ciudad y para su universidad, al no poder atenderse sus cátedras. Valencia que, posteriormente, apoyaría a Fernando VII con mayor pasión que Orihuela, presionó para que, después de una larga lucha legal, la universidad se clausurara en 1835. Pero moría sin morir del todo, porque, su semilla enterrada quedó a la espera del buen tempero para rebrotar.

Su paciencia la hizo renacer en el momento adecuado para encarnarse en la actual Miguel Hernández, después de su lento germinar. En efecto, al calor de la llegada del bendito Trasvase Tajo-Segura comenzó a evidenciarse la necesidad de una escuela para formar a los técnicos agrarios necesarios para las necesidades de producción de las nuevas zonas de regadío. En 1972 se estableció una Sección Delegada de la Escuela de Ingenieros Técnicos Agrícolas de Valencia. El reloj de la vida universitaria oriolana volvía a girar de nuevo, con el tic -tac alegre y docto del trasiego de estudiantes y profesores, que reactivaba un latir universitario que jamás llegaría a apagarse del todo, dada su vocación tenaz. Casi siglo y medio después, la historia hacía justicia con la ciudad y le devolvía su honor y su sentido docente, que solo vicisitudes políticas del ayer le habían arrebatado.

El éxito de aquella Sección Delegada hizo que, en pocos años, en 1978, se transformara en Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica de Orihuela para elevarse a Escuela Politécnica Superior en 1995, que en 1996 sería transferida a la naciente Universidad Miguel Hernández, heredera, por tanto, de la gran tradición universitaria de la ciudad de Orihuela. La Miguel Hernández de Elche es singular, dada su esencia fundacional como multicampus, con sedes en Elche, Orihuela, Altea y San Juan de Alicante, lo que le otorga gran base territorial y le permite ofrecer una rica oferta académica, así como de disponer de un enorme potencial investigador.

Esta joven/antiquísima universidad Miguel Hernández destaca con brillo propio entre las instituciones académicas españolas. El vigor de su renovada juventud y la inteligencia y acierto de su quehacer académico y científico la ha situado bien pronto entre las punteras y mejor valoradas de nuestro país, tanto en innovación e investigación, como en transferencia del conocimiento. Un esfuerzo por la excelencia que le honra y que a todos beneficia. Por eso, el honor enorme que me supuso el resultar investido como uno de sus honoris causa, lo que, agradecido, me une de por siempre a su claustro de doctores.

Los dos investidos, Lamo de Espinosa y Pimentel, somos ingenieros agrónomos. De ahí que fuera la EPSO, la Politécnica Superior de Orihuela, con su brillante director, Juan Martínez Tomé al frente, quien impulsara los nombramientos.  El acto fue solemne, elegante y emotivo. Iniciamos la marcha del cortejo en la biblioteca y archivo municipal Fernando de Loazes, ubicada en el antiguo palacio de los Duques de Pinohermoso. Nos vestimos con los trajes académicos – toga, muceta, puñeta, guantes, medalla y birrete – rodeados por los antiquísimos libros de su biblioteca histórica. No en vano, todavía hoy, es la primera en fondos bibliográficos de la provincia de Alicante y la segunda de la comunidad valenciana.

Casi un centenar de doctores, con sus coloridas vestimentas, presidida desde su cierre por el rector marchamos en cortejo, observados por los viandantes entre el asombro y el orgullo por lucir aquella tradicional liturgia universitaria. El teatro-circo Atanasio Díe Marín nos aguardaba para la celebración del acto solemne, enriquecido por las impecables interpretaciones del coro Lux Essentialis, que felicito desde estas líneas. El rector magnífico de la UMH, el alcalde de Orihuela, el presidente de su Consejo Social, Joaquín Pérez, su Secretaria General, María Mercedes Sánchez Castillo y el director general José Antonio Pérez Juan presidieron el acto. El catedrático Francisco del Campo leyó la laudatio de Jaime Lamo de Espinosa y el director de la EPSO, Juan Martínez Tomé, la mía, que agradezco de corazón.

«La agricultura española será de regadío o no será», insistió Lamo de Espinosa, en su defensa del regadío y del imprescindible trasvase. Por mi parte, argumenté el creciente protagonismo que la agricultura tomará en estos tiempos digitales. Y es que, en efecto, el mundo agrario, con sus diez mil años a cuestas, se encuentra cargado de futuro.

Terminamos con un cóctel de charla en el cercano edificio del campus de Las Salesas, en cuyo sótano se encuentra el yacimiento arqueológico musealizado de las antiguas murallas almohades de la ciudad. Como siempre, el rito, la historia, el presente y el futuro, entrelazados en esta sorprendente Orihuela que tan hospitalariamente nos acogía.

Al día siguiente tocaba regresar a casa, bajo la evocación, todavía, de una ciudad que me había sorprendido y enamorado, y con el agradecimiento, sentido y sincero, a la Universidad Miguel Hernández por una distinción que me honra y que me motiva para esforzarme, aún más, en mis quehaceres profesionales e intelectuales. Ojalá lo consiga.

No hay comentarios

Dejar respuesta

Información básica de protección de datos. Responsable del tratamiento: Fundación esPublico. Finalidad: permitir la publicación de comentarios a los artículos del blog. Base jurídica: consentimiento que se entenderá otorgado al pulsar el botón "Publicar comentario". Destinatarios: público en general, la información que introduzca en el formulario será visible por todos los visitantes del blog. Ejercicio de derechos: de acceso, rectificación, supresión, oposición, limitación y portabilidad a través de dpd@espublico.com o en la dirección postal del responsable del tratamiento. Más información: Política de privacidad