En el argot periodístico y político el verbo “filtrar” se usa para referirse al modo de transmisión de una información. Es decir, alguien, llamémosle A, sin que sea requerido para ello “filtra” a alguien, llamémosle B una determinada información, independientemente de si es de forma interesada, por descuido o por casualidad. Es un verbo que siempre me ha parecido fascinante, seguramente porque, en sí mismo, posee una connotación de transmisión de información no limpia, consecuentemente, siempre interesada; no se persigue, obviamente, un fin altruista y democrático como el de informar a los ciudadanos (qué bonito sería), sino que se persigue un fin que va mucho más allá y que siempre es oculto. Los ciudadanos, que absorbemos la información, cual si fuera papel de cocina limpiando leche derramada, la tragamos. Los politólogos, esos nuevos profesionales surgidos de quién sabe dónde, la interpretan con mejores o peores exégesis, dependiendo de la tendencia del medio (sic transit gloria mundi).
Filtrar: del latín filtrare, etimológicamente significa «pasar algo por un filtro«. Su componente léxico es filtrum, un paño que se usa para quitar impurezas de líquidos. (Fuente: https://repositorio.ug.edu.ec/server/api/core/bitstreams/)
Ese sentido etimológico es el que el común de los mortales, los ciudadanos peatones lo entendemos o lo entendíamos: pasamos agua hirviendo a través de la bolsita del té, del poleo o de la manzanilla para que las hierbas secas impregnen el agua y dé como resultado un líquido, o sea, para obtener la sustancia de esa hierba.
Y, siguiendo con esa fascinación, vayamos a la RAE. “Filtrar” tiene seis acepciones: 1. Hacer pasar algo por un filtro. 2.. Dicho de un cuerpo sólido: Dejar pasar un líquido a través de sus poros, vanos o resquicios. 3. Seleccionar datos o aspectos para configurar una información. 4. Divulgar indebidamente información secreta o confidencial…”. Hay dos acepciones más pero no es necesario enumerarlas.
De la tercera y cuarta acepciones se deduce que, referido a una información, cuando se “filtra” algo, se desea ofrecer una información fragmentaria (tercera), por cuanto si se seleccionan datos se está ocultando una parte de la misma; el catecismo diría “pecado de omisión”, o bien (cuarta) se están conculcando principios normativos y en todo caso morales, ya que si la información es secreta o confidencial, se supone que no se puede divulgar.
Todo esto nos puede dejar algo perplejos. La naturalidad con que los políticos y los periodistas emplean el verbo, no hace sino dejar traslucir un cierto hedor, en todo caso implica el reconocimiento de un juego teatral (también se emplea mucho el verbo “escenificar”) donde nada es cierto, todos representan un papel. Se dirá que, ciertamente, qué es la vida para todos los mortales sino una representación de nosotros mismos en la que únicamente deseamos ofrecer nuestro mejor lado con la intención siempre de acomodarnos en el mejor de los nichos sociales y económicos. Lo que no obsta para que, políticos y periodistas, que nos restriegan continuamente un deber-ser ideal, se pasen por el forro cualquier principio moral. Todo sea por el poder, por un lado, y por la audiencia por otro. Y, descaradamente se utilizan mutuamente. Un político, para destruir a un rival de otro partido o del suyo propio, usará todas sus artimañas para “filtrar” información “sensible” (qué gran palabra también) mediante informaciones sesgadas, parciales, fragmentarias y nunca francas y completas. Y los periodistas, que ¡qué quieren sino carnaza, barro, morbo!, las tomarán para sus portadas casi siempre sensacionalistas. Así, se dan de comer unos a otros. Al final de esta escalera, están los ciudadanos, que necesitan tener una buena formación para interpretar algo, pero que, aun así, se ven manipulados por políticos y periodistas.
Todo sería más fácil si todos fuésemos más transparentes y, en todo caso, más altruistas, pero eso no va a pasar. ¿Qué ha sido de las pretensiones de transparencia, gobierno abierto etcétera? Humo. Mucha Ley estatal 19/2013, de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno y, en el caso de Aragón, mucha Ley 8/2015, de 25 de marzo, de Transparencia de la Actividad Pública y Participación Ciudadana pero todo el mundo remoloneando, rezongando. Cuando se rasca un poco, somos presa de la decepción, una melancolía que se diría antaño. No nos creemos a nosotros mismos.
Lo que sí pasa, está pasando y pasará, es que los ciudadanos finalmente, al barruntar todo este lodo, nos apartemos, si no lo estamos haciendo ya, de estos juegos sucios y nos alejemos del juego político, Conozco ya a muchas personas que viven al margen de noticias. Y, con resignación cristiana, nos autosometeremos a que gobierne qué más da quién. La desafección nos está llevando ya a ser una democracia meramente formal, una democracia fallida. Por sus hechos los conoceréis.