El nihilismo en las relaciones laborales

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Desde que entré en el ámbito de la Función Pública Local, cada vez que se producen elecciones locales, es decir, cada cuatro años, salvo algún sobresalto en los últimos treinta y tres años con una moción de censura en 1992, que permitió en el primer año de mandato suplir al alcalde, el cual pertenecía al Centro Democrático Social – CDS-, seguramente en el único municipio de toda España con una población superior a 20.000 habitantes regida por un alcalde de extinto CDS, y que fue sustituido por un alcalde del Partido Socialista Obrero Español – PSOE-. La moción tuvo como triste precedente el cese de un periodista del Gabinete de Prensa, un buen hombre, ante un brindis “políticamente incorrecto” en la fiesta de Santa Rita de Casia, patrona de los funcionarios de Administración Local. No creo que perdiese la fe en la Santa, pero sí en la clase política.

No voy a adentrarme en estas sucintas líneas en la casuística propia de la gobernanza y la gestión pública municipal, es desde una perspectiva emocional, pero no es menos cierto, que cada renovación de la corporación municipal, con independencia hacia dónde iban y están los sentires personalizados, por encima de cualquier contingencia, inoculé por mi humilde formación, dos principios éticos y morales, los cuales deben de prevalecer en todo empleado público: ser garantes del ordenamiento jurídico conforme a lo juramentado en la toma de posesión y nunca perder de vista, que las retribuciones que se nos abonan proceden de todos los ciudadanos, sin distinción alguna, por lo que, el servicio público debe de prestarse desde la honradez y la honestidad, desde la lealtad y la fidelidad, desde la praxis profesional y deontológica, desde el estricto cumplimiento de lo recogido en las normas legales de aplicación a cada caso planteado de oficio o a instancia de parte. Normativas reglamentarias y sentencias judiciales de obligado cumplimiento sobre buenas prácticas administrativas tenemos suficientes, aunque no sé si las mismas inoculan de igual forma en el ámbito de la gobernanza.   

Aun así, siempre me ha superado desde una perspectiva sensible los cambios que se pudieran producir, que, aunque no han sido muchos, terminan afectando, especialmente, cuando la biología va determinando el paso a paso a otro angular del escalafón bajo el palio del instrumento jurídico de la relación de puestos de trabajo. Cuando debería de ser lo contrario, que la edad proyecta el paso a paso del tiempo y el espacio, es decir, la experiencia profesional que nos hace madurar en sapiencia y hasta sabiduría, para quienes tenemos una visión trascendente de la realidad mundana, resulta todo lo contrario, gran contrariedad.

No solo no es un mérito, sino un desmérito al llegar al ocaso, lo que, unido a la necesidad de una continua querencia empática e ideológica, y hasta de creencias, se va quedando de forma gradual y en ocasiones abrupta en el rescoldo de las tibiezas, solo acompañado del silencio de la soledad del día a día desde la hora de laudes hasta la canónica hora nona, cuando no vísperas. La envidia hace estragos en la proyección profesional y no siempre se tiene la fortaleza para superar en cualquier momento trances y embistes sigilosos. 

No hay día, que algún compañero, que te ve dejado en la vestimenta – antes con chaqueta y corbata, cuando no traje, las formas forman parte de la liturgia- y el rostro mustio, demacrado, de blanca barba abultada no ennoblecida, te pregunta como el que habla en el ascensor del climático tiempo o del perro, cuándo te jubilas por edad. Cuando no, jubilación por incapacidad física, psíquica o sensorial. Les suelo indicar que en el despacho tengo siempre preparada la mortaja ante cualquier quiebra de la salud laboral. Incluso, he pensado, que el mejor servicio que podría hacer es ser sepultado, ya no se permiten por el mercantilismo espacio los enterramientos, en el cementerio de la localidad, para que el alma siga permaneciendo en una ciudadanía a la que quiero y admiro por identidad mediterránea.

Pero a algunos les traiciona el mal, no de malicia intencionada, que anida en los sentires de la evolución de la especie de Darwin, sobre el bien, y se sinceran en lo que realmente piensan sin pensar, porque también les llegará el momento, nadie se escapa a la inescrutable dicha terrenal del género humano, aunque después merodean para retrotraerse en las sutiles opiniones vertidas. Lo que viene a añadir en su conjunto, al estado de ánimo, otro desencanto espiritual de la impronta en las relaciones laborales.

En su “yo” nihilista sale a colación la etérea invocación teleológica ¡cuánto antes deje la vacante, antes se podrá ocupar por otra persona! No, mejor dicho “por mí”, “por él o ella”.  Paz y Bien.  

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