Tengo un verdadero dilema moral. Es grave. Porque quiero seguir siendo un afortunado ciudadano occidental que desea que la sociedad del bienestar le proteja ante las adversidades, es decir, quiero vivir bien, con trabajo, sanidad, educación y paz y además quiero que, con todos los problemas, la situación de ese bienestar mío, de mi familia y de mis amigos, siga así. Pero también sé que no es justo que haya tantos millones de personas pasándolo mal y me refiero a gente a mi alrededor sin trabajo, sin papeles. Y un poco más allá, muy poco más allá, africanos echándose al mar en botes inseguros e indecentes y que contactan con el mundo occidental para ser rescatados en cuanto se han alejado un poco del continente africano. Son gente que prácticamente no tiene nada que perder. Sin nada en los bolsillos, hacen con los dedos la uve de la victoria y besan el suelo europeo. Acostumbrados a padecer las peores condiciones personales, alguno de ellos dicen que aunque no tienen nada, esperan tener en Europa dignidad.
Y Europa se sigue blindando todo lo que puede con muros, vallas, alambradas y verjas, vigilados por policías sobrepasados e impotentes. La tradición mural ya viene de los chinos que hicieron la única construcción que se puede ver desde el espacio para evitar a los invasores mongoles. Seguimos tratando de impedir una inevitable avalancha. Africanos y asiáticos que, huyendo del miedo, del hambre, de la guerra y de la desesperanza llegan a suelo europeo sabiendo que por el solo hecho de estar aquí, son sujetos de derechos básicos: sanidad, alimentación, educación, seguridad. Los europeos intentamos por todos los medios que no entren. Pero si al fin consiguen saltar la valla, atravesar el estrecho, o llegar a las Islas de Kos o de Lesbos, tienen asegurada una estancia siquiera sea temporal, hasta que se pongan en marcha y terminen todos los procedimientos legales. Como éstos son complejos y garantistas no hay tiempo para tramitarlos todos y como no se puede retener a la gente sine die, se les deja en libertad; cuantos más vengan más imposible será tramitar, por lo que más posibilidades hay de quedarse. Así que es un cruel y paradigmático juego en el que si se logra pasar, se tienen bastantes posibilidades de quedarse.
Y –honestamente- no sé qué decidir, no encuentro la solución. Cada día pasan miles de personas, rescatadas en el Mediterráneo por patrulleras italianas, griegas, alemanas e inglesas. Los ingleses, rescatar sí, pero que se los queden otros, prácticamente no admiten ya ni a los europeos (ya se sabe que en el continente a veces nos quedamos aislados). Existe incluso un proyecto de ley para convertir en delito a quien alquile una casa a un sinpapeles. Europa convoca reuniones de urgencia y gabinetes de crisis para controlar el Eurotúnel; Francia ahora pone controles en la frontera con Italia en Veintimiglia. Los eslovacos no admitirán a quien nos sea cristiano. Los húngaros levantan una valla de 160 km en la frontera con Serbia. Y los líderes europeos, desconcertados, sin saber qué hacer, hay que evitar que pasen, pero si lo logran, hay que acogerlos. Y es obvio que seguirán viniendo sin cesar, lo que necesariamente hará cuestionar si es posible el estado universal del bienestar para todo individuo por el hecho de estar en Europa.
Hay partidos que propugnan apertura de fronteras (véase programa de Podemos de las europeas de 2014) y al mismo tiempo defienden una renta social básica para todos. Pese a la estupenda, inmejorable idea moral, nadie sabe cómo se pueden conseguir ambas cosas. Si de repente llegaran a España diez millones de africanos, otros tantos a Italia, a Grecia, etc, ¿qué pasaría? El papel todo lo aguanta. Obviamente habría que atender a todos, pero seríamos todos mucho más pobres. Tendríamos clases en los colegios con 50 alumnos en vez de 30 y listas de espera sanitarias interminables y, por supuesto, menos prestaciones. Y quizás deba ser así. El dilema moral persiste, echar a empujones a los que vienen o dejarles morir en la calle no es posible, porque cuando ves el dolor y la pobreza de frente no puedes engañarte creyendo que no lo has visto, hay que actuar. Por eso evitamos que crucen el umbral y lleguen a nuestro sistema. Algún amigo con el que he discutido el asunto me dice que hay que solucionar el problema en su raíz, en su origen, y es cierto, pero no es una solución a corto o medio plazo. Por mucho empeño, dinero y medios occidentales que se puedan poner, países esencialmente corruptos, con regímenes dictatoriales y fundamentalistas es muy difícil que puedan a medio plazo avanzar para salir de la desesperación, es prácticamente imposible cuando existe un atraso de trescientos años en algunos de esos países. ¿Y mientras tanto qué?
Estas cuestiones políticas sociales y nacionales no son sólo un problema de los gobiernos, son un problema de todos, nos afectan de modo directo. ¿Cuántos de los que están o estamos a favor de los derechos humanos en sentido amplio estaríamos dispuestos a asumir personalmente (me refiero a una implicación personal) sus consecuencias? ¿Vamos a acoger en nuestras casas a los inmigrantes sin papeles? ¿Estamos dispuestos a ver aumentados nuestros impuestos al doble? ¿Estamos dispuestos a que nuestra solidaridad nos lleve a renunciar a un sesenta por ciento de la renta personal? Me temo que las contestaciones a todas estas preguntas son negativas, nadie va a renunciar a su estándar de vida. La sociedad es la que es. Europa es la que es. Todos y cada uno de nosotros nos podemos ver interpelados personalmente. Salvo que miremos a otra parte mientras y silbando, tratemos de despistar.
Una vez se me ocurrió preguntarle a una ciudadana magrebí desempleada, con marido en paro también y con tres hijos pequeños que dada su precarísima situación, si había pensado regresar a su país, ya que en su pueblo tendría apoyo de la familia y amigos. Me contestó que no y dijo: “aquí, agua; aquí, colegio, aquí, médico…”
El problema pues no tiene solución salvo que todos seamos mucho más solidarios y estemos dispuestos a serias renuncias personales. ¿Dónde quedó aquel desiderátum del 0,7 % que se exigía a los estados? ¿No deberíamos exigirnos a nosotros mismos más? ¿El sistema soportará toda esta presión? ¿O qué mundo estamos haciendo?
Totalmente de acuerdo.
Querido Ignacio, descubro y leo ahora tu artículo, también entiendo y comparto la duda.
Pensando en el origen oscuro de que unos sean los favorecidos y otros no, creo que la luz argumental sobre qué hacer no es difícil de ver. Otra cosa será optar, con la consiguiente renuncia que toda elección conlleva… Y en esto, quizá, tengamos que aprender a transitar desde el límite y la ambigüedad. Este es nuestro sino.