Misión imposible

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Misión imposibleComo tantos provincianos, por distintos motivos familiares, de estudios o de trabajo, he pasado largas etapas de mi vida en la capital del Reino; ciudad acogedora a la que es imposible no querer y a la que visito de continuo.

 

 

Aporto este intrascendente comentario previo, entre sentimental y biográfico, para justificar algo que espero tenga más fuste: los foráneos siempre aprecian mejor el calado de los cambios de las poblaciones a las que viajan intermitentemente, que los propios habitantes que, como le ocurre a uno mismo delante del espejo, casi no observan las alteraciones del día a día.

La transformación de Madrid en las tres décadas democráticas ha sido espectacular e imparable, aún a costa del padecimiento y la paciencia de sus vecinos. Pero, justamente en esos treinta años, que es de los que puedo hablar, llama poderosamente la atención cómo, pese a tantas medidas y desvelos, algunas vías públicas, colonizadas por la prostitución, apenas han cambiado el paisanaje. Estudié este tema, desde su perspectiva jurídica, hace unos cuantos años llegando a la conclusión, nada exótica, de que la lucha contra el comercio carnal, callejero o bajo techo, estaba abocada a la derrota. Ahora en Italia el señor Berlusconi quiere ponerse duro con esta lacra que, como el agua, siempre encuentra alguna salida. Vano intento, me temo, que tiene numerosos precedentes similares en dicho país.

Volviendo a Madrid, me limito a transcribir fielmente el comentario oído ayer en un café a un comerciante de la calle de la Montera, encallecido por la impotencia (o mejor por la indefensión, para evitar dobles sentidos). Decía: “Llevo aquí muchos años y aunque conmigo no se metan, esto devalúa la calle, el barrio… desprestigia a la ciudad, a España entera; que esto es un escaparate, porque ¡la cantidad de gentes de fuera que baja de la Gran Vía a Sol por aquí..! Y es que no respetan nada, porque hasta los curas de Caballero de Gracia tienen que entrar por otro lado. Primero empezaron a tomar medidas con los chulos, que ahora hay menos; luego con la videovigilancia para retraer al cliente, que es el culpable de que esto esté así; luego pusieron dependencias policiales y mucho guardia. Hasta una sede de la municipal. Ahora llevamos dos tandas de obras de peatonalización, que te retraen a los clientes de la tienda, pero casi lo aceptas pensando que la incomodidad de la calle con obreros, ruidos, polvareda, máquinas, espantará a este personal… Pero ni por esas”. Lamento certero de un superviviente, porque no son pocos los negocios cerrados o traspasados por esta molesta vecindad sin apenas tregua horaria, porque aquí las mercenarias no tienen otra vida de “belle de jour”.

Recientes estudios económicos de esta actividad económica, pésimamente calificada de sumergida, cuando tanto da el cante, indican que la crisis se ha cebado en el sector como en pocos, obligando a una bajada sensible de tarifas y a una competencia más desleal que nunca. Menos mal, pensarán estas pobres mujeres de mil mundos, que por ocupar meses enteros las mismas baldosas públicas no tienen que pagar canon ni nada parecido, como sí hace la terraza de la cafetería de al lado. Y que cobran en negro sin pagar impuestos ni, lo que es más triste, cotización alguna a la Seguridad Social.

Mucho se ha experimentado en los últimos tiempos con respecto a este arcaico “modus vivendi”. Desde Comunidades Autónomas que han reglamentado las condiciones higiénicas de los prostíbulos hasta Ayuntamientos que han puesto distancias, como en las oficinas de farmacia, a los lupanares. Por no hablar de debates políticos en torno a la legalización de la prostitución y su colisión con la dignidad de la mujer –y de la persona, en general- y del tráfico humano de mano de obra barata venida, a veces engañada, desde otras latitudes.

Todo es demasiado complejo por lo que, sin renunciar a paliar el actual desorden (supuestamente, las mancebías están clausuradas por un Decreto-ley de 3 de marzo de 1956, aunque lo desmientan los anuncios de la prensa más seria), debe aceptarse la dificultad de luchar contra la biología y la economía de supervivencia, y pensar en la adopción de medidas humildes y, como ahora se dice con exceso, transversales.

Porque, sin soslayar consideraciones éticas, estéticas y de orden público, es bien triste que los visitantes sigamos viendo en algunas calles un estacionamiento humano tan permanente como el zoo de la Casa de Campo, donde también los gestores públicos vienen soportando quebraderos de cabeza con el tráfico rodado y carnal.

Medidas paliativas y oportunas, seguro que hay muchas y hay que aplaudirlas. En cualquier ciudad, porque el problema es universal. Pero pensar en erradicar el problema, siquiera en un barrio concreto, parece misión imposible. 

5 Comentarios

  1. Hace usted bien en reconocer que, cualquier lucha contra esta forma de vida, basada, por un lado, en la venta del cuerpo y, por otro, en la compra de una satisfacción carnal, está totalmente abocada a fracasar.

    Porque, si no es aquí, será allí. Y, si no es a las 24 horas, serás a las 19 horas.

    Por algo es la única profesión que se ha dado en todas las culturas hasta la actualidad.

    Lo mejor es dejarse de rodeos, reconocerlo y derogar el Decreto-ley del 56 (que, por cierto, desconocía), para que nuestra sociedad pueda integrar dignamente a ese colectivo.

  2. Las lamentaciones y quejas hipócritas contra una cosa tan natural entre seres vivos, tan normal en una economía de mercado y tan habitual en todas las sociedades, bajo diferentes formas; siempre han estado, están y estarán condenadas a caer en el vacío; no ya por provenir muchas veces de sujetos que son ellos mismos clientes y/o prostitutos/as, sino porque resulta extremadamente peligroso (además de muy dificil) jugar a la represión con algo que podríamos calificar como «válvula de seguridad» del sistema de organización social; prueba de ello es que históricamente, la Iglesia Católica siempre se ha mostrado tibia frente a la prostitución y ha cerrado los ojos ante este fenómeno, aunque lo hayan disfrutado y lo disfruten clandéstinamente sus miembros; y la Inquisición que yo sepa no quemaba prostitutas.

  3. La «misión» a la que se refiere el Sr.Tolivar, además de imposible, resulta especialmente paradójica en la actualidad, cuando asistimos a la entronización de las grandes prostitutas «Top class», de la mega-industria mediatica global del entretenimiento de masas, como auténticos iconos sociales, que incluso se han convertido en lideres de la Sociedad Occidental, imponiendo sus «valores» y comportamientos en amplias capas de la población, donde son adoradas como diosas; hasta el punto de que podríamos hablar de nuestra Sociedad como una auténtica «Putocracia», porque al final acaban mandando las altas prostitutas en nuestro sistema social, gracias al culto que las rinde el pueblo, y eso termina condicionando a los gobernantes y a sus políticas.

  4. En Civilizaciones más inteligentes y cultas que la nuestra, se consideró la prostitución como sagrada y se ejerció en el interior de los Templos, con la convicción de que así se aplacaban las iras de los Dioses.
    Tuvo que llegar la barbarie santurrona del cristianismo, con su inversión de valores (desnaturalización, deshumanización, inferioridad odio, resentimiento, envidia, oscurantismo mistérico, trapicheo,etc.) para que la prostitución fuera reducida: a una pseudo-clandestinidad hipócrita y vergonzante, en forma de alquiler, por un lado, y a una institución matrimonial socialmente aceptada, en forma de compraventa, por otro.
    Sin embargo, tengo para mi, viendo la determinación, fe y diginidad, con la que ejercen esa hermosa profesión muchas personas, que ellas mismas son conscientes del carácter sagrado y moral de su actividad, en la que las notas predominantes son el amor propio y el amor a los demás.

    Por eso, en el Día del Trabajo, quiero rendir mi homenaje y reconocimiento, a l@s ejercientes del oficio más viejo del Mundo.

    Larga vida y salud para el Amor Libre.

    1-5-2009.

    Un Librepensador.

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