Cornadas y cinturones

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Cornadas y cinturones

El bienamado Estado Protector, velando por mí, me obliga a ponerme el cinturón de seguridad cuando circulo, a no sobrepasar los 50 km/h en ciudad (ahora ya en muchas calles 30 km/h), a tener un extintor en la escalera, a no fumar en casi ninguna parte y en fin, me obliga y me prohíbe un montón de cosas. El Estado me quiere, estoy realmente emocionado.

Si quiero gobernar una embarcacioncilla aunque sea de medio pelo, necesito el título de patrón de embarcación de recreo. Me hace exámenes médicos y psicológicos para permitirme conducir, incluso exige un seguro para tener un perro potencialmente peligroso. En fin, el adorable Estado me protege de mí mismo hasta límites realmente preocupantes. En los periódicos de hoy se publica la noticia (véase p. ej. El Mundo de 16/7/2010) de que “Sanidad planteará que se prohíba vender bollería y refrescos en los colegios” – Estrategia contra la obesidad infantil – ¿No acabaríamos antes aprobando) un Real Decreto en el que se estableciese el menú de cada ciudadano para cada día de la semana?

Y bien, acaban de terminar los Sanfermines y las Fiestas de la Vaquilla de Teruel, por poner un ejemplo. Ambas fiestas tienen tres elementos en común: las fechas, que son en parte las mismas; el alcohol, que discurre en cantidades industriales; y los toros / vacas / vaquillas. Sólo son dos ejemplos, porque realmente hay muchos más.

A los Sanfermines acuden gentes de todo el mundo. Pamplona nunca estará suficientemente agradecida al novelista Ernest Hemingway o al cineasta Orson Welles, ambos personajes de culto. Hispanos, europeos y anglosajones de todo el orbe son atrapados por la magia de San Fermín. Básicamente la magia consiste en la absoluta permisividad etílica que ni en broma se permitiría en sus educadas y limpias ciudades y por la adrenalina que se genera al ponerse delante de un cornúpeta de 600 kgs corriendo en medio de miles de personas.

Y me cuestiono la pregunta del millón: ¿cómo es posible que el Estado me obligue a ponerme el cinturón pero no le importe tres pimientos que me ponga delante de un morlaco de 600 kg? ¿No habíamos quedado que el Estado me quiere tanto? ¿Y si me pilla?

Por aquello de documentar la cuestión se me ocurre pensar quién paga los gastos sanitarios de un tipo de Kansas que es pillado por la vaca en la Calle Mercaderes. Y tecleo en Google “San Fermín gasto sanitario cornada” De momento no aparece nada significativo de lo que estoy buscando pero la tercera entrada corresponde a un artículo de El País de 2006. En el resumen de la entrada se dice: “Sanidad actuará si se mantiene la publicidad de macrohamburguesas … 23 Nov 2006 … Por otro lado, la ministra de Sanidad se refirió ayer la polémica suscitada por el PP sobre los inmigrantes y el gasto sanitario. …www.elpais.com/articulo/sociedad/Sanidad/actuara/…/Tes – En caché”

Si tecleo “Quien paga el gasto sanitario de una cornada en San Fermín”, la primera entrada hace alusión al tabaco: “El coste sanitario y social del tabaco es ya de 433 euros por … 22 Abr 2009 … «Este formidable coste no lo pagan solo los fumadores, sino todos los españoles en la medida que repercute en … SAN FERMÍN -La carrera del día · -Álbum de fotos … CORNADA DE LOBO Pedro G. Trapiello. AGENDA DE OCIO … www.diariodeleon.es › Sociedad – En caché”

Bueno, no voy a emplear más tiempo en saber quién paga una intervención de cornada del pobrecillo tipo de Kansas. Intuyo que el Servicio Público Sanitario. En España, gracias a Dios la atención sanitaria es universal (aunque está claro que no hay reciprocidad con muchos otros países).

Pero mi pregunta sigue quedando en el aire. ¿Por qué se permite correr delante de un toro de 600 kg a cualquier esgarramanta y sin embargo, a ese mismo fulano se le obliga a ponerse el cinturón de seguridad de su coche si alquila uno y se va de Pamplona a Villaba? La reflexión que someto a debate es: ¿hasta dónde me debe proteger el Estado de mí mismo y en qué casos?

5 Comentarios

  1. Se trata de un asunto importante para nuestras vidas que curiosamente siempre se ha dejado fuera del debate político en los Partidos, los cuales, por lo visto, tienen otros intereses muy diferentes, como por ejemplo: «reconducir» la sentencia que ha dictado su TC, aunque sean de obligado cumplimiento las Resoluciones judiciales (artículo 118 de la Constitución).

    Mi respuesta a la pregunta final que plantea Ignacio, es bien sencilla:

    El Estado carece de legitimidad para protegerme de mi mismo y no hay excepciones. Como sostenía Escohotado, de piel para dentro, comienza nuestra exclusiva jurisdicción y allí somos soberanos absolutos de nuestro cuerpo.
    De hecho, si yo me suicido, el Estado no tiene capacidad real para sancionarme, aunque haga lo que haga con mi cadáver, la sanción solo podría recaer efectivamente sobre mis allegados, en su caso. Ergo, si carece de poder frente al daño total que me puedo infligir ¿Como defender su potestad frente a los daños parciales que me puedo hacer, como por ejemplo arañarme ahora en la cara o los supuestos que apunta Ignacio sobre comida, tabaco, etc.?

    Las contradicciones que vemos en materia de intervención estatal versus responsabilidad exclusiva individual, solo son posibles en sociedades con poblaciones fuertemente idiotizadas, y previamente deseducadas y maleducadas, especialmente para la libertad.

    Muchos miles de personas mayores que no tienen coche ni conducen, mueren en España cada año, a causa de la contaminación atmosférica, sin que el Estado tutor o tutelar las proteja o indemnice. Antes bien, «protege» a los conductores de si mismos, prohibiendo la conducción de vehículos sin cinturón y en cualquier caso, les paga con dinero de todos, los gastos sanitarios, aunque se accidenten por su propia culpa.

    Por el contrario: aunque las normas prohiben tocar el claxon, conducir de determinada manera y producir determinados niveles de ruidos; después de determinados partidos de fútbol, podemos ver como esas prohibiciones se dejan simplemente de aplicar y se producen voluntariamente daños y molestias a otras personas, sin que tal excepción esté prevista en la Ley. Es decir: las costumbres por encima de las Leyes, en la linea de lo que comentaba un compañero, en un artículo reciente de este mismo Blog; y esto sucede, cuando los políticos nos vienen contando desde hace ya decenios, que España es un Estado de Derecho.

    Podríamos estar un buen rato con esta casuística, pero vale decir para terminar, que el Estado no es tan racional y tan bueno como se nos presenta. Yo desde luego, tengo una imagen menos hegeliana y más nietzscheana del mismo
    («El Estado es el más glacial de los monstruos, miente friamente, y de su boca sale esta falacia: yo, el Estado, soy el pueblo») o más bakuniniana («El Estado es el hermano menor de la Iglesia»). En todo caso, no me cabe duda de que cualquier progreso moral de la humanidad, pasa necesariamente por poner ambas instituciones en su justo sitio que por decirlo en pocas palabras, no es otro que el carril de su progresiva constricción y desaparición.

  2. Excelente comentario Ignacio. Muchos te agradecemos que plantees debates actuales y políticamente incómodos para que, como mínimo, dediquemos unos minutos a pensar sobre ello.
    Comentar los fallos del sistema es el primer paso para mejorarlo.

  3. Pero siempre que el libertinaje coletivo esté dentro de las pautas borreguiles tradicionales o socialmente aceptadas por la tribu, porque si no, ni lo uno ni lo otro. Por ejemplo: un Ayuntamiento dará toda clase de facilidades para una concentración de motos o unas interminables sesiones de fuegos y petardos, procesiones, romerías, etc., que produzcan toda clase de transtornos al aparcamiento, a la circulación, a la tranquilidad ciudadana, a la salud humana y ambiental, con emisión de gases contaminantes y daños auditivos y psíquicos; pero jamás autorizará una pacífica orgía en la vía pública.

  4. En la sociedad española de hoy, yo veo un caso límite de hasta donde pueden quedar pervertidos los ideales republicanos de la Revolución Francesa:

    *La libertad individual, no es de conciencia o espiritual, sino que queda reducida o bien al Mercado (por ejemplo, ahora se vuelve a hablar en España más que nunca de libertad, porque hay una masa de sanguinarios que quiere que se puedan practicar y ver torturas y matanzas en directo,sin restricción alguna, si se está dispuesto a pagar dinero por ello); o bien a los grupos que manejan los Partidos Políticos y las Administraciones Públicas, para que puedan hacer lo que les da la gana, prescindiendo de la Constitución, de los derechos fundamentales de todas las personas y de la voluntad del pueblo español.

    *La igualdad, no es igualdad de derechos ante la Ley de todos los ciudadanos españoles, sino que se aplica al ámbito educativo y cultural, imponiéndose una «educación obligatoria» y deformante (si es que no es una reclusión forzada de menores para que no queden en la calle y los padres puedan trabajar), que aspira a fabricar unos tipejos parecidos en cuanto a pequeños, mediocres y adoctrinados; donde se desincentiva el esfuerzo por la superación, el desarrollo personal, el afán de excelencia, la distinción individual, la selección, el libre examen, la investigación, el debate, la crítica y la reflexión. A lo que se añade la homogeneización tribal que llevan acabo las CCAA, gracias a sus competencias en materia educativa y cultural, que amenaza con dejarnos una generación de españoles sumidos en una crísis identitaria y llenos de prejuicios y carencias formativas, que solo podrán trabajar en su región (en el mejor de los casos, pues tal como vamos, puede que tengan que elegir entre no hacer nada o hacer daño), incapacitados para desenvolverse en el exterior.

    *Por último, la fraternidad entre ciudadanos, en el suelo patrio, queda circunscrita al colegueo entre delincuentes y cómplices: no aplicar la Ley, no denunciar, hacer favores en contra del interés general, taparse las infracciones los unos a los otros, solidarizarse con los corruptos, si forman parte de la mafia propia, ser comprensivos con los déspotas por un lado, y con las barbaridades de la chusma, por otro, cuando se trata de familiares, amigos, vecinos, clientes, cristianos o votantes, etc, etc, etc.

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