That’s the question. Asistimos a un penoso espectáculo estos días para variar. En el Congreso se aprueba una ley -evitaremos concretar más por no remover la herida, aunque suponemos que está en la mente de todos -, por unanimidad, tras introducirse a última hora una enmienda que todos aprueban. Esa enmienda contradice total y absolutamente las posiciones políticas que siempre ha mantenido la oposición sobre el asunto. Nadie se da cuenta. Es la prensa la que, cuando todo se ha consumado, hace saltar la alarma, preguntándose cómo es posible que quienes han defendido en todo momento unas ideas, ahora hayan aprobado algo que está totalmente en contra de sus propios principios. La noticia corre como la pólvora, las redes son ahora la pólvora, ya se sabe y en pocas horas hay un clamor social. Todos se preguntan, confusos, qué ha podido pasar.
En las famosas tiras de Mafalda del inimitable Quino (DEP), Felipe, procastinador nato, está tumbado en un sillón y se dice a sí mismo:
—Debería estar haciendo los deberes.
Se da la vuelta y se pregunta,
—Ah, cómo, ¿no me da vergüenza?
Queda pensativo y sin moverse, concluye
—Nunca termina uno de conocerse
Este episodio político me recuerda esa escena.
Los ciudadanos-peatones que somos nosotros, nos enteramos de lo que ha pasado y quedamos atónitos. También nos preguntamos qué ha podido pasar. La oposición, esta oposición que ha aprobado la ley y la enmienda, parece ser que lo ha hecho al tentón; los portavoces y jefes, en cuanto estalla la noticia se llevan las manos a la cabeza y empiezan a despotricar contra el gobierno (según el argumentario del partido cuyo comité de crisis se ha reunido con toda urgencia). El mensaje es: “nos la han colado”. Deben decirlo compungidos, indignados y avergonzados. Al cabo, y no cabiendo defensa alguna, piden sincero perdón a los afectados. Todo esto, a los que se interesan por la política, les causa una irritación que no se puede describir.
Hagamos unas pequeñas consideraciones. Son obvias, pero es necesario recordarlas.
1. Leer, supone (DRAE) «1. tr. Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados./ 2. tr. Comprender el sentido de cualquier tipo de representación gráfica…»
Es decir, la mente, a través de la vista, traduce una serie de signos a palabras que previamente el lector conoce y comprende.
2. Comprender es (DRAE otra vez) «3. tr. Entender, alcanzar o penetrar algo». A todos los ha pasado leer cosas y darnos cuenta al cabo de un momento, de que no nos estamos enterando de nada. Pasa con las novelas, con los ensayos. Cuántas veces no hemos tenido que volver atrás en un texto para comprender lo leído.
3. En el caso que nos ocupa, pueden haber pasado varias cosas:
a) Nadie ha leído nada. Esto es muy grave. ¿Qué hacen tantos asesores? Igual se dedican a pasar pantallas de Super Mario Bros
b) Se ha leído por alguien, pero nadie se ha enterado de lo que leía. Esto es igual o más grave, se llama carecer de comprensión lectora. Se aprueban cosas autoengañándose, creyendo que se ha entendido algo cuando se es, en realidad, un ignorante que ni siquiera se atreve a decir que no entiende lo que lee. Ya lo recuerda el Informe PISA, en España la comprensión lectora deja bastante que desear. Demasiado Candy Crush.
c) Quien haya decidido qué posición adoptar (recordemos que esto es probablemente una oligocracia en las que unos señores dicen sí o no cumpliendo órdenes de la superioridad), ha creído que todo estaba bien, cuando les han metido un gol por toda la escuadra. Ya nos hemos referido en alguna ocasión la falacia que representa el mandato constitucional que dispone solemnemente que (art. 67.2) «Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo», cuando de hecho, si alguien osa votar en contra de algo que no le haya dicho su Jefe de Filas, es multado y si reincide, incluso expulsado de su partido.
d) Con el montón de asesores que hay y que cobran pastizales, como diría Perales ¿a qué dedican el tiempo libre?
Así que el panorama es penoso. ¿Qué hacer? Poco. Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? Dijo Cicerón refiriéndose a las arteras maniobras de Catilina en el s. I a.C. O también aquello de O tempora, o mores, cuando el mismo Cicerón deplora la perfidia y la corrupción de su tiempo.
¿Cuántas normas no se habrán aprobado sin que casi nadie se haya enterado de nada? Da pavor pensarlo. ¿Nadie es responsable?
Traslademos la cuestión al ámbito municipal.
CASO LOCAL ocurrido en lugar cercano que omitiré, allá en el año 1989.
Dado el interés que tiene el alcalde, se aprueba la ordenanza del IIVTNU (plusvalía) por los nueve concejales, unanimidad. Al cabo de diez o doce años, un ciudadano hereda varios edificios del pueblo. Se le liquida una cantidad importante de dinero. Recurre en todas las instancias. Pierde. Ese ciudadano era concejal cuando se aprobó la ordenanza y, obviamente, votó a favor. Pero monta en cólera. Organiza una campaña de descrédito contra el secretario. Habla con todos los concejales que aprobaron la ordenanza para decirles ¿a qué nosotros no aprobamos aquello? Habla con todos los concejales de consistorios posteriores. Su argumento es que el secretario se inventó la ordenanza. Ningún concejal, por cierto, defiende al secretario. Éste está a punto de formalizar una querella, pero finalmente no lo hace por no aumentar el problema. El ínclito ciudadano nunca jamás volvió a hablarle al secretario.
Otro caso local que conocí:
Ante la negación de alcalde y concejales de haber recibido y entendido alguna cuestión de cierto calado, un compañero, allende las tierras del Tajo (de esto hace quizás treinta años) les pedía firmar a los mismos cuando entregaba un informe, bajo esta frase: «Recibido, leído, comprendido y conforme». Para preconstituir prueba, que no cupiese duda alguna y evitar aquello de que me la han colado. Por aquello de yo no sabía, nadie me dijo, no me consta que se suele esgrimir como defensa.
Dejaremos para otra ocasión otras cuestiones: 1. Los problemas de la preparación intelectual necesaria de quien toma decisiones. 2. La labor de los supuestos asesores políticos. 3. Los problemas que crea la oligogracia. 4. La obediencia debida de los diputados y concejales. Y 5, el sistema electoral. Estas cuestiones tienen su miga y convendrá reflexionar sobre ello.
Ahora una duda me corroe: ¿qué es peor, la vagancia, la maldad o la ignorancia en forma de incompetencia en comprensión lectora?
Brillante, como siempre. Espero con impaciencia las próximas reflexiones señaladas.
“¿qué es peor, la vagancia, la maldad o la ignorancia…?”
Sinceramente, como no sé qué contestar, diría que me parecen las 3 igual de graves… y vergonzosas/lamentables/imperdonables.
Gracias por su artículo.