Las reflexiones que plasmaré en estas líneas tienen poco de originales y mucho de repetidas… sin éxito. Me refiero a los comportamientos de los conductores, que representamos un porcentaje muy elevado de la población, ante el paso de los vehículos denominados en servicio de urgencia, por el Reglamento General de Circulación, aprobado por Real Decreto 1428/2003, de 21 de noviembre y que, en muchos casos, reproduce lo que ya expresa el Texto articulado que desarrolla.

Sabido es que, conforme a los artículos 67 y siguientes de dicha norma reglamentaria, estos vehículos, tanto de titularidad pública como privada, tienen prioridad de paso sobre los demás y con respecto a otros usuarios de la vía, cuando se hallan de servicio, pudiendo circular por encima de los límites de velocidad y estando exentos de cumplir algunas otras normas o señales. Para ello, sus conductores, deben hacer uso ponderado de esta prerrogativa y sólo cuando circulen en prestación de un servicio urgente; cuidando, lógicamente, de no vulnerar la prioridad de paso en las intersecciones de vías o las señales de los semáforos, sin antes adoptar extremadas precauciones, hasta cerciorarse de que no existe riesgo de atropello o de colisión. Profesión arriesgada, precisada de una alta cualificación técnica, de unos nervios de acero y un punto de heroísmo.

Estos automóviles prioritarios, utilizados por los servicios de policía, extinción de incendios, protección civil y salvamento, y de asistencia sanitaria, pública o privada, que pueden valerse de señales acústicas y luminosas especiales, deben ser respetados por todos los conductores tan pronto perciban las señales especiales que anuncien su proximidad, debiendo, al efecto, adoptar las medidas adecuadas, según las circunstancias del momento y lugar, para facilitarles el paso, apartándose normalmente a su derecha o deteniéndose si fuera preciso.

No es una norma de urbanidad, ciertamente. Ni un mero deber moral o de solidaridad, aunque también. Es una regla positiva sancionable, por incumplimiento de la prioridad de paso, de acuerdo con el artículo 65.1.c) del Texto articulado, aprobado por Real Decreto Legislativo 339/1990, de 2 de marzo. Y cito el texto de rango legal ya que el Reglamento, incomprensiblemente, en el artículo 69 no dice nada acerca del carácter de infracción de las conductas contrarias a facilitar la preferencia de ambulancias o coches policiales o de bomberos. Lo que sí hace, en cambio cuando se refiere a el uso indebido de los vehículos de emergencia o de la fraudulenta actuación de conductores privados que simulan estar en situación comprometida o que, estándolo, no adoptan las cautelas y exigencias reglamentarias.

Y justamente comienzo con la picaresca a cuenta de las ambulancias, cuyas sirenas y destellos a todos nos impactan y hacen preguntarnos por quién irá dentro, en el deseo instintivo –y no sólo altruista, porque cualquier día pueden transportarnos a nosotros- de que la cosa no sea grave y la atención hospitalaria sea lo más rápida posible.

Hace pocos años, circulando por el madrileño paseo de la Castellana, vi subir a toda velocidad una ambulancia. Como todos los demás conductores del carril, me orillé a la derecha y no dejó de darme pena un turismo que, como manda la norma, llevaba puestos los intermitentes de emergencia y un pañuelo sacado por la ventanilla y que seguía, también a velocidad supersónica, al vehículo sanitario. Pensé en familiares muy próximos, angustiados por la situación. Pero el abatimiento se transformó en ira en pocos segundos al ver que el supuesto seguidor de la ambulancia, doblaba, saltándose leyes, reglamentos y semáforos, hacia la calle López de Hoyos, dejando a la ambulancia seguir en línea recta. En resumen, se trataba de un caradura irresponsable e insensible que, valiéndose de la desgracia ajena, había llegado a su destino en un tiempo récord.

Comentando este lamentable comportamiento con otras personas, más de una me confirmó que no era un hecho insólito en ninguna parte. Lo que ocurre es que no hay cámaras ni guardias suficientes en nuestras calles como para pillar a tamaños sinvergüenzas.

De forma similar –y por ello recuerdo ahora la anterior anécdota- hace un par de semanas, en una ronda interior de circulación de mi ciudad y en hora punta, cuando, a la vez que un motorista y abierto el semáforo me dispuse a atravesar perpendicularmente la vía, oí la sirena de una ambulancia y, al igual que el conductor de la moto, frené el coche ocupando el menor espacio posible, valiéndome para ello, en parte, de las líneas medianas de las calzadas. Pasó la ambulancia y, casi a la vez, el semáforo cambió de color. El concierto de claxon que padecimos el de la moto y un servidor dejaría sordo hasta a un DJ experimentado. Y me dio tiempo para pensar que, tanto los que habían visto la ambulancia como los que, sin haberse percatado de ella, debieron haber pensado en una posible avería, eran merecedores de una buena recriminación social y legal, aunque esta última sea difícil de materializar.

Los servicios de emergencia requieren del máximo apoyo y respeto, favoreciéndoles su actuación, tan arriesgada, desde la ciudadanía y desde los poderes públicos. Escandaloso ha sido, si la investigación lo confirma, a propósito de un trágico incendio recientemente registrado en Oviedo, que los bomberos contaran con un plano de 1999 de los hidrantes, sobre los que posteriormente se habían realizado obras y que algunas de las bocas estuvieran secas. El tiempo y la justicia dirá lo qué ocurrió realmente, pero los hechos son sumamente preocupantes.

Dicho todo lo anterior, a esos mismos poderes públicos hay que exigirles el mayor control en el uso de esas facultades exorbitantes de los conductores de estos vehículos. Casuística hay, sobrada y a veces visualizable, de coches policiales fuera de servicio que se prevalen de una preferencia sometida a una condición que no se da o de grúas municipales que cometen infracciones o que, para arrastrar a un vehículo que no molesta, taponan varios minutos una calle empeorando la situación que pretendían mejorar. Personalmente, al igual que todos los vecinos de mi calle, semipeatonal, sufrí durante más de un año la entrada por dirección prohibida y el aparcamiento en la acera de varios vehículos policiales cuyos ocupantes gustaban de tomar el café en un bar de la zona.

En suma, que mucho tenemos que aprender, exigir y autoexigirnos todos.

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