La Atlántida vive entre nosotros. O al menos, su recuerdo y evocación. De entre todos los mitos clásicos, ninguno conserva la lozanía y vigor del de la vieja ciudad de los atlantes, sumergida o enterrada por los dioses como castigo a su soberbia. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que se sigan haciendo cada año películas, documentales, libros y reportajes sobre la misteriosa ciudad? Si la mayoría de los mitos griegos se perdieron o resultan desconocidos a estas alturas, materia exclusiva de expertos y cátedros, ¿por qué, entonces, la Atlántida interesa, y tanto, a los jóvenes y a los adultos de nuestra actual sociedad digital? ¿Por qué su recuerdo atraviesa los milenios sin merma de atractivo y actualidad? ¿Por qué nos seduce hoy tanto, o más, que lo hiciera a los griegos de hace más de dos mil años? Solo por responder a estas preguntas merece la pena nuestra atención e interés, más allá de si se trata de un simple mito o de una realidad histórica. Y para ello, viajaremos hasta Palos de la Frontera, ese hermoso pueblo onubense que tanta Atlántida y tanto Atlántico, evoca.
Las universidades, precisamente, nacieron para responder preguntas y crear, custodiar y transmitir el conocimiento de sus respuestas. Aunque ya existen algunas puramente digitales, las universidades suelen tener sede física, en íntima relación con la ciudad que las acoge, al punto, en ocasiones, de otorgarle personalidad y esencia, como sería el caso de Salamanca, Alcalá de Henares, Cambridge u Oxford, por citar ejemplos bien conocidos. Las ciudades también expresen sus inquietudes universitarias a través de los cursos de verano, como son los de la Menéndez Pelayo, en Santander, o los de la UNIA – Universidad Internacional de Andalucía – en el campus de La Rábida, en Palos de la Frontera. El desarrollo local y la propia identidad de la ciudad pasa por su encarnación universitaria, como ya reflexionamos con el caso de Orihuela, antigua universidad cuya heredera es la actual Miguel Hernández. Pues bien, en el campus de La Rábida, junto al monasterio donde Colón lograra convencer al padre Marchena de la conveniencia de su proyecto trasatlántico, se acaba de celebrar el IV curso de verano sobre La Atlántida, con gran éxito de público y de nivel de los participantes y ponentes. Palos de la Frontera y su campus universitario, reencontrados con su vocación y esencia atlante.
Pero, ¿por qué La Atlántida? Fue Platón en dos de sus diálogos más conocidos, el Timeo y el Critias, quien narra su historia y su catastrófico final. Y lo hace extensamente, aportando detalles geográficos – más allá de las Columnas de Hércules, protegido de los vientos del norte, cerca de la costa, junto a la gadírica, rica en metales – que parecen apuntar hacia algún lugar del golfo de Cádiz. Es más, si existiera La Atlántida, y según lo que nos cuenta Platón, lo más probable sería que se hubiera localizado en algún lugar del triángulo Huelva-Cádiz-Sevilla o de sus costas. El mito nos afecta, pues, y de lleno. De existir, La Atlántida se encontraría sumergida o enterrada bajo nuestro mar o suelo.
Pero Platón no solo se molesta en describirla, geográfica y genealógicamente, sino que, además, puso especial énfasis en narrar la cadena de conocimiento y su trazabilidad, al expresar cómo la historia había llegado hasta él, para reforzar así la autoridad de sus argumentos. Habría sido el abuelo de Critias quien la hubiera escuchado de Solón, rey sabio de Atenas, al que se la habría narrado, en uno de sus viajes a Egipto, un viejo sacerdote de Sais. Por tanto, no da la impresión que Platón esté narrando un relato alegórico o mítico, sino que más bien parece que cuenta una historia de la que él está convencido que realmente hubiera sucedido en el pasado.
Sea como fuere, el caso es que el relato atlante se incorporó con un vigor extraordinario en nuestro imaginario colectivo, donde aún perdura dos mil cuatrocientos años después de que fuera escrito. Si nos tomamos a Platón tan en serio en lo que afirma en sus restantes escritos, ¿por qué habríamos de rechazar, sin más, la posibilidad de que el relato de La Atlántida no fuera un mito, sino una descripción de su acontecer histórico desvaído por el paso del tiempo?
Por la calidad del prescriptor, en principio, la historia debe interesarnos. Pero el interés acerca de La Atlántida va más allá. La fascinación de la humanidad por las civilizaciones perdidas y los misterios del ayer ceban el asombro y la fascinación por la historia. Y, por si poco fuera todo ello, la lección moral que encarna, la de una humanidad castigada por los dioses y la naturaleza por su soberbia y altanería, es de rabiosa actualidad. Por todo ello, ¿cómo no se va a mantener en plena lozanía el mito, o la historia – quién sabe – atlante?
Pese a todo ello, a La Atlántida solo se acercaban los poetas y los locos. La academia rehuía de todo contacto o consideración sobre la materia atlante, por considerarla acientífica, cuando no abiertamente chaladura. Por eso, en cuanto me llamó, cuatro años atrás, José Orihuela para invitarme a participar en un curso de verano de la UNIA en La Rábida acerca de La Atlántida, acepté de inmediato, consciente de la importancia de que por vez primera se hablara del tema en sede universitaria. Aquel primer curso de verano de 2022 fue todo un éxito, al punto de repetirse en segunda edición en 2023, en tercera en 2024 y en cuarta en 2025. He tenido la fortuna de haber participado en todas ellas y escribo estas líneas al regresar de la celebrada este mes de julio. Dada la importancia de generar un corpus de textos rigurosos sobre la materia, Almuzara y la UNIA decidieron, bajo la coordinación de Orihuela, publicar las actas de los cursos, lo que ofrece un alto valor para los estudiosos e interesados en la materia. Así, ya hemos publicado La Atlántida, ciencia e historia bajo el mito (Almuzara, 2023); La Atlántida, claves de un patrimonio universal (Almuzara, 2024) y La Atlántida, fronteras del conocimiento (Almuzara, 2025). El próximo año verá la luz La Atlántida, descifrando el enigma, que recogerá lo tratado y expuesto en esta última sesión. No se trata de dilucidar si La Atlántida existió o no, ni, mucho menos aún, pontificar acerca de su ubicación, sino de determinar, en primera instancia, los contextos históricos, geológicos, arqueológicos, climáticos y religioso/míticos sobre los que podría haberse desarrollado. Por los cursos han pasado ponentes de primer nivel, compartiendo conocimientos y saberes interdisciplinares, desde puntos de vista distintos, a veces contradictorios, lo que genera un vivo y apasionante debate, que abre mentes y que arroja luz sobre las tinieblas de lo desconocido.
De lo mucho hablado, reflexionado, debatido y escrito, se pueden extraer cuatro líneas básicas a modo de conclusión. Primera, que debajo del mito puede existir una realidad histórica, sobre la que la ciencia debe investigar. Segunda, que, en el caso de haber existido, el periodo histórico – o prehistórico – que, según los textos platónicos, abarcaría desde inicios del neolítico, tras el fin de la última gran glaciación, hasta la Edad del Bronce, en la que se produciría el colapso. Como tercera, una vez eliminado por los geólogos la posibilidad de grandes islas sumergidas en el Atlántico, que la ubicación más probable, en caso de existir, sería exactamente la de donde afirma Platón, un poco más allá de las Columnas de Hércules, junto a la región gadírica. O sea, en el suroeste de la península ibérica, y desde donde habría extendido su influencia por todo el occidente europeo y parte noroccidental de África. Y, como cuarta, que no debemos confundir el imperio o área de influencia atlante con Atlantis, que sería su capital, la de los famosos círculos concéntricos, tal y como la definiera Platón. Por lo que cuando escribamos La Atlántida, nos referiremos a Atlantis, la ciudad, y cuando lo hagamos como la Atlántida, con el artículo en minúscula, al imperio o zona de influencia atlante, la que iremos conociendo como cultura protohistórica del Atlántico.
Pero, y cuestionan con toda razón los escépticos, de haber existido la Atlántida tendría necesariamente que haber dejado huellas arqueológicas y no es así, ya que los arqueólogos no han descubierto todavía nada que avale su existencia histórica. Y eso parece…. al menos aparentemente. Pero, ¿y si los restos estuvieran delante de nuestras narices y no supiéramos verlos ni interpretarlos? Ya sabemos aquello de que no vemos lo que es, sino que, simplemente, vemos lo que creemos ver. Nuestra mirada no es objetiva, sino que viene poderosamente influida por creencias, valores, experiencias y conocimientos. Así, por ejemplo, las pinturas rupestres, a pesar de mostrarse en cuevas en ocasiones muy visitadas, incluso por gente instruida, no fueron «descubiertas» hasta que María, la hija de Marcelino Sanz de Sautuola, gritara aquello de «¡Pará, mira, bueyes!» ante el asombro por los bisontes de Altamira, que aún tardarían en ser reconocidos. Una vez que las autoridades académicas francesas dijeron que sí, que los primitivos eran capaces de crear arte, los descubrimientos se multiplicaron. La humanidad había tenido durante siglos las pinturas rupestres delante de sus narices y no las supieron ver. Les traicionó su mirada. Más asombroso aún es el caso del arte rupestre en el exterior, que no fue «descubierto» ¡hasta los años ochenta y noventa del pasado siglo!, a pesar de la espectacularidad de los yacimientos de Siega Verde, en Salamanca, y de Foz Coa, en Portugal. Mirábamos sin ver. Pues bien, ya nos pasó y nos puede volver a pasar. ¿Y si tenemos los restos atlantes frente a nosotros y no los sabemos ver porque nuestra mirada nos lo impide?
Tratemos de formular la pregunta sobre la arqueología atlante sin prejuicios. ¿Existe evidencias arqueológicas que se extiendan por la fachada atlántica europea durante los periodos neolíticos y calcolíticos? Pues, sí, y bien evidentes, además. ¿Cuáles? Pues los megalitos que jalonan toda la geografía atlante, según la extensión y cronología que le otorgara Platón. ¿Y si la cultura atlante, o sea atlántica, a la que se refiere el filósofo griego fuera la que hoy conocemos como cultura megalítica? En esta nueva mirada encajarían muchas piezas, dispersas por la mirada errónea que tiende a visualizar a Atlantis como una ciudad avanzada, construida con palacios y templos de estilo griego clásico. Nada de eso podría haber sido realidad; de existir, las construcciones atlantes debían ser hijas de su tiempo, y los megalitos son las máximas expresiones arquitectónicas conocida de ese periodo.
Se abre ante nosotros un poderoso cambio de paradigma. La existencia de una civilización protohistórica del Atlántico, expresada en sus megalitos. La cultura megalítica nace en el neolítico y alcanza su apogeo en el Calcolítico o Edad del Cobre, hará unos cinco mil años, más o menos en tiempo de las grandes pirámides de Egipto. Ya existía un vivo comercio mediterráneo, según demuestran los marfiles africanos y asiáticos encontrados en el fabuloso yacimiento de Valencina de la Concepción. Las pinturas de Laja Alta también muestran navegación a vela durante ese periodo en el estrecho de Gibraltar. Hablamos pues, de una cultura atlántica que explotó los metales de Sierra Morena, que navegó y que dejó abundantes restos arqueológicos en forma de megalitos, que sin duda asombrarían a los primeros navegantes fenicios y griegos. Y parece que a mediados/finales de la Edad del Bronce, al menos en el sur de la península ibérica, algo catastrófico hubo de acontecer, vista la aparente disminución de población y restos que la arqueología muestra. ¿Y si, entonces, la Atlántida, como cultura, fuera esa inequívoca cultura atlántica/megalítica que finalizara en el Bronce lo que es, por cierto, coherente con el relato platónico? Otra cosa sería la de si existe, o no, su capital Atlantis, así como su posible descubrimiento arqueológico, lo que resulta menos importante, por ahora, que el encajar la cultura atlante y sus evidencias materiales. Dado que el megalitismo atlántico responde a la mayoría de los postulados platónicos, estaríamos ante una posible encarnación material del mito que siempre estuvo ahí, y nosotros sin que nosotros supiéramos apreciarla.
Por eso, parece recomendable que la próxima edición de los cursos de verano sobre la Atlántida, como cultura protohistórica del Atlántico, – y así nos lo ha anticipado su director, José Orihuela -, verse sobre la cultura megalítica en sentido amplio, incorporando, también, algún académico portugués. Fruto de sus debates, quizás podríamos avanzar en un quinto postulado, el del comprender a la cultura atlante como expresión de la cultura megalítica atlántica. También parece oportuno debatir sobre las primeras navegaciones, un campo arqueológico novedoso y en el que tanto existe por descubrir. Quizás, una vez asentado el paradigma cultura atlante/ cultura del Atlántico, pueda llegar en el futuro el momento de debatir sobre su posible centro Atlantis.
Para que nuestra mirada cambie deben cambiar algunos de los paradigmas que la condicionan. Y corresponde a la universidad y a sus científicos el dilucidar realidad y falsedades a través del método científico. De ahí la importancia del aldabonazo académico que suponen estos cursos de verano, con epicentro en La Rábida atlántica, corazón universitario de Palos de la Frontera. Y es que el desarrollo local no es solo agricultura, industria y turismo, que también, sino que, sobre todo, en la actualidad, es conocimiento, y a ello nos aplicamos.
Y resulta hasta poético. Quizás la Atlántida estuvo siempre ahí y nosotros fuimos la que no la supimos ver. AL fin y al cabo, también América, desde siempre, se encontró al otro lado del Atlántico y no la veíamos. Tuvo que ser en La Rábida donde se encajara la pieza final del puzle que faltaba para descubrirla.