España y Marruecos, líos de vecinos

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España y Marruecos, líos de vecinosAcabo de regresar de un viaje de cinco días por Marruecos, y leo en la prensa española los incidentes y las protestas acaecidas en Melilla. Diversas asociaciones nacionalistas marroquíes denunciaron unos supuestos maltratos racistas por parte de nuestra policía, lo que ha sido desmentido de modo tajante por nuestras autoridades. Pero el eco fue creciendo, hasta el punto de que Juan Carlos ha tenido que llamar personalmente al monarca alauita para poner las cosas en su sitio. Es probable que las aguas vuelvan a su cauce, y todo haya quedado en un pequeño incidente sin mayores problemas. Ojalá sea así una vez más. Llama poderosamente la atención, de todas formas, el dramatismo que adquiere cualquier roce, por pequeño que sea, con nuestro vecino del sur.También tenemos conflictos diarios con Gibraltar y los tomamos con más filosofía, por injustos que sean contra nuestros intereses y contra la justicia internacional. Ni que decir tiene que los problemas que periódicamente tenemos con Portugal – con apresamientos de pesqueros o con la acción de oro en la venta de Vivo a Telefónica, por ejemplo – o con Francia – camiones de frutas tirados por el suelo -, no levanten ni las pasiones ni el recelo que nos suscitan cualquier asunto con Marruecos. Algo atávico e irracional, jaleado por muchos, parece moverse en contra de nuestro vecino del sur. En el imaginario colectivo está muy implantada la idea del “moro malo”, sin que la realidad haya sido capaz de atenuarla. En verdad, Marruecos es mucho mejor vecino de lo que nos creemos.

Soy de los que piensan que Marruecos puede convertirse en un aliado más que en un enemigo. Poseemos una importante historia común, con importantísimas influencias culturales y sociales recíprocas. El norte tiene una tendencia hispanófila mayoritaria, lo que es muy desconocido por estos lares. Marruecos está inmerso en un sorprendente proceso de crecimiento económico y social, y debe ser un espacio natural para nuestras empresas y productos. La diplomacia española es consciente de la importancia estratégica de esta relación, mientras que el españolito de a pie no lo es. Seguimos desconfiando de los marroquíes, y tendemos a darle la espalda. En nuestras relaciones, a veces ha sido Marruecos la equivocada, y otras veces nosotros. Merece la pena seguir en el esfuerzo de acercamiento, teniendo claro ciertos límites, como, por ejemplo, la inequívoca españolidad de Ceuta y Melilla, lo que debe de estar fuera de toda discusión. No así el estatus del antiguo Sáhara español, donde todas las partes deberíamos movernos para buscar una solución razonable. Tendemos a idealizar al Polisario y a satanizar a los marroquíes. Tampoco eso es justo. Por ese campo podríamos avanzar por el bien de todas las partes implicadas. Nuestra toma de postura es influyente en la materia y será piedra sutil de batalla soterrada durante estos próximos años. Pese a nuestras inevitables de vecinos merece la pena conocer a ese gran país que es Marruecos.

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