Los Ayuntamientos ante la profunda crisis política e institucional por venir.

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Todo se mueve, nada permanece. El vendaval digital que todo lo sacude, zarandea, también, a nuestras instituciones, que se ven puestas en cuestión en cuanto dejan de responder a las demandas de sus ciudadanos. La Unión Europea, los estados nación, las comunidades autónomas, y, en menor medida, también, los propios municipios, sufren los desajustes ocasionados por una sociedad que evoluciona con mayor rapidez que las normas y los presupuestos que las regulan. Pero, curiosamente, no todos los niveles institucionales sufren de igual manera. En estos tiempos azarosos en los que casi todo está en entredicho, los municipios parecen gozar de cierta impunidad institucional, siendo los mejores valorados, los más respetados y los menos puestos en entredicho por sus ciudadanos.

Estamos a las puertas de grandes cambios de todo tipo – desde luego políticos e institucionales – y los municipios son las entidades que con mayor solidez asientan su futuro. Podrá desaparecer la Unión Europea, algunos de sus países miembros, las autonomías, pero los ayuntamientos seguirían existiendo. Merece la pena que analicemos someramente estas tendencias, porque nos ocuparán – y mucho – durante estos próximos años. En general, los municipios españoles se han convertido en unos eficientes prestadores de servicios públicos para sus ciudadanos, bien sea mediante gestión directa o mediante gestión externalizada. Son percibidos como instituciones gestoras, cercanas y amables. Sus debates y decisiones se encuentran pegadas a la realidad que viven sus ciudadanos, que las entienden porque les afectan de lleno. No es frecuente – a diferencia de otras instituciones – que los ayuntamientos se metan en grandes luchas ni contra el estado, ni contra otras ciudades, por lo que su imagen suele ser constructiva y conciliadora. Además, siempre han cumplido los marcos financieros y presupuestarios aprobados por las leyes, sin haberse adentrado en polémicas artificiales y estériles. De hecho, en la actualidad, son las instituciones más saneadas presupuestariamente y, generalmente, las que mejor pagan.

Los municipios son instituciones naturales, que surgen de manera casi espontánea. Vivimos en ciudades y sin sus servicios nuestra vida resultaría, sencillamente, imposible. Es la institución más cercana, la que percibimos cotidianamente y la primera que construimos desde la antigüedad. El resto de instituciones superiores se muestran más alejadas y complejas, por lo que, en estos tiempos de desconcierto y mudanza, sufrirán en mayor grado al estar más expuestas al huracán que nos azotará de manera inmisericorde.

La sociedad digital exigirá nuevas instituciones para su gobierno. Las que hasta ahora conocemos se demuestran insuficientes y aún lo serán más en el futuro. Por ejemplo, ya vemos como los estados se muestran incapaces de recaudar impuestos a las grandes multinacionales tecnológicas o de gestionar con prudencia y humanidad los fenómenos migratorios. La revolución tecnológica creará una nueva sociedad, nuevas formas de relacionarnos y las instituciones tendrán que adaptarse a sus requerimientos globales. Por eso, con alta probabilidad, nos veremos sometidos a fuertes crisis políticas, a la espera de que seamos capaces de construir las instituciones adecuadas a la nueva realidad, lo que, sin duda, nos llevará algún tiempo y muchos sobresaltos por aquello de la prueba y error. A día de hoy ni siquiera alcanzamos a imaginarlas, por lo que tendremos que estar abiertos a propuestas y a ideas nuevas que nos permitan avanzar hacia fórmulas de mejor gobierno.

La propia Unión Europea, una institución nacida en la buena dirección en estos tiempos en los que se hacen precisas instituciones más grandes, globales y poderosas, experimenta en estos momentos una severa crisis. El Brexit, el desafecto de sus ciudadanos, el avance de los populismos antieuropeos o la crisis soterrada del euro, hacen que, en estos momentos, la Unión Europea no ilusione a sus ciudadanos, tal y como pasara décadas atrás. Ha perdido impulso y aparece atascada en sus ininteligibles afanes burocráticos. Sin embargo, es una institución que se debería cuidar y mejorar, pues precisamos de dimensión para poder abordar las cuestiones fundamentales del siglo en el que nos toca vivir. Faltan ideas sobre la mesa que sean capaces de ilusionarnos de nuevo, ojalá pronto seamos capaces, entre todos, de engendrarlas.

Los estados naciones también sufren desajustes, incapaces de gobernar, en verdad, una realidad digital que los supera y que amenaza con hacer saltar sus costuras. Los populismos de diverso tipo los vapulean aquí y allá, impidiéndoles políticas estructurales de largo plazo. Vemos como los países miembros son dirigidos por gobiernos débiles, al albur de complejas coaliciones y de conflictos internos. Muy endeudados en su mayoría, son contestados por sus ciudadanos. Los chalecos amarillos de Francia sería la enésima muestra de ello. Las democracias nacionales tendrán que revisarse si quieren continuar siendo un actor exitoso a largo plazo. Nadie garantiza ya que lo que hasta ahora funcionó, siga sirviendo para el futuro incierto que se abre ante nosotros.

Las Comunidades Autónomas están también en entredicho. Nacieron al calor de la constitución del 78 que, con tan buena intención como poco tino, entendió que era la mejor manera de resolver el secular problema territorial jaleado por los diversos nacionalismos. Después de una serie de idas y venidas entre autonomías del artículo 151 y del 143, al final terminó aplicándose el criterio del “café con leche”, o sea autonomía casi igual para todas las regiones. Desde entonces, ya lo sabemos, nada se ha arreglado. Y ahí tenemos los sucesos de Cataluña como buena muestra de que para nada sirvieron las buenas intenciones de los padres de la constitución. La dinámica política tampoco ayudó. Los nacionalistas fueron forzando más y más cesiones, competencias y presupuestos a un gobierno central siempre necesitado de sus apoyos para gobernar. Al final, las autonomías, aún habiendo realizado una excelente tarea en la prestación de múltiples servicios, se han convertido en pequeños estados, con ribetes soberanistas, reivindicación permanente, egoísmo crónico, y reiteración ineficiente de competencias y servicios. Como ciudadanos, a veces, tenemos la impresión de que trabajamos para mantener el entramado autonómico en vez de que las autonomías trabajen para nosotros. El fraccionamiento de la sanidad, la educación o de la carrera de los funcionarios, por ejemplo, no redundan en un mejor servicio a los ciudadanos, sino que, por el contrario, nos complican la vida, con cartillas, legislaciones o licencias diferentes para cada comunidad autónoma.

Tampoco hemos conseguido mejorar la igualdad entre los españoles, que resultan favorecidos o perjudicados fiscalmente en función de su lugar de residencia. En estos momentos en los que deberíamos caminar hacia la convergencia fiscal con toda Europa, nosotros la fraccionamos sin que terminemos de vislumbrar las ventajas que estas desigualdades suponen para el ciudadano de a pie.

Al final, el artefacto autonómico que creamos – a pesar de algunos elementos positivos – no ha funcionado. Ni ha apaciguado a los nacionalismos, ni ha hecho a los españoles más iguales entre sí, ni ha mejorado la igualdad de oportunidades. Este entramado autonómico, pues, tarde o temprano, tendrá que ser sometido a revisión y ya son muchas voces – y no sólo las radicales de VOX – las que claman por racionalizar un artefacto que se nos fue de las manos en gasto y se nos quedó corto en servicios y eficacia. La descentralización es buena, los elementos diferenciales positivos, pero todo ello debe servir para mejorar la calidad de vida y no para perjudicarla. Ya veremos como vamos encauzando este debate fundamental, que exigirá de grandes consensos, hoy por hoy, desgraciadamente, inimaginables.

Los vientos de la historia agitan nuestras instituciones, que sufrirán bajo el huracán digital que se barrunta. Ninguna de ellas se verá libre de tensiones y de cambios, pero las municipales serán las mejores asentadas y preparadas para abordarlos. Pero que no se duerman, no vaya a ser que el tornado de los tiempos también termine por arrastrarlas al lodazal del desconcierto.

3 Comentarios

  1. Yo a los sres. de los ayuntamientos (los considero agencias de colocación de familiares y amiguetes, éso si lo pagamos los de a pie) que se bajen los sueldos, que aligeren el pesonal que tenemos que mantener, porque comom no lo hagan dudo mucho que ellos puedan llegar a cobrar jubilación aunque no la cobren de la s.social porque son raza aparte, es la nobleza del siglo XX1

  2. yo escuché a éste figura de PIMENTEL que ya tuvo que dimitir de su cargo por motivos de dineros, y lo escuché en la entrevista de JORDI EVOLE, y me pregunto como puede decir este individuo que no viven de las subvenciones los que vienen a éste país sin contrato de trabajo con las manos en los bolsillos, y con la ingente cantidad que hay, y el buen figura este decía que no vivian de subvenciones, pues expliqueme Sr. PIMENTEL si noviven de subvenciones son irregualres y hay tantas legiones de irregulares de qué viven? Roban, trabajan en negro, se los lleva a Vd. a casa los mantinen alguna ONG? En fin que penica una persona que yo creia que era legal e instruido que hable de ésas maneras.

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