Espiando. ¿No nos vamos a hacer daño, verdad?

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Deplorable espectáculo el que vivimos. Corrupción y más corrupción, espionaje y más espionaje. La pescadilla que se muerde la cola o el hamster en la rueda sin fin. Casi ni un solo partido está libre de culpa, tan sólo los que aun no han tocado poder nunca son los que pueden presumir de honradez. En la Blanca o Cartilla Militar de aquellos que hicimos la mili  figuraba un apartado de “apreciación del valor”, en el que se hacía constar siempre la expresión se le supone. Obvio para quien nunca tuvo ocasión de demostrarlo.

Con los partidos actuales y los titulares y noticias del día a día pasa lo mismo. A todos los partidos que han ejercido el poder o han colaborado con el mismo mediante coaliciones o acuerdos se les ha pillado en algún grado de corrupción. Y existe una conciencia generalizada es que aquellos partidos que aun no han tocado poder no se han corrompido porque no han podido.

Los ciudadanos consideran que los partidos políticos ¡son el tercer problema más grave! Y ahora se considera que la corrupción es el primer problema, incluso por encima del desempleo. Increíble para los que pensamos que los partidos deben solucionar cosas, mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos mediante la aplicación de sus programas. Y no ser ellos mismos un problema.

Qué decir de los medios informativos. Naturalmente una democracia sin libertad de prensa no es una democracia, pero en el actual estado de cosas siempre hay que valorar  cada uno de los medios: qué noticias dan en titulares, a cuántas columnas, en qué tono, qué línea editorial mantienen y por qué no decirlo, a por quién van y a quién sirven. Decía alguien –más quemado que la pipa de un indio- con respecto a una conocida emisora de radio que para entrar a trabajar en la misma al candidato le hacían pasar por el polígrafo,  la máquina de la verdad. Si superaba la prueba, es decir, si se demostraba que decía la verdad, entonces no lo contrataban.

Sentadas las bases de este mohoso espectáculo con hedor insoportable, resulta obvia la siguiente premisa: Puesto que existe una corrupción generalizada, todos quieren tener balas en la recámara cuando no sembrar minas. El chiste del dentista… ¿a que no nos vamos a hacer daño?. Y así nos va.  Así que sobre la base de todo lo que todos tienen que callar en unos casos se cambian los cromos. Este para ti, este para mí. Y cuando ya no hay pastel suficiente o las cosas no se pueden tapar y se tornan difíciles a raíz del comportamiento de algún díscolo que contraviene la regla de la omertá, la ley del silencio, al que no se ha sabido proteger desde la nomenclatura, se lía parda.

En este caso los listos lo tienen todo previsto, sacan toda la munición que tienen en la recámara al grito de me llevo por delante a todo el mundo y que salga el sol por donde quiera. Así, disponen de pruebas en forma de grabaciones de sonido, de vídeo y papeles que demuestran cuán corruptos son éste o aquél. Es el argumento que relata la excelente e inquietante película “La vida de los otros”  que para quien  no la viera relata las técnicas de espionaje extremo que practicaba sistemáticamente la Stasi de la R.D.A. El Gran Hermano de Orwell convertido en  espectáculo mediático.

Todos espían a todos tratando de preconstituir pruebas que podrían ser usadas en el futuro. Nadie se corta.  Todos con un discurso de honradez y todos con tantas cosas que ocultar. Hay tres niveles de corrupción: la corrupción, las corruptelas y las corruptelillas. Y estamos en un generalizado estado de corrupción. La RAE la define: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.”

Lo difícil es determinar qué hacer cuando los políticos representan a la sociedad en general. En broma me decía alguien el otro día  y yo porque no puedo. Quizás. Es preciso un profundísimo cambio al estilo de la Reforma del siglo XVI. Y refundarnos a nosotros mismos, refundar el Estado, cambiar la Constitución y quizás advenir la Tercera República. O quién sabe qué.

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