La felicidad es un estado de ánimo. Se trata de una sensación muy frágil que es susceptible de ser contaminada por elementos y dinámicas muy diversas. El resultado es que lo normal es que nos mostremos infelices o abúlicos en nuestro trabajo y miramos con desdén y sospecha aquellos compañeros que muestran su felicidad. Parece que impera la vieja idea de que solo los idiotas pueden ser felices. Realizo esta extraña entrada para reflexionar sobre el estado de motivación general de los empleados públicos. Siempre me ha sorprendido estar en contacto con empleados públicos poco motivados y escasamente satisfechos con su situación laboral. Es cierto que el trabajo, como la vida misma, es como un vaso que está medio lleno o medio vacío. Es lo normal, pero me llama la atención esta tendencia mayoritaria de percibirlo siempre como medio vacío y penar y centrarse solo en el espacio desocupado y todavía disponible.

Todos los empleados públicos, como cualquier hijo de vecino, tenemos problemas profesionales y personales. A todos nos disgusta una parte de nuestro trabajo que es ineludible pero que consideramos poco atractivo. Las condiciones de trabajo jamás son y serán óptimas ya que es literalmente imposible. La sensación de confort y plenitud total es algo que no existe ni en el mundo laboral ni en el personal, ni el del ocio ni en nada en la vida. Aunque es cierto que todos tenemos motivos por quejarnos es una evidencia empírica y objetiva que unos están mejor que otros y viceversa. La satisfacción, para bien o para mal, se alimenta del relativismo: debo o debería sentirme satisfecho si mis condiciones de vida están claramente por encima de la media de los de mi entorno.

Como empleado público, soy de los que milito en visualizar el vaso siempre medio o bastante lleno e ignoro la parte inevitablemente vacía y tengo buenos argumentos para hacerlo.

En primer lugar, trabajo en una institución pública que defiende el bien común y el interés general, que de manera directa o indirecta presta servicios a los ciudadanos que les facilitan un mayor bienestar. Para los que poseen valores públicos este no es un tema menor. Mi misión no es vender más coches, ni vender más camisas ni lograr más beneficios para mi o para mi corporación sino que mi objetivo es estar al servicio de los conciudadanos. Este ingrediente debería elevar el estado de ánimo y, mucho más, en el caso de aquellos que están en contacto con los ciudadanos y ven como éstos aprenden y crecen (docencia), como sanan (sanidad), como logran sus prestaciones, como se sienten acompañados, etc.

En segundo lugar, la mayoría de los empleados públicos laboramos en un contexto de gran estabilidad. Deberíamos hacer el ejercicio de pensar más en cómo se sienten la gran mayoría de los trabajadores que no gozan de esta red de seguridad. Un trabajador normal a partir de los cuarenta años empieza a inquietarse por su estabilidad laboral y a los cincuenta años entra en estado de pánico ya que su potencial sustitución por personal más joven, mejor formado y más precariamente retribuido es una posibilidad muy real. El agobio con el que deben vivir estos trabajadores es enorme habida cuenta de las grandes cargas familiares que hay que atender a estas edades y que dependen de su permanencia y supervivencia laboral. Tenemos un tesoro como la estabilidad laboral que solo tendemos a valorar en el momento que lo conseguimos y lo olvidamos durante el resto de nuestra trayectoria profesional. Algunos pocos empleados públicos, en cambio, lo tienen muy presente y es un aliciente para entregarse todavía más en sus tareas como servidor público. En este caso la excepción debería ser la regla.

En tercer lugar, las tablas retributivas y las condiciones de trabajo de los empleados públicos son, en términos generales, muy beneficiosas. Es una evidencia que más de la mitad de los empleados públicos están mejor retribuidos que sus homólogos en el sector privado. Por no hablar de las condiciones laborales ya que las diferencias suelen ser enormes a favor de los empleados públicos. El resto suele estar retribuido de manera similar a sus espejos privados, pero con mejores condiciones laborales y de estabilidad. Solo una parte minoritaria del empleo público está en peores condiciones retributivas que sus equivalentes del sector privado. Se puede denunciar, se puede criticar, pero si uno está radicalmente desconforme siempre puede desertar del sistema público y, muchas veces, mediante un generoso sistema de excedencias que facilitan el regreso al seno materno (algo impensable en el sector privado).

En efecto, el vaso profesional de los empleados públicos siempre estará medio vacío pero la parte ocupada por el fluido no es simple agua sino oro líquido y esto habría que valorarlo en todo momento y, en especial, en situaciones de crisis profesional o de crisis organizativa. Soy consciente que todo lo dicho en esta entrada es una obviedad, pero precisamente lo obvio por estar tan asumido hay que ponderarlo y ponerlo en valor de vez en cuando.

5 Comentarios

  1. Muchas gracias por esta entrada. Si señor, hay que valorar ser empleado publico, y defender lo público que parace que cuando vienen mal dadas siempre se ataca a los mismos.

    • La felicidad es un estado de ánimo, sí, señor. Imagínese el estado de ánimo de todos aquellos funcionarios públicos que en clara vocación de superación, sin tiempo alguno o quitándoselo a su familia, se prepara la promoción interna al cuerpo superior y se encuentra que el INAP le escamotea sus plazas dejando vacantes para cumplir ante la UE una tasa de temporalidad del 8% en el sector estatal pues ni quieren ni pueden prescindir de los contratos temporales.

    • Completamente de acuerdo. Es un privilegio ser FHN, ver resultados, proveer la necesidad de un democracia real local, la cercanía a los problemas y a las personas, la estabilidad y un salario que permite vivir con dignidad…

  2. Bonita reflexión, en especial en estos tiempos, para valorar el estado de motivación del empleado público.
    Cuando hay una vocación de servicio público y tienes la suerte de trabajar para mejorar el bienestar de las personas, no es necesario realizar ningún esfuerzo para mantenerse motivado.

  3. Comienzo por aclarar que escribo desde Argentina.
    Quizá sea discutible lo referente a las remuneraciones de las y los trabajadores estatales pero, en el resto, comparto las opiniones del autor.
    Trabajé 36 años en la Administración Pública de mi país y hoy sigo orgullosamente vinculada a través de la función docente. Ingresar al sector pùblico fue una decisión mientras trabajaba en el sector privado, ya que las prácticas en la administración de las personas me disgustaban.
    Trabajar en el sector público, además del servicio a la ciudadanía y la estabilidad, da grandes oportunidades de aprender, estudiar y de desarrollarse como persona y como profesional.
    Destaco también que el empleo público es una oportunidad para quienes son desplazados del sector privado. He visto muchas personas, a lo largo de muchos años, mejorar, crecer y desarrollarse en instituciones estatales cuando eran excluidas de organizaciones privadas por sus características diferentes.
    Por lo anterior, comparto lo que expresa el Dr. Ramió e invito a reflexionar sobre la parte llena del vaso.
    Saludos.

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