El tradicional debate en toda crisis sobre el cambio de ciclo económico ha dado paso hoy a otro bien distinto, el del cambio de modelo productivo. Un cambio de modelo provocado y exigido por una crisis sistémica, algo que se antoja mucho peor que las habituales crisis cíclicas. Y es que si una crisis cíclica es la antesala de tiempos mejores, de volver a recorrer caminos conocidos, lo de sistémico parece impedir pensar en unos buenos tiempos que vendrán. Tras una crisis sistémica el futuro no parece previsible y, cuando tiene la virulencia de la actual, casi parece que no hay futuro.
Demasiadas cosas están cambiando en el país para obviar una realidad que el tiempo, aceleradamente, está imponiendo. Nos hallamos inmersos ante una revisión en profundidad del Estado de bienestar penosamente construido en la Europa de la segunda mitad del siglo XX, ante una auténtica inmolación de lo público y ciudadano en la pira del capitalismo global, eso que ahora llaman “los mercados” como si de un dios omnipotente y omnipresente se tratase. Sí, demasiadas cosas parecen estar cambiando.
Acaso una de las causas determinantes de la exposición del sistema financiero y de la crudeza de la crisis en nuestro país está en la práctica urbanística. Por eso es lógico que uno de los factores decisivos del cambio de modelo productivo ha de hallarse en el urbanismo. El Ministerio de Vivienda acaba de difundir el Libro blanco de la sostenibilidad del planeamiento urbanístico español. Se trata de un documento no muy extenso que trata de contribuir a la consecución de un cambio de modelo territorial y urbano que, en esencial, apueste por la rehabilitación y la renovación de la ciudad ya existente frente a la construcción nueva, limitando el despilfarro de recursos de todo orden. Avanza pues por el camino iniciado por la Ley 8/2007, de 28 de mayo, de suelo, identificando las disfunciones presentes en el planeamiento desde la perspectiva de la sostenibilidad y concretando los criterios que la concretan. Y lo hace desde la reflexión sobre la distribución competencial misma, sobre el alcance de las competencias normativas estatales y autonómicas.
Las propuestas del Libro blanco se concentran en el “decálogo a favor de un urbanismo más sostenible”. Ese decálogo es el que incorpora un potencial transformador del planeamiento y del conjunto del urbanismo que tiene repercusión en todos los niveles de Gobierno. Esos diez puntos, que me limito a enunciar aquí con alguna acotación, remitiendo al lector interesado al documento en cuestión, son los siguientes:
1) Imbricar estrechamente la competencia urbanística y ambiental potenciando así el papel del Estado.
2) Consolidar el nuevo esquema de relación entre el derecho de propiedad y el planeamiento urbanístico impidiendo que la mera aprobación de éste asigne plusvalor a aquél.
3) Superar demarcaciones administrativas como referencia de planeamiento, de manera que, dada la relevancia de las exigencias ambientales, el ámbito de los planes y los responsables de la regulación, gestión y control se corresponda con unidades naturales.
4) Replantear el contenido y la relación de la planificación territorial con la planificación urbanística. La planificación territorial debiera incorporar una ordenación estratégica, a largo plazo, y otra operativa, vinculada al programa de gobierno en cada momento.
5) Cambiar las características del plan de urbanismo en sentido análogo al expuesto para la planificación territorial. El plan de urbanismo debe incorporar una planificación estratégica, especialmente vinculada a los objetivos de sostenibilidad, y otra operativa, a más corto plazo y más vinculada a objetivos políticos.
6) Necesidad de seguimiento del plan. El planeamiento urbanístico no puede quedar abandonado a su suerte, en manos públicas o privadas. Si es un instrumento público, que plasma opciones políticas y aspiraciones ciudadanas, ha de ser objeto de seguimiento permanente mediante fórmulas participativas.
7) Potenciación de la información y participación ciudadanas tratando específicamente de desburocratizarla, fomentando una participación amplia y transparente, bien informada, de la ciudadanía en la toma de decisiones.
8) Implantación y evaluación de los criterios o indicadores de sostenibilidad del planeamiento. Tales criterios, que el Libro blanco analiza en la normativa urbanística de todas las Comunidades Autónomas, se estructuran en los de carácter territorial y los de carácter estrictamente urbanístico:
a) Criterios de carácter territorial: reordenar usos agrícolas, potenciar agricultura y ganaderías periurbanas de proximidad, rentabilizar la vuelta a los usos ganaderos tradicionales no estabulados, reordenar sistemas de distribución y comercialización de productos agrícolas y ganaderos, reconvertir áreas agrícolas degradadas en forestales y dificultar el uso del territorio dedicado al turismo basado en su consumo.
b) Criterios de carácter urbanístico: reducir significativamente el consumo de suelo, evitar la dispersión, complejizar las áreas urbanizadas, controlar los estándares y densidades definiendo horquillas de valores y no mínimos o máximos, rehabilitar, renovar partes de la ciudad, favorecer la vivienda en alquiler y diseñar con criterios bioclimáticos.
9) Promover el uso eficiente de un patrimonio inmobiliario sobredimensionado que genera viviendas sin uso y personas sin vivienda. Esta cuestión resulta del cambio de modelo querido, menos expansivo y más rehabilitador de lo edificado y renovador de la ciudad, más dirigido al alquiler que a la venta, a la vivienda protegida que a la libre.
10) Asunción de la crisis de un modelo inmobiliario insostenible y necesidad de cambiarlo. Éste último punto del decálogo es, realmente, el objetivo subyacente en el conjunto de políticas que viene impulsando el Ministerio de Vivienda.
Probablemente, el impacto mediático que producirá el Libro blanco de la sostenibilidad en el planeamiento urbanístico español será limitado. Pruebas de stress de entidades financieras, corrupción y desafecciones dan mucho más juego mediático y político. Pero ahí queda. Contamos con un documento que afronta el análisis de la situación sin eludir cuestiones problemáticas, con riesgos, con opciones. El tiempo, elecciones mediante, dará o quitará razones.
Tenemos un Gobierno más aficionado a los libros blancos, los observatorios, los pactos, las mesas de negociación, las reuniones, las conferencias y otras cosas por el estilo, que a la tarea de gobernar que requiere tomar decisiones. También es verdad que cuando este Gobierno las toma, eso puede ser incluso peor, véase por ejemplo: la chapuza del RDL que rebajó el sueldo a los funcionarios, para tranquilizar a «los Mercados», los cuales sienten una especial antipatía por nosotros que se agudiza en extremo, cuando peligran sus intereses económicos.
Sï el Gobierno se ha creído que con la elaboración de un libro blanco se va a evitar las críticas, conmigo lo tiene crudo. Igual que un «Texto Sagrado» como la Biblia contiene incitaciones a la violencia, un «Libro blanco de la sostenibilidad» como el que nos presenta Julio, vemos que contiene apelaciones a lo insostenible, cuando habla de potenciar ganaderías. La contribución de la ganadería a la contaminación y al cambio climático, es superior a la del transporte (y ya es decir). La ganadería es el sector más insostenible del Mundo desde un punto de vista ambiental, pero también es insostenible desde un punto de vista económico y está detrás de la gravísima crísis alimentaria que padece la humanidad desde hace mucho tiempo. Parece mentira que tenga que decirle yo esto al gobierno nacional de la 8ª potencia mundial, como si no tuviera suficientes asesores regados con millones de euros, capaces de leerse por ejemplo los informes de la FAO. Pero ya lo veis, estamos «gobernados» por un conjunto de paletos tradicionalistas, reconvertidos de la noche a la mañana en niños pijos desinformados que viven en la inopia de sus moderneces, inmersos en sus contradicciones, de espaldas a la realidad global y sin perder su mentalidad medieval.
Posdata: no han sido publicados 2 comentarios míos en relación con los últimos artículos de Miguel Angel Gimeno y Jesús Santos, lo cual se debe supongo, a las vacaciones del Administrador del Blog y no a ningún tipo de censura ideológica.
«Ante una auténtica crisis alimentaria global»
JEREMY RIFKIN 10/06/2002
Los ministros de Agricultura de todo el mundo estarán reunidos en Roma desde hoy hasta el jueves con motivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. El encuentro, promovido por la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se centrará en la grave cuestión de cómo alimentar a una población en aumento en el próximo siglo. En la cumbre habrá cientos de discursos y de talleres sobre cómo enfocar un desarrollo sostenible y poner algo de comida en las bocas de los cerca de mil millones de seres humanos que en la actualidad sufren de desnutrición. Sin embargo, más interesante que el orden del día será el propio menú. Tanto en las cenas oficiales como en las reuniones de las ONG se espera un elevado consumo de ternera y otras carnes. Y es aquí donde residen la contradicción y el reto al que se enfrentan los delegados, y el resto de nosotros, a la hora de estudiar cómo alimentar a nuestros semejantes.
Cientos de millones de personas en todo el mundo pasan hambre todos los días porque gran parte de la tierra arable se utiliza para cultivar cereales para piensos, para animales, en vez de cultivar cereales alimentarios para las personas. Y las vacas, los cerdos, los pollos y demás ganado alimentado con estos piensos son consumidos por los más ricos del planeta, mientras que los pobres se mueren de hambre. En el último medio siglo, nuestra sociedad global ha erigido una escala de proteínas mundial artificial, en la que el vacuno y otros animales alimentados a base de cereales se sitúan en el peldaño superior. Hoy en día, las poblaciones ricas, principalmente en Europa, Norteamérica y Japón, están encaramadas en lo más alto de esa cadena alimentaria, y devoran la riqueza del planeta. La transición que ha experimentado la agricultura mundial, de los cereales alimentarios a los cereales para pienso, supone una nueva forma de perversidad humana, cuyas consecuencias pueden ser mayores y más duraderas que cualquier otro ejemplo anterior de maldad infligida por el hombre a sus semejantes.
Actualmente, más del 70% de los cereales producidos en Estados Unidos se destina a la alimentación de ganado, la mayoría vacuno. Desgraciadamente, dentro de los animales domésticos, el ganado vacuno es uno de los transformadores de pienso más ineficaces. Son devoradores de energía y a menudo se les considera los ‘Cadillacs’ de los animales de granja. Hacen falta más de cuatro kilos de pienso para que un novillo de engorde gane cerca de medio kilo de peso. De estos cuatro kilos, ‘2,7 son piensos constituidos por cereales y subproductos y 1,3 kilos son forraje’. Esto significa que sólo el 11% del pienso se transforma en carne de vaca, y que el resto se quema como energía en el proceso de conversión, ya que se utiliza para mantener las funciones corporales normales o se excreta o absorbe en partes del animal que no se comen, como el pelo o los huesos.
Se calcula que cuando un novillo de engorde está listo para ir al matadero, habrá consumido más de 1.200 kilos de cereales y pesará alrededor de 470 kilos. Actualmente, en Estados Unidos se destinan 157 millones de toneladas métricas de cereales, legumbres y proteínas vegetales aptas para uso humano para alimentar al ganado que producirá los 28 millones de toneladas métricas de proteínas animales que consumen los seres humanos anualmente.
El vacuno y otros ganados devoran gran parte de los cereales cultivados en el mundo. Cabe destacar que éste es un fenómeno agrícola nuevo, distinto a todo lo que se ha experimentado anteriormente. Curiosamente, la transición del forraje al pienso se ha llevado a cabo sin apenas generar debate, a pesar de haber tenido un impacto más fuerte en las políticas de utilización de la tierra y de distribución de alimentos que cualquier otro factor en los tiempos modernos.
La demanda mundial de cereales-pienso sigue aumentando, pues las multinacionales persiguen aprovecharse de la demanda cárnica de los países ricos. Dos tercios de los incrementos en la producción de cereales en Estados Unidos y Europa entre 1950 y 1985, los años de la gran expansión de la agricultura, se destinaron a cereales-pienso, principalmente para vacuno.
En los países en desarrollo el tema de la reforma agraria ha aglutinado periódicamente a la población campesina y ha provocado levantamientos políticos populistas. No obstante, mientras la cuestión de la propiedad y control de la tierra ha sido un tema de gran importancia pública, el uso de la tierra ha tenido menor interés para el diálogo político. Aun así, la decisión de utilizar la tierra para crear una cadena alimentaria artificial, la más injusta en la historia, ha sumido en la miseria a cientos de millones de personas en el mundo. Es importante tener en cuenta que un acre [40,5 áreas] de cereales produce cinco veces más proteínas que un acre destinado a la producción de carne: cantidad que aumenta hasta diez veces en el caso de las legumbres (alubias, guisantes, lentejas) y hasta quince veces con las verduras de hoja.
Las empresas mundiales que fabrican las semillas, los productos químicos agrícolas y el ganado, y controlan los mataderos y los canales de marketing y distribución de carne de vacuno pretenden convencernos de las ventajas del ganado alimentado con pienso. Las campañas de publicidad y de ventas destinadas a los países en desarrollo no dudan en equiparar la carne alimentada a base de cereales con el prestigio de un país. Ascender en la ‘escala de proteínas’ se convierte en el listón del éxito que permite entrar a formar parte del club de élite de los productores situados en lo más alto de la cadena alimentaria mundial. Farm Journal, publicación estadounidense, refleja los prejuicios de la industria agrícola: ‘Parece que el primer paso que debe dar todo país en desarrollo es aumentar y diversificar su oferta de carne. Todos empiezan creando instalaciones para la producción de huevos y carne de pollo: la forma más rápida y barata de producir proteínas no vegetales. Después, tan pronto como su economía se lo permite, suben en la ‘escala de proteínas’ hasta llegar al cerdo, la leche y los productos lácteos, más adelante, al vacuno alimentado con pasto y, por último, si pueden, llegan al vacuno alimentado con cereales.
Animar a otros países a subir en la escala de las proteínas redunda en beneficio de los agricultores y de la industria agrícola estadounidenses. Más de un estadounidense se sorprendería si supiera que dos tercios del cereal exportado por Estados Unidos se destina a alimentar ganado en vez de alimentar a gente que pasa hambre.
Muchos países en desarrollo subieron por la escala de proteínas en el momento álgido de la expansión agrícola, cuando la tecnología de la ‘revolución verde’ producía excedentes de cereal. En 1971 la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sugirió pasarse al cultivo de grano grueso, que el ganado podía consumir con más facilidad. El gobierno estadounidense le dio un impulso adicional con su programa de ayudas externas, al vincular la ayuda alimentaria al desarrollo de mercados de cereales-pienso. Empresas como Ralston Purina y Cargill recibieron del gobierno préstamos a bajo interés para que abrieran instalaciones dedicadas a las aves de corral alimentadas con cereales en los países en desarrollo para, así, iniciarles en el ascenso por la escala de proteínas. Varios países siguieron el consejo de la FAO y han intentado mantenerse alto en la escala de proteínas incluso mucho después de que desaparecieran los excedentes de la revolución verde. La producción cárnica mundial se ha quintuplicado en los últimos 50 años.
La transición de la comida al pienso sigue en marcha en muchos países, sin visos de cambios a pesar de la creciente hambruna de una raza humana cada vez más desesperada. Las consecuencias humanas de esta transición quedaron dramáticamente reflejadas en 1984 en Etiopía, donde cada día morían de hambre miles de personas. La opinión pública no era consciente de que, al mismo tiempo, Etiopía estaba utilizando parte de su tierra agrícola para cultivar torta de linaza, de semillas de algodón y de colza y exportándolo como alimento de ganado al Reino Unido y a otros países europeos. Actualmente hay millones de acres de tierra en el tercer mundo que sólo se utilizan para producir piensos destinados al ganado europeo.
Es terrible que un 80% de los niños hambrientos en el mundo vivan en países con excedentes alimentarios, la mayoría en forma de piensos para animales que, a su vez, sólo serán consumidos por los más ricos. Hoy en día, un asombroso 36% del cereal mundial se destina a la alimentación de ganado. En los países en desarrollo la cuota de cereal para ganado se ha triplicado desde 1950 y sobrepasa el 21% del total de la producción de cereales. En China la cuota de cereal destinado al ganado se ha triplicado desde 1960, pasando del 8% al 26%. En México, la cuota ha aumentado en el mismo periodo del 5% al 45%, en Egipto del 3% al 31%, y en Tailandia del 1% al 30%.
La paradoja del sistema de producción alimentaria actual reside en que millones de consumidores ricos en el primer mundo fallecen por enfermedades relacionadas con la riqueza (enfermedades coronarias, infartos, diabetes y cáncer), provocadas porque se atiborran de ternera y otras carnes ricas en grasa alimentadas a base de cereales, mientras que en el tercer mundo la gente muere de enfermedades provocadas por la pobreza al negársele el acceso a la tierra para cultivar cereales con los que alimentar a sus familias.
Las estadísticas dan qué pensar. Se estima que 300.000 estadounidenses fallecen prematuramente cada año debido al exceso de peso, y estas cifras continúan aumentando. Según los expertos, si persiste esta tendencia, en pocos años morirán más estadounidenses debido a la obesidad que por el tabaco. Actualmente, el 61% de los estadounidenses adultos sufren de sobrepeso. Aunque se tiende a creer que sólo los estadounidenses están gordos, el hecho es que más de la mitad de la población adulta de entre 35 y 65 años en Europa también sufre del mismo problema. El exceso de peso afecta al 51% de la población del Reino Unido y al 50% de la población alemana. Y la cifra de obesos crece rápidamente en los países en desarrollo, en las capas más adineradas de la población. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la razón es ‘la extendida adopción del estilo de vida basado en hamburguesas ricas en grasas’. La OMS informa de que, actualmente, el 18% de la población total mundial es obesa, prácticamente la misma cantidad de gente desnutrida.
Mientras los consumidores ricos comen, literalmente, hasta morir, con dietas en las que abundan las carnes grasas, cerca de 20 millones de personas mueren cada año en el mundo debido al hambre y a enfermedades con ella relacionadas. Se calcula que el hambre crónica contribuye al 60% de las muertes infantiles.
Son muchos los que consideran que el consumo de grandes cantidades de vacuno y otras carnes alimentadas con cereales es un derecho básico y un modo de vida. La otra cara de la cultura de la carne, en la que miles de desplazados buscan desesperadamente algo que llevarse a la boca, nunca sale a relucir ante la opinión pública. Los consumidores de carne de vaca en el primer mundo están tan alejados de la cara amarga del complejo cereales/carne que no saben o no les preocupa el modo en que sus preferencias dietéticas afectan las vidas de los demás y la política de otros países.
La cuestión es ésta. En la Cumbre Mundial sobre la Alimentación se hablará mucho sobre cómo aumentar la producción de alimentos. Sin duda, las empresas biotecnológicas estarán presentes haciendo propaganda de sus ‘semillas milagrosas’ modificadas genéticamente. Los países del G-7 y las ONG hablarán de ampliar la ayuda alimentaria. Los países del sur hablarán de acuerdos comerciales globales más justos y de garantizar precios más altos para sus productos. Puede que incluso se debata sobre la necesidad de reformar las explotaciones agrarias en los países pobres. Lo que probablemente estará prácticamente ausente en los debates serán las preferencias alimentarias de los consumidores más ricos del mundo, que prefieren comer en el punto más alto de la cadena alimentaria mundial con dietas ricas en carnes grasas alimentadas con cereales, mientras sus semejantes del tercer mundo se mueren de hambre porque la mayor parte del suelo agrícola se utiliza para cultivar piensos para animales. Hace ya mucho tiempo que deberíamos haber iniciado un debate global sobre cómo promover una dieta vegetariana, diversificada y rica en proteínas para el ser humano.
Así que, cuando, el jueves, los delegados oficiales y las ONG finalicen sus reuniones diarias en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de la FAO y se sienten para cenar, la verdadera política alimentaria estará ahí, ante ellos, en sus platos.
Jeremy Rifkin es el autor de Beyond beef: the rise and fall of the cattle culture (Plume, 1992). Además, es presidente de la Fundación sobre Tendencias Económicas de Washington, DC.