El tema que apunta Manuel Pimentel sobre la ciudad vertical es muy interesante y permite reflexionar sobre los modelos de ciudad. Una cosa que siempre me ha sorprendido es que el urbanismo siempre lo hemos visto desde el punto de vista municipal y así lo hemos estudiado, casi exclusivamente desde el punto de vista jurídico, desde el punto de vista de la norma a desenmarañar o la norma a respetar, olvidando los aspectos psicológicos (en cuanto a procurar una vida más feliz a la gente y un mejor desarrollo personal) y sociológicos (en cuanto al favorecimiento de las relaciones sociales en la comunidad, a la forma de sentirse ‘comunidad’).
Hablamos del “planificador” en abstracto como de un ente casi paranormal, ya que nos referimos a aquellas instituciones que toman la decisión, pero no nos referimos a nadie en concreto. Tratándose de actos complejos, que exigen la concurrencia de varias o muchas voluntades y la participación pública, en realidad nadie finalmente se siente el responsable del resultado final. Es mucho pensar que cuando se acomete un Plan General por los políticos se tiene una idea clara de lo que se quiere. En la mayoría de los casos se otorga un cierto margen de maniobra al equipo redactor, que propone soluciones para problemas elementales como la forma de asegurar que puedan haber viviendas respetando la legalidad. Tranquilizamos la conciencia pensando que finalmente habrá viviendas donde pueda vivir la gente que y que podrán ser compradas. Que la comunidad obtendrá suelo para hacer viviendas sociales y se harán parques, escuelas y campos de deportes. Nunca he observado que se hayan debatido aspectos colaterales como el modo de que las personas sean más felices, tengan mejores relaciones y tengan una vida más sana, todo, a precios no especulativos que no les obliguen a ser esclavos de por vida para pagar el tributo al más listo-especulador del pueblo.
Sólo apuntaré que la vivienda es el lugar-refugio de las personas. Y por mucho que sea mucho más eficiente el transporte en la ciudad vertical, también es cierto que probablemente la ciudad-nicho en nada favorece el desarrollo de la personalidad: vivir en cubículos de 30, 50, 80 o 100 m2, como si se tratase de panales no parece posible quizás sin sentir algo de claustrofobia o impotencia. Cualquier persona cabal prefiere tener, aunque sólo sean, cinco metros de jardín en el que ver crecer unos geranios, ver las estrellas en las noches oscuras e incluso charlar con el vecino que pasa casualmente junto a tu puerta mientras poda las flores. Eso no ocurre en un piso o apartamento. En éste uno se encierra entre cuatro paredes y se limita a soportar los ruidos de los vecinos; siempre hay alguien aporreando una pared, alguien gritando o alguna televisión con el volumen más alto de la cuenta. Ese ciudadano que vive en el piso-nicho, ni siquiera sale en muchas ocasiones a la calle a determinadas horas cuando se trata de un barrio peligroso o siente que es así. Y ni siquiera sabe en muchas ocasiones quién es el que vive (si es que se puede llamar vivir) en la puerta o el piso de al lado.
El tema ciudad habitable, ciudad vertical, horizontal, mixta, etc, tiene muchas implicaciones y aristas para valorar, por eso lo extenso del debate. Alexander Mitscherlich, Catedrático de Psicosomática de la Universidad de Heidelberg, en un interesante y ya viejo libro titulado “La inhospitalidad de nuestras ciudades” (Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, 1969), trata el tema de la vivienda y la ciudad desde el punto de vista de la psicología. Y recuerda cosas como que “la sofocante estrechez de las relaciones en las aldeas y en las ciudades pequeñas ha sido sustituida por el aislamiento de muchos habitantes de ciudad. Ese aislamiento se percibe como un sufrimiento, aunque no guste admitirlo…. El ocupar de manera desconsiderada y brutal los agujeros libres que quedan entre los edificios…. en lugar de meditar sobre qué es lo que los habitantes ven propiamente cuando se asoman a las ventanas de sus viviendas, compradas a precios caros o alquiladas por sumas horrendas: esto representa una demostración… de una situación hundimiento de la sociedad”. Añade que “la mezquindad con la que se construyen nuestras casas es también culpable …/… de la prematura mutilación de la iniciativa del niño. … De ese modo los adultos … fuerzan cada vez más al niño a una quietud que le resulta innatural…/… la planificación mercantil de nuestras ciudades se realiza evidentemente tan sólo para un único tipo de edad: para el adulto capaz de trabajar, e incluso aquí, se realiza de manera defectuosa. La manera en que el niño se convierte en adulto es algo que parece ser un factor despreciable”
Probablemente muchos de los que abogan por esa ciudad ecológica-vertical lo hacen como divertimento intelectual y de conformidad con el deber ser de la nueva religión, el ecologismo, olvidando que quizás estemos llegando a un extremo en el que se da tanta importancia al entorno que se llega a olvidar que el hombre también pertenece al entorno y a la naturaleza, que también es un ser vivo. Lo más seguro es que muchos que hacen esas digresiones ecológicas viven en preciosos chalés en las afueras, con jardín y piscina y, probablemente tres o cuatro coches por familia.
Hay valores ecológicos a defender, evidentemente. Pero seamos conscientes de la densidad km/habitante en España. Estamos en uno de los países más despoblados de Europa. Y, siendo sincero, la ciudad vertical no nace como necesidad ecológica o eficiente, sino como realidad económica de máximo beneficio al aprovechar un escaso suelo para obtener el máximo rendimiento, como medio de rentabilizar un suelo del que se han lucrado y siguen haciéndolo los tiburones inmobiliarios, especuladores puros que se dedican a multiplicar por mucho la inversión inicial a corto plazo. Probablemente, entre otras razones porque se permite comerciar con este suelo sin casi control debido a la absurda normativa urbanística hispana que no permite que exista algo más de libertad y en la que por otra parte no se aplican sistemas de control serios.
Está claro que en muchas ciudades sobra suelo que no tiene apenas valor paisajístico ni ecológico. Prefiero humanizar la vivienda, ver el cielo, ver crecer unas flores y tener la bici en a puerta a pie de calle que ser cien por cien eficiente en el transporte. Urgirá encontrar además –ya se está haciendo- modos de transporte sostenibles a la par que eficientes. En todo caso, asistimos ya a una revolución tecnológica de la que quizás no seamos aun conscientes, a medio plazo muchas personas van a trabajar a distancia (teletrabajo), se van a hacer muchas gestiones por internet y se van a limitar mucho las necesidades de desplazamientos en la ciudad. Además, ¿por qué no plantear la limitación del crecimiento de algunas ciudades para que sean más habitables? ¿Porqué no intervienen con decisión los departamentos de ordenación territorial de las CCAA?. Ejemplo: el Alcalde de Zaragoza manifestó su empeño en convertir a la ciudad en la tercera urbe española. Me pregunto para qué. ¿Se va a vivir mejor en Zaragoza si así fuese?. Zaragoza, en la actualidad tiene más de 600.000 habitantes. Aragón, 1.200.000, o sea la ciudad es la mitad de Aragón y tiene uno de los términos municipales más grandes de España ¿Es razonable mantener estos planteamientos? ¿Cuál es el límite poblacional de la ciudad habitable?
Por lo tanto, planeemos la ciudad, sí, pero tengamos en cuenta que la ciudad debe contribuir a la felicidad humana, la cual se favorece dotando de libertad a los individuos a la par que dándoles seguridad; favoreciendo el desarrollo de la personalidad, el conocimiento de la naturaleza, las relaciones sociales y cualquier factor que pueda contribuir a mejorar a las personas haciéndolas más amables y más solidarias.
El título del artículo es muy adecuado para definir a las ciudades españolas, ya que generalmente son habitables pero «invivibles». Yo soy un urbanita de 3 generaciones, nacido y criado en ciudad que no soporta vivir en ninguna desde hace más de 12 años, y que solo va ocasionalmente a alguna de ellas. El cúmulo de agresiones sensoriales (no solo negativas) que recibe uno al moverse por una gran urbe, puede provocar tal