El nombre de las cosas

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El nombre de las cosas

Es necesario que la convención y el uso contribuyan hasta cierto punto a la representación de los pensamientos que expresamos.

A propósito del mal llamado personal de elección creo necesario hacer algunas precisiones adicionales a las ya expuestas en su día. La primera de ellas consiste en que, a pesar de la mala redacción de la norma, considero que la Ley del estatuto Básico del Empleado Público se refiere con la expresión personal de elección a los miembros corporativos.

Mi intervención trata de aportar un nuevo punto de vista que es compartido por otros compañeros. Personalmente no me cabe duda alguna de que el legislador al hablar del personal de elección se refiere a los miembros corporativos; simplemente considero que lo hace francamente mal. Para ello traeré a colación la idea que en el diálogo  “Cratilo o del lenguaje” pone de manifiesto Platón para hacernos ver como nacen los nombres.

Platón maneja en su obra dos visiones del concepto de la propiedad de los nombres de las cosas. Estos dos conceptos son puestos en escena por Cratilo y Hermógenes. Sócrates cumple la función de guiar el diálogo y en sus manos esta la misión de convenir acuerdos de las diferentes opiniones allí expuestas.

Para Cratilo los nombre son exactos por naturaleza porque hay identidad absoluta entre el nombre y la cosa.

Para Hermógenes son siempre exactos pero no por naturaleza sino por medio de la convención entre los miembros pertenecientes a la comunidad hablante.

La tesis expuesta por Hermógenes parece menos arriesgada y más aceptable, pues el leguaje es, en principio, pero tan solo en principio, una mera convención, de ahí la variedad de idiomas.

Sócrates concluye que es posible que el nombre se originara como imitación al objeto, y con el uso el nombre evolucionara, agregando o quitando sílabas y variando su significado, además de ser cambiante de acuerdo en el medio que sea utilizado.

S: Por consiguiente, apreciarás tanto al legislador de aquí como al de los bárbaros, siempre que a cada cosa se le de la forma del nombre que le conviene….

H: Ciertamente

[…]

S: Y la obra del legislador es, según parece, el nombre; pero, si quiere que los nombres estén bien puestos, actuará bajo la dirección del hombre llamado dialéctico.

H: Así es.

S: Por consiguiente, es posible, Hermógenes que el acto de poner el nombre no sea, como tu crees, una tarea irrelevante, ni propia de hombres mediocres ni del primero al que se le ocurra.

Aún más, dice la verdad Cratilo al afirmar que los nombres corresponden por naturaleza a las cosas y que no cualquiera es artífice de nombres, sino tan sólo aquel que dirige su mirada hacia el nombre que corresponde por naturaleza a cada cosa, y que es capaz de poner su forma en las letras y en las sílabas.

[…]

S: Por consiguiente, llegar a saber de qué forma haya que aprender o descubrir a los seres quizá sea tarea superior a mis fuerzas y a las tuyas. Debemos, sin embargo, felicitarnos de haber convenido en que no hay que partir de los nombres, sino que hay que aprender de los seres e indagarlos por ellos mismos, mucho mejor que a partir de los nombres.

Las palabras tienen una importancia vital en nuestra vida. Si queremos centrar la atención de un niño nos bastará con empezar diciendo “érase una vez…” Cualquier otra expresión no despertará las mismas expectativas de felicidad en el niño.

Del mismo modo, en nuestra sociedad se cotizan los creativos con ingenio, que son capaces de alumbrar palabras o frases que definen el producto de tal manera que incluso algo que es una quiebra económica puede llegar a convertirse en una pingüe fuente de ingresos, como ocurrió con “Faunia”. Antes de llamarse así era un negocio decadente.

Otro ejemplo de una buena publicidad es la frase acuñada para fomentar los hábitos de limpieza de los madrileños: “Madrid limpio es capital” .

Cuando en el mundo del periodismo se quiere definir a alguien se intenta que el calificativo a aplicar sea impactante, fácilmente recordable por su conexión con la persona que trata de describir. En este sentido, al jugador de fútbol del Real Madrid Carlos Alonso Santillana vino en llamársele ”El Puma” para poner de manifiesto la enorme capacidad de salto que tenía.

Y no digamos nada de “La Faraona”. ¿Se podría haber definido mejor el poderío de Lola Flores?

Ejemplos podrían ponerse hasta el infinito para mostrar que la palabra personal sólo añade confusión cuando se trata de designar a los Alcaldes.

Además las palabras –o expresiones- tienen dos campos de significado, el primero el de la denotación, que en revelar su significado, donde se estable una relación directa entra la palabra y lo significado, y el segundo el de la connotación, que viene a evidenciarnos la panoplia de imágenes, sentimientos y significados a asociados a dicha palabra. Una palabra –o expresión- necesariamente contará con ambas fuentes de significado, interno y externo. La nueva acuñación de la figura del Alcalde con la denominación personal de elección política connota cualquier otra cosa que la persona del regidor municipal, y denota dicha figura porque al legislador le ha apetecido, sin más, lo mismo podría haberle llamado de otra manera.

Aplicado esto al mundo del Derecho nos lleva a que la interpretación conforme al sentido propio de sus palabras, se ha de hacer «en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas…» (Código Civil, art. 3.1).

La Comisión de expertos y, posteriormente, el legislador se aliaron con Hermógenes, pero los poetas, decía Roldan Barthes, optan siempre por el partido de Cratilo.

4 Comentarios

  1. Yo tengo otro… Se usa mal el término «Presunto»

    La Constitución lo dice bien claro: Somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario. A esto se le llama «Presunción de inocencia». Esto es, que somos presuntamente inocentes. Entonces ¿Por qué en los medios de comunicación se niegan a presumir la inocencia al que llaman, por ejemplo, «presunto homicida»? Afirmar que alguien es «presuntamente un homicida» es adelantarse al juez/tribunal en la sentencia: textualmente, el periodista le está considerando homicida mientras no se demuestre lo contrario.

    Vale que la gente nos hemos acostumbrado a decir cosas al revés, como por ejemplo las frases «no tengo nada» o «no hay nadie» (una doble negación es igual a una afirmación: «tengo algo», «hay alguien). Pero esto parece más serio, porque está por medio la dignidad de las personas.

    Es por ello que la forma correcta debería ser «el presunto inocente acusado de homicidio», o, para que no sea tan largo, simplemente decir «el acusado de asesinato».

  2. Las palabras, una vez que han adquirido significado, se independizan de nosotros, se emancipan. Ocurre lo mismo con la obra y el autor: aquélla le sobrevive.
    No se trata de que las palabras sean lo mismo que las cosas, para ello deberían encarnarse en ellas. Sólo es preciso que las representen, es decir, que las evoquen con su sola pronunciación. Y a ello no contribuye que intentemos desconocer la larga historia que tiene la palabra Alcalde, ni puede ayudar que, de ahora en adelante, le atribuyamos una descripción que era propia de los empleados públicos o privados.
    La palabra Alcalde es de origen árabe; viene de la voz árabe al-qadí que significa «el juez».
    Los orígenes históricos de los alcaldes se remontan a la época medieval, cuando inicialmente estuvieron relacionados con la justicia. En el siglo XI, los reyes visigodos establecieron en España la institución del alcalde o «juez para la administración de la justicia» en los municipios, los cuales eran nombrados directamente por el Rey.
    Los poblados que ostentaban ese privilegio tenían título de villa (o de ciudad). La administración municipal de las otras poblaciones estaba en manos de un corregidor. Por esta razón, las villas tenían derecho a erigir un rollo, lugar de ajusticiamiento. En los siglos XV y XVI surgieron los regidores o concejales, quienes conformaban los cabildos con los alcaldes, los alguaciles y el escribano.
    Claro, que si nos caen mal los visigodos, como a Roberto Begnini en

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