Lamentos jurídicos por el teatro

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A cuenta de las medidas de excepción forzadas por la pandemia actual, el teatro, continente y contenido, lo está pasando muy mal y con él la cultura que ofrece en tantos géneros de literatura, música y danza, sin desdeñar el sector profesional, singularmente mártir de la situación.

Cuando ya se han aprobado medidas que, de facto, cuestionan la desescalada, empiezan a reanudarse conciertos, representaciones operísticas y obras teatrales, aunque de forma muy dispar en toda España y siempre con unas reducciones de aforo que difícilmente pueden augurar algo que no sean pérdidas. Los números de los grandes montajes, me consta, son siempre muy ajustados, pese a las subvenciones concurrentes y programar, verbigracia, una ópera en un coliseo con el cuarenta por cierto de butacas es, literalmente, imaginar pérdidas del sesenta restante, por más que se trate de aplicar austeridad en escenografía, luces, decorados y vestimenta, lo que también desluce lo que se narra o escucha en un escenario, Vale el chiste de aquel menguante cuerpo de baile que acabó con un solo miembro sobre las tablas.

El mundo del teatro me atrae desde niño -fui figurante de Ópera- y tuve la suerte de dirigir, hace más de una década, la tesis de Teresa Núñez sobre El escenario jurídico del teatro, inmediatamente publicada. Por esa proximidad sé bien que hay quejas de agravios comparativos con respecto a otros espectáculos donde la presencialidad es casi masiva, aunque otros hay aún en peores circunstancias, caso de los “eventos” deportivos en estadios y polideportivos.

Pero aprovecho esta situación para recordar, conjuntamente, el centenario de tres teatros. En Reus, el Bartrina, que, aunque tuvo sus primeras representaciones en 1918, se reinauguró, muy mejorado, hace justamente un siglo. Como es habitual en estos recintos, tuvo sus etapas de decrepitud y de 1977 -en que se representó una accidentada obra de Els Joglars- a 1997 no acogió obras teatrales. Confío en que, con sus remodelaciones, pueda gozar de larga vida pasada la sombra del coronavirus.

También cumple cien años un magnífico edificio neobarroco -BIC desde 1982-, como es el Palacio Valdés, de Avilés, obra del gran arquitecto Manuel del Busto, que proyectó obras singulares en toda Asturias, en su Cuba natal o incluso en Zaragoza (la antigua sede del Banco de Aragón), Tras veinte años, también, de desidia y abandono, gracias a un impulso vecinal secundado por las Administraciones, se reinauguró en 1992 con el mayor esplendor y hasta ahora; es decir, hasta la Covid-19.

A sólo unos cuarenta kilómetros de distancia del anterior, también debía festejar su primer siglo el neoclásico teatro Pilar Duro, en La Felguera. Aún se dice en la información oficial y oficiosa que “fue demolido en 1970 por un error urbanístico”. ¡Caramba con los errores!

No creo que la actual situación, de pronóstico incierto, acabe llevando la piqueta a teatros añejos y venerables, algunos bien novelados. Pero sí puede ocurrir que arrendatarios y concesionarios tengan que echar el telón y que, igualmente, la ruina, no arquitectónica, llegue a las compañías y a actores y músicos porque, aunque el prestigio de un solista o de una orquesta, por ejemplo, traspase fronteras, la situación es muy pareja en todo el planeta.

Es meritorio cómo algunos se las ingenian para, especialmente recurriendo a espacios abiertos, seguir subsistiendo y ofreciendo arte a una ciudadanía ávida de sus talentos.

No digo nada que no se haya reclamado ya, con más fundamento, por la larga cadena de los propios afectados, pero el teatro y los teatros precisan de medidas muy específicas y no sólo de índole económica. Un tratamiento con mimo desde las asépticas páginas virtuales de los Boletines oficiales. Porque, sin jugar a augur, en estos selectos espectáculos puede ocurrir lo de siempre: que, pasada la situación de excepcionalidad, el público se vuelque, hambriento de arte, en lo que no pudo disfrutar o que, por contrario, se haya acostumbrado a vivir sin ese cultivo espiritual y se afane en reconquistar parcelas más tangibles. El tiempo, esperemos que poco, dirá. Vaya, de momento, mi lamento y mi recuerdo para esos centenarios.

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