Vuelven a salir artículos, reportajes, noticias. Madrid parece vampirizar el joven talento de pueblos y ciudades medias, predestinados a emigrar a la gran capital. ¿Bueno, malo, o, sencillamente, inevitable? Desde luego, es un fenómeno con antecedentes, acelerado, eso sí, en la última década.

Y empecemos por el principio. Como sabemos, España se convierte en tierra de lobos. Y, no, no se trata una metáfora sobre la intrínseca maldad humana, sino una fotografía real de la ecología de la España vacía, en la que el lobo avanza mientras que el hombre retrocede. Páramos con densidades siberianas cubren con su manto de soledad y silencio extensas superficies de nuestro suelo patrio. Los pueblos despoblados, con su campanario mustio y sus casas desconchadas, se yerguen como testigos melancólicos de un mundo rural de pastores y agricultores que ya murió para no volver.

Sí, eso ya lo sabíamos, pero sólo fue el inicio de un largo camino. Después se inició el declive de los pueblos grandes y de las ciudades medias. Los jóvenes se marchaban a estudiar la carrera y ya no volvían. La población, lenta, dulcemente, envejecía. Nacía la ciudad decorado, hermosa, dotada de servicios excelentes, pero sin buenos empleos ni posibilidades de desarrollo para sus jóvenes, carne cierta de emigración hacia la gran ciudad. Y en esas estamos ahora. La costa, Barcelona y Madrid, sobre todo Madrid, engordan con la savia nutricia de los jóvenes llegados de provincias, cargados de ilusiones y expectativas que su pueblo o ciudad de origen les negaba. Mes que pasa, mes que miles de jóvenes emigran de su urbe natal, tranquila y sosegada, en pos del vértigo y de las posibilidades de la gran ciudad. Y el fenómeno, lejos de remitir, se acelera ante la impotencia de alcaldes y autonomías.

¿Culpa de la política? En principio, no, aunque, en este sentido, las autonomías han fracasado. Baste hacer una sencilla comprobación. Analice el peso relativo de la economía de Madrid con respecto a la nacional a mediados de los setenta y compárelo con el actual. Comprobará que hoy es mucho más importante que ayer, lo cual supone una extraña, en principio, paradoja. ¿Cómo es posible que, en una España fuertemente descentralizada, con presupuestos muy repartidos, Madrid concentre más riqueza que cuando aún éramos centralistas? Los debates políticos de finales de los setenta giraban alrededor de las bondades económicas de la descentralización y en los supuestos parabienes con los que regaría regiones y provincias, eternas olvidadas por el poder central. Pues bien, visto lo visto, al menos en materia de equilibrio económico, el proceso descentralizador fracasó. Madrid se ha convertido en un gigante mientras que muchas provincias son tan sólo una epifanía de soledades y olvido. Se podría contrargumentar afirmando que, sin autonomías, la desproporción aún hubiera sido mayor. Puede ser, quién sabe. Pero el caso es que vemos lo que vemos. Que una España se vacía mientras que otra se llena a su costa. Lo de Barcelona es otra historia. Durante décadas aún resultó más atractiva que Madrid. Pero, en los últimos años, el dislate independentista ha espantado talento, capital y empresas. Hoy, la que fuera antaño la ciudad más dinámica de España se limita a observar como Madrid se aleja en la carrera de la prosperidad y el progreso. Madrid es más Madrid y Barcelona menos Barcelona que hace veinte años. Ver para creer.

Tenemos que preguntarnos el porqué de este fenómeno. Es cierto que Madrid siempre fue “bussines friendly”, como dicen los cursis, pero también lo intentaron otras regiones sin éxito alguno. Su menor fiscalidad también podría influir, pero tan sólo para los mayores contribuyentes. Probablemente tenga mayor influencia la combinación de la dinámica globalizadora – las sedes de las multinacionales se instalan en Madrid -, con la nueva economía digital en la que el ganador se lo lleva todo. También, la tendencia a la concentración empresarial. Todo ello hace que los trabajos más atractivos y los mejores retribuidos se concentren en Madrid, mientras que las posibilidades profesionales en ciudades medias quedan limitadas y reducidas.

Sea por lo que fuere, en un país con tantas tensiones territoriales, este fenómeno añadirá tensión a una política ya de por sí suficientemente caldeada. Sigamos el asunto, porque mucho, mucho, nos dará que hablar. Ojalá, también de pensar y de proponer.

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