En Teruel se han celebrado unas Jornadas, protagonizadas por los pequeños municipios, dedicadas a “la despoblación en España”. No he estado en ellas pero leo -interesado- la información que han proporcionado los periódicos.
Me parece una iniciativa apreciable. Porque en las intervenciones se abordó con acierto este grave problema que tiene en la España rural carácter “estructural”, como gustan decir los economistas. Provincias como Teruel, la ciudad anfitriona, y Soria han perdido en cincuenta años más del 40% de su población. Hay en España 4.000 municipios con menos de 500 habitantes lo que pone de manifiesto de manera inquietante el hondo desequilibrio que existe entre los mundos rural y urbano. No es esta circunstancia una singularidad española pues se da igualmente en otros países pero en España adquiere una dimensión especial.
Se han propuesto algunas soluciones técnicas como es la aplicación de un índice corrector sobre la participación de estos municipios pequeños en los tributos del Estado y otras medidas económicas, tal la previsión de bonificaciones fiscales para los residentes y para las empresas instaladas en ese medio rural afectado por la despoblación. A quien guste de estudiar nuestro pasado advertirá que, al cabo, se trata de hacer algo parecido a lo que ya pusieron en práctica los reyes medievales al crear municipios en los territorios conquistados a los musulmanes a lo largo de la Reconquista: otorgar privilegios a sus moradores. No debe extrañarnos pues Eugenio D´Ors lo dejó escrito de forma enigmática pero aguda: “en la Historia lo que no es tradición, es plagio”.
Bienvenidos sean estos alivios financieros y estas medidas de fomento. Pero los problemas de los municipios de los que la población ha desertado exigen ser alojados en un escenario con muchos ingredientes, un escenario -podríamos decir- complejamente decorado. Sería bueno que quienes andan empeñados en estos momentos en la redacción de una nueva ley de bases del régimen local se ocuparan de acoger en ellas fórmulas imaginativas cediendo el protagonismo en este punto a las Comunidades autónomas pues están en condiciones de conocer mejor los problemas de su territorio y de sus asentamientos de población que -preciso es reconocer- en España varían mucho.
Poblar territorios, asentar en ellos individuos de carne y hueso es el resultado de políticas muy variadas. La demográfica que es una responsabilidad del Estado. La agrícola y ganadera que hoy es competencia fundamentalmente de las instituciones europeas. Ha sido este el pilar fundamental de la actividad de esas instituciones desde que empiezan a dibujarse con cierta consistencia pues no se olvide que la PAC, es decir, la Política Agraria Común, se lleva la mitad del presupuesto de la Unión. Ha tenido sus aciertos y también sus errores pero su inspiración era evitar el éxodo masivo del campesino y el ganadero a la ciudad, imantados estos -con toda lógica- por sus prometedoras candilejas. Si algo se ha conseguido ha sido gracias a los instrumentos de esa política que previsiblemente conocerá un vuelco de modernización muy pronto.
¿Qué decir de la política de transportes? Si no podemos llegar y salir de un lugar es difícil hablar de su redención. Como lo es si no aseguramos servicios básicos como es el postal o la atención médica y veterinaria o el -a menudo- olvidado de las máquinas quitanieves para suavizar las angustias invernales de la alta montaña.
Y, atención, para el futuro que ya es presente: la llegada de la banda ancha con el fin de hacer realidad el “servicio universal” de acceso a Internet. Todos los textos legales lo recogen y lo mismo ocurre con los instrumentos que se aprueban en las instituciones europeas. Ahora tan solo falta su realidad en el terreno. Tan solo pero tanto …
Por último, a estas comunidades pequeñas es preciso dotarlas de medios para que puedan generar su propia energía e incluso venderla a la red nacional. El mundo de las renovables -la solar, la eólica, la biomasa- cobraría en ellas especial relevancia. Hay ya experimentos en Europa de pueblos que calientan el agua que necesitan con los excremenos de las vacas.
Lugar pequeño no es sinónimo de imaginación encogida.
Todo lo que pueda decir, lo dice mucho mejor la canción «Morir en la capital» del cantante uruguayo Pablo Estramín (1959-2007). Una belleza y verdades como puños:
http://www.youtube.com/watch?v=oLL6gN_NVsg