Debate Preocupante en Bruselas

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Debate Preocupante en BruselasDe la aprobación del Tratado de Lisboa depende la conformación del futuro de la Unión europea. No voy a contar en este blog los avances que se contienen en él respecto de la situación actual porque ya los periódicos se han ocupado de resumirlos para el público no especializado. Prefiero contar lo que yo he vivido esta semana en Bruselas. Se ha celebrado “minipleno” (en Bruselas no se les puede llamar “plenos” porque estos son monopolio de Estrasburgo) y, entre los puntos del orden del día, se hallaba el debate acerca del resultado del referéndum irlandés en el que, como se sabe, aquel pueblo se ha pronunciado de forma favorable al texto propuesto.

Hay que decir que los debates en el Parlamento europeo son muy flexibles, nada que ver con la rigidez y el envaramiento de los que se producen en otros, el español, por ejemplo. Los diputados pueden intervenir ágilmente y como muestra cito mi propio ejemplo: siendo diputado único de un partido pequeño y alojado en un grupo minoritario he hablado en dos de los tres plenos en que he estado presente. Otro asunto es el del número de diputados que asistimos y nos sentamos en nuestros escaños del hemiciclo. No sé si se difunden imágenes pero suele estar bastante vacío, habitualmente no llegamos a doscientos de setecientos y pico. ¿Dónde están los demás? Algunos puede que estén paseando por la ciudad (aunque lo dudo pues para todos está muy vista), la inmensa mayoría toman parte en otras reuniones que se celebran de forma paralela, o siguen los debates desde sus despachos a través del circuito de la televisión y tan solo se acercan al hemiciclo para votar.

En el de esta semana los primeros discursos corrieron a cargo del presidente del Gobierno sueco (presidencia de turno, como se sabe) y del presidente de la Comisión. Fueron las suyas palabras bastante convencionales: alegría por el resultado y convicción acerca de un final feliz. Discursos bien trabados pero con escaso jugo. Es cierto que tampoco podían decir mucho más.

Otra cosa fue el debate que siguió. Las intervenciones de los grupos mayoritarios, popular, socialista, liberal y verde, coincidieron en felicitarse por el éxito y en desear al presidente de la Comisión y al del Parlamento que se saldaran positivamente las negociaciones que estaban llevando a cabo con los gobiernos polaco y checo, últimos que quedan por firmar (en el momento que redacto esta nota). Hasta ahí todo normal.

Sin embargo, lo que más alarma me produjo fue la virulencia de los antieuropeos (ojo: no solo anti Lisboa), especialmente el nuevo grupo de los conservadores británicos (escindidos del partido popular europeo) y el eco que hallaron en algunos diputados que se levantaron a aplaudir posiciones ferozmente contrarias a las instituciones. Oír eso allí, en una sesión del Parlamento europeo, es -nadie lo negará- bastante fuerte.

Mi posición fue clara y me permito repetirla en esta sede: dije que el Parlamento europeo debe ser el Palacio de la quimera y de los sueños y que objetivos aparentemente inalcanzables se habían logrado a lo largo de los últimos cincuenta años. El voto irlandés nos debe dar fuerzas para avanzar con resolución hacia una Europa fuerte y federal (este último adjetivo es muy importante). Solo así -señalé- “cumpliremos el testamento de los padres fundadores”, gracias a cuya imaginación y perseverancia “podemos estar sentados todos nosotros aquí en este momento”.

Y es que la vuelta al pensamiento de estos hombres me parece capital en estos momentos de cierta confusión y de algún desánimo. Invoco los manes de Monnet, de Schumann, de Adenauer, de De Gasperi… Siendo muy consciente de las dificultades pero siendo también consciente de que solo “per aspera” se llega “ad astra”, es decir, a las estrellas, a esas que conforman la bandera europea.

2 Comentarios

  1. Parece mentira que a veces las instituciones, gobernadas por personas a las cuales se les supone una inteligencia superior a la media, no ven lo evidente. Antes de la última ampliación se debería haber realizado la reforma de las instituciones y no una vez dentro los países del Este que más que europeístas son atlantistas.

  2. En algunos países quizá se puedan permitir el lujo de no ser europeistas, y ya sabemos que hay necios en todas partes, pero para los españoles Europa ha sido, es y pienso que será una tabla de salvación o una patera con la que acceder a una sociedad mejor y con la que deshacernos de algunas taras «sureñas» que nos lo impiden desde nuestro interior; incluso puede hacer de barrera frente a la disolución de España, en una especie de ex-Yugoeslavia, sin guerra declarada, pero con algunos muertos en el camino.

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