La gestión pública moderna es cada vez más compleja. Las novedades en materia de organización y prestación de servicios es tan amplia y profunda que se hace totalmente inasumible. Las nuevas exigencias impuestas o autoimpuestas son abrumadoras: administración digital, introducción de la inteligencia artificial, el denominado hexágono de la innovación con sus más de cien potenciales estrategias, la gestión por proyectos, las agencias ejecutivas, los partenariados público-privados, la gestión del conocimiento vía inteligencia colectiva, la reforma de la función pública con su enorme panoplia de novedades (competencias, ámbitos funcionales, carrera horizontal, evaluación del desempeño, etc.), transparencia, rendición de cuentas, evaluación de políticas públicas, sistemas integrados de ética pública, etc. Y por si todo esto no fuera poco parió la abuela con el metaverso y la utilización de los denominados nudges (ciencias conductuales aplicadas a las dinámicas administrativas y al derecho administrativo).
El caos es absoluto debido a la necesidad que tienen algunas administraciones públicas por ser o aparentar ser modernas. De este modo podemos encontrar administraciones públicas que implantan algoritmos pero no son en absoluto transparentes. Otras que les da por experimentar con el metaverso y los nudges pero tienen la organización interna y la prestación de servicios hecha unos zorros.
Por tanto, de vez en cuando hay que hacer un ejercicio de poner orden a las estrategias de cambio que deben diseñar e implantar nuestras administraciones durante los próximos años en los que deberemos atender retos tan enormes, entre otros, como la gestión de la post Covid-19, el relevo intergeneracional o el envejecimiento de la población.
Desde mi perspectiva los cambios que hay que implantar en la gestión pública del presente y del futuro atienden a cuatro grandes vectores: a) mejora de la calidad institucional; b) mejora de las capacidades organizativas; c) apostar por la inteligencia institucional; d) innovación entendido en un sentido amplio.
El primer vector, la mejora de la calidad institucional suele ser el más desatendido cuando es totalmente esencial para lograr mayor legitimidad social y empatía con la ciudadanía y, también, para poder avanzar adecuadamente con el resto de vectores de cambio y de reforma. Incrementar la calidad o el refinamiento institucional es la gran asignatura pendiente de las administraciones españolas en comparación con las administraciones más avanzadas de nuestro entorno: transparencia que incluye la rendición de cuentas, evaluación de políticas públicas, participación activa de los ciudadanos y de la sociedad civil organizada (todo junto y agregado implica el cacareado gobierno abierto) e implantación de manera integral de la ética pública. Todo ello sin olvidar la necesidad de ordenar la relación entra la política y la administración siendo ineludible implantar de una vez por todas la aclamada y siempre llorada dirección pública profesional. La dirección pública profesional no es un instrumento vinculado a la función pública sino una estrategia asociada a fortalecer la calidad institucional y a potenciar las capacidades organizativas.
El segundo vector hace referencia a la reforma de las capacidades organizativas y ello se vehicula mediante dos estrategias: reforma integral de nuestro anticuado y barroco sistema de función pública. Nuestro modelo de función pública es el cuello de botella para poder diseñar una administración moderna, contingente, inteligente e innovadora. La segunda estrategia se refiere a transformar nuestro modelo organizativo para que sea más flexible (orientado a la gestión de proyectos configurando lo que denomino un esqueleto elástico), más transversal y con menor dependencia de los motores transversales que generan mayor burocratización interna (gestión de personal y gestión económica). En este marco habría que apostar por una organización instrumental más ágil (agencias ejecutivas o algo parecido), unos procesos administrativos más simples y lineales y una contratación administrativa con garantías pero mucho más ágil y menos burocrática.
El tercer gran vector de cambio consiste en la introducción de la inteligencia institucional que va mucho más allá de apostar por la inteligencia artificial, Para lograr inteligencia institucional antes hay que acreditar avances en los dos vectores anteriores (mejorar la calidad institucional y reformar las capacidades organizativas) ya que si no vamos a construir literalmente sobre el barro. Para apostar por la inteligencia institucional que agrupa visión de prospectiva y gestión del conocimiento vía inteligencia colectiva reclama un trabajo arduo y de picar piedra para mejorar nuestro sistema de gestión de la información (gestión sistemática y de calidad de la información interna y externa desde el small data hasta el big data) mediante profesionales de la gestión de la información y mejorando las capacidades institucionales en la gobernanza de datos (oficinas del dato). Obvio que después o en paralelo a estos esfuerzos hay que incorporar la inteligencia artificial mediante algoritmos y sistemas de entrenamiento de estos algoritmos (que es lo realmente difícil ya que para ello hay que poseer información estructurada y de calidad totalmente digitalizada que va mucho más allá que los precarios excels).
Y para la Administración pública que tenga tiempo y ganas puede apostar por el cuarto vector, que agrupa un diverso y extenso catálogo de innovaciones que ahora están tan en boga: desde las más de cien estrategias que contempla el hexágono de la innovación hasta el nudging o el metaverso. Si hemos hecho bien los deberes con los tres vectores anteriores muchas de las actuales estrategias de innovación que ahora están de moda ya les tendremos incorporadas y de manera más solvente y sustantiva y, además, estaremos en condiciones de aplicar otras estrategias de innovación de manera fluida y no forzada como lo solemos hacer ahora.
Es obvio que no todas las administraciones pueden abordar de golpe este extenso catálogo de transformaciones y cambios pero lo que no es lógico es que no prioricemos los dos primeros vectores y, en cambio, nos concentremos en algunos ingredientes del tercero (gestión algorítmica) y el cuarto (algunas estrategias de innovación impactantes y glamurosas) ya que sino el avance es realmente precario, asimétrico y caótico.