No puedo resistir la tentación de opinar otra vez sobre la situación que está viviendo Grecia, por su trascendencia histórica, y porque incide de manera evidente en España, y eso me preocupa más. Recientemente he leído unos artículos sobre otro caso muy especial, Argentina, y me ha surgido una asociación de ideas que quiero comentar hoy. Para evitar que algún amable lector haga una enmienda a la totalidad de mi reflexión, omitiré los nombres de los protagonistas argentinos, porque alguno de ellos enciende irrefrenables pasiones en el público, y no conviene desviar la atención de los hechos. Posiblemente se recordará que Argentina vivió un proceso de hiperinflación al final de los años 80, con tasas anuales de aumento de precios superiores al 1000%; además de tener que recuperarse de las consecuencias de la dictadura militar, los argentinos tuvieron que lidiar con semejante proceso, sin duda, el más temido por todos los economistas: si hubiera que elegir el escenario económico peor, yo diría que es el que se produce cuando los precios se desbocan de esa manera, y toda la población se empobrece súbitamente; recordemos si no, los casos de Alemania entre ambas guerras mundiales, y el caso de Polonia al final de los gobiernos comunistas. Sinceramente, es muy difícil gestionar una economía en esa situación, y el coste en términos de sufrimiento personal es elevadísimo.
Para salir de semejante problema, en Argentina se promulgó la ley de convertibilidad del austral (la moneda de la hiperinflación) en términos de 10.000 australes por 1 $ americano; posteriormente regresaron al habitual peso (1 peso argentino = 1 $ americano); junto a esa medida, se creó un Consejo Independiente que aseguraba que el gobierno fabricara más pesos sólo al ritmo que aumentasen las reservas en dólares (creo que no hace falta cargar con más detalles la exposición). Durante 10 años la economía argentina recuperó variaciones anuales de los precios próximas a cero e incluso negativas algún año; como poco, la gente recuperó parte de la tranquilidad perdida.
En otros terrenos de la política económica se tomaron algunas medidas estructurales que favorecieron el crecimiento del PIB; en términos per capita y medido en $, pasó de 6.000 a 9.000 aproximadamente; no entro a discutir si la distribución entre la población era o no homogénea, porque eso corresponde a la política fiscal, pero el hecho es que no fue una mala década para el país, sobre todo comparada con la anterior.
Como consecuencia de las debilidades estructurales de la economía argentina, el debate político, el desequilibrio entre el poder del gobierno de la nación y el de las provincias, la crisis mundial, el efecto tequila (crisis de México), etc. el sistema se vino abajo en 2001, y la economía entró en recesión: se abandonó la paridad con el dólar; se incumplieron los compromisos de pago con los titulares de la deuda exterior argentina, con importantes quitas (trasquilones, como bauticé en otra ocasión); se prohibió la retirada de los depósitos bancarios en dólares que tenían los argentinos en los bancos de su propio país (corralito); algunos años después, se autorizó que se retirasen, pero en pesos devaluado, con una tasa de cambio definida por el gobierno (corralón: 4 pesos por 1 $); la economía necesitó más de 5 años para recuperar el nivel per capita previo; y la inflación volvió a crecer a tasas anuales próximas al 10% empobreciendo nuevamente a los argentinos.
No me voy a referir al devenir de los partidos políticos y los gobernantes, porque sería muy largo y difícil de resumir, pero como botón de muestra de algunas de las medidas que tomaron para recuperar el crecimiento en clave interna, baste recordar la renacionalización de algunas importantes empresas que se habían privatizado en el ciclo anterior; la injerencia en la política monetaria del banco central y en sus reservas de divisas, que produjeron la dimisión de su presidente para defender la independencia de la entidad; y las dudas más que fundadas sobre la fiabilidad de las estadísticas públicas, muy maquilladas según los propios técnicos del instituto de estadística.
No sé si los argentinos estarán contentos con su situación actual o no, pero no me gustaría nada que mi país pasara por tales turbulencias y desequilibrios, porque supongo que la calidad de vida, en general, se vería muy afectada, y no tengo claro que la distribución final de la renta fuera más equitativa. Por eso, viendo lo que sucede en Grecia, deseo que no se deslicen por una pendiente parecida a la de Argentina porque, dejando al margen los efectos meramente internos, afectarían al euro (que es la moneda que usamos todos), pondrían en situación difícil a los bancos alemanes y franceses (que tienen deuda de los españoles, y nos interesa que la mantengan hasta el vencimiento), y pondrían contra las cuerdas a la deuda pública española, del gobierno central y de las autonomías (lo cual afectaría a toda nuestra economía, y posiblemente a la carga fiscal que soportamos).
Como he dicho en otra ocasión, todos deben soportar parte del coste del ajuste de la situación griega (los helenos, los bancos griegos y extranjeros, los titulares de la deuda, los políticos locales y los europeos, etc.) pero esperemos que el reparto sea equilibrado, por nuestro propio interés; al fin y al cabo, el tango suena muy bien, pero suele ser triste y, a veces, desesperado.
Hoy he tenido un interesante debate con un economista buen conocedor del sistema financiero precisamente sobre esta cuestión. Ambos coincidíamos en que ese deslizamiento que sugieres es más que posible.
La presión es tal que la UE, que tiene un enorme déficit de legitimidad democrática, que es poco más que una estructura tecnocrática de integración económica parcial y forzada (cuyos técnocratas, por cierto, vieron aumentar sus sueldos, mucho menos cargados de impuestos que los del resto de europeos, el 3,7% en 2010), esta socavando cualquier atisbo de la soberanía del pueblo griego. Vamos, que se están pasando, que el chantaje es demasiado evidente y que, además, está empezando a alcanzar decisivamente a España (fijación por el Estado de techos de gasto para todas las Administraciones).
Al final, es posible, sólo posible, que algún pueblo decida «deslizarse», romper con todo y tratar de resolver sus propios problemas. Eso sí, si los bancos alemanes, franceses o ingleses quieren cobrar que les envíen a la Royal Navy con la factura. Al final, la presión puede romper la tubería. Y eso tendría un efecto boomerang de dimensiones más que relevantes.
Europa, toda ella, es más pobre. Pero nadie quiere asumirlo. Antes todo era más sencillo. Se devaluaba la moneda y se tomaba nota inmediatamente de esa pobreza. Hoy, con un euro forzado basado en una integración económica muy parcial basada en los intereses de unos pocos, eso no es posible. Y empiezo a pensar que nadie sabe que hacer… Porque, por poner un ejemplo, por mucha deuda y déficit público que se intente recortar no se podrá ahorrar la mitad del PIB que nuestro sistema financiero debe sólo por riesgo inmobiliario…
En suma, la política, en forma de cataclismo social y movimiento ciudadano, puede acabar imponiéndose sobre los llamados «mercados»…
Julio, gracias por tu comentario.
Estoy de acuerdo en que a Europa le faltan muchas cosas para que lo podamos considerar un invento bien organizado, y posiblemente muchas de ellas correspondan al terreno político.
En todo caso, desde el punto de vista económico, que es en el que me gusta moverme, hay que reconocer que incluso con sus imperfecciones, que son muchas, ha permitido un avance considerable del nivel de vida de los países miembros, especialmente de los del sur, que partían hacia la integración económica desde una posición más retrasada y, por tanto, podían ganar más. Como he comentado en otras ocasiones, la contrapartida de la enorme cantidad de ahorro que ha circulado entre los países del club EURO es cumplir un conjunto de normas ortodoxas en cuanto se refiere a la actividad económica. Creo que Grecia no perdería su autonomía política si hace tiempo hubiera afrontado las reformas necesarias para cumplir esa ortodoxia, desde el enfoque político que mejor considerasen los votantes y su gobierno.
Espero, en todo caso, que no haya que recurrir a la Royal Navy para recuperar la calma y que los efectos de lo que soberanamente decidan hacer los griegos no nos perjudiquen.
Reconociendo de antemano mi analfabetismo en Economía y mi falta de competencia para intervenir en este diálogo, me parece que se han omitido o se ha pasado de puntillas por los antecedentes de la crisis económica argentina. Recuerdo haber leído que precisamente Argentina, antes de dicha Crisis, estaba aplicando a rajatabla las recetas típicas del denominado «Neoliberalismo», que supuestamente daban buenos resultados en otros países y que tanto agradan al Capitalismo global.
Por otra parte, las crisis acompañan a este sistema capitalista, como al caminante su sombra, de forma recurrente; mientras que en el sistema comunista (capitalismo por otros medios), la crisis parece tener carácter permanente, más que intermitente. Por ello me atrevo a preguntar, si no estaremos ante una especie de retroalimentación provocada . Es decir: el Capitalismo crea situaciones críticas que le favorecen y que luego se apresta a solucionar, con las medidas que le interesan: recortes, ajustes y subidas, por ejemplo, justo donde le van bien a él.
Al final, van a tener razón los indignados de las plazas españolas que han iniciado ese conato de mini «Spanish Revolution», cuando en una de sus pancartas pusieron:
«CRÍA RICOS Y TE COMERÁS SUS CRISIS»
Estimado Sr. González:
Gracias por su comentario.
La situación económica de cualquier país es siempre resultado de su propia historia: origen y nacimiento del país, disponibilidad de recursos materiales, preparación de las personas, sistema político, etc.; es muy difícil hacer una especie de «tiempo muerto» como en baloncesto, parar la realidad, y analizar la situación estática como si de un laboratorio se tratase. Evidentemente, en la época a la que me refiero en el artículo, los gobiernos argentinos hicieron cosas acertadas y también cometieron fallos; por otra parte, las medidas tomadas podrían corresponder más o menos a una determinada ortodoxia, pero por las propias circunstancias del país, iban mezcladas con otras específicas. En fin, es complicado analizarlo desde fuera; pero lo único cierto es que los datos agregados de la economía argentina de esa década fueron mejores que los de la anterior y la posterior. Como digo en el artículo, otra cosa distinta es la distribución per capita de la renta, que corresponde a la polítca fiscal.