El leviatán digital y la feria de Sevilla

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Escribo estas líneas con urgencia, recién regresado de la Feria de Sevilla. Hace años que no la disfrutaba, entre viajes y pandemias. Por eso, en esta ocasión, habíamos reservado con tiempo las fechas, para que ningún otro compromiso impidiera el reencuentro con la gran fiesta de la ciudad en la que nací y me crie. Teníamos ganas de feria, de reír, de saludar, de beber, de charlar, de bailar y de reencontrar al amigo que desde hacía tiempo no veíamos. Ganas de vivir, después de tanta muerte como habíamos dejado atrás y de la que aún intuimos por delante. Esa urgencia de vida, ese conjuro festivo de los demonios del siglo, hizo que la feria estuviera a reventar. En estos tiempos atormentados en los que las enfermedades mentales, las ansiedades y depresiones asolan mentes y ánimos, la Feria se transmutó en una gran terapia colectiva en forma de casetas, farolillos y coches de caballos. Terapia temporal, claro está, pero terapia al fin y al cabo, mucho mejor, incluso, que las pastillitas de la felicidad consumidas a toneladas en nuestro país, según nos muestran informes y estadísticas.

Pero toda fiesta tiene su resaca. Ya veremos de contagios covid, pero también de reflexión sobre algo que ya cambió para siempre en el Real y en nuestras vidas. De regreso en coche a Córdoba, escucho en la radio, tras las declaraciones entusiastas del presidente de los hosteleros sevillanos, que una institución municipal, mediante unos dispositivos y aplicaciones digitales, había podido obtener información muy valiosa de los asistentes al reciento ferial. Procedencia, edad, gustos, datos diversos. Y lo comentaban así, con naturalidad y orgullo. Cosas de los tiempos, espiados por nuestros móviles y por infinidad de cámaras y dispositivos y nosotros, tan contentos. Este “espionaje” municipal que, sin duda alguna fue realizado con la buena intención de utilizar los datos obtenidos para conocer a sus visitantes y así poderlos atender mejor, es el signo de los tiempos y enlaza con las reflexiones que, en forma de artículo, tenía comprometido escribir.

Lo digital ya nos conforma, nos hace, crea el mundo en el que, en gran medida, habitamos. Es tan poderosa y adictiva que no podemos – ni mucho menos podremos en el futuro – prescindir de ella. Aunque intentemos aplicar mesura en su uso, su poder precipitado nos arrastrará. Y si nos salimos de ella, prescindiendo de Redes Sociales, aplicaciones diversas, sistemas en las empresas, análisis de datos, Inteligencia Artificial y demás, sencillamente, no seremos. Las empresas aceleran su transformación digital, sabedoras de que no hacerlo significaría su muerte a corto plazo. Las administraciones se digitalizan, para simplificar y acelerar trámites al ciudadano, las universidades enseñan a través de la pantalla. En gran medida, nuestro universo ya es digital y mucho más que aún lo será. Esto, en principio, es positivo, pero, sobre todo es inevitable, lo que ya suena más inquietante.

Lo que ocurre a personas y empresas, también ocurre con países y ejércitos. Aunque toda información procedente de una guerra hay que ponerla siempre en cuarentena – ya sabemos aquello de que su primera víctima siempre es la verdad -, todo apunta a que a Rusia no le está yendo nada bien en su invasión a Ucrania. ¿Y cómo es posible que al Goliat ruso se complique en su desigual lucha contra el David ucranio? Pues, en gran medida, la responsable es la diferente adecuación a la guerra digital de ambos bandos. El ejército ruso es una colosal máquina de guerra…, pero del siglo XX, todo acero y potencia de fuego, mientras que el ucraniano es flexibilidad y conexión digital. Geolocalizaciones, drones, intervención de comunicaciones y pequeños grupos antitanques, todos ellos armados y formados por EEUU y la OTAN – que a su vez comparten información e inteligencia – han convertido Ucrania en un auténtico infierno para las tropas rusas, que ya han perdido a ¡12 generales!, vidas jóvenes, barcos, aviones, un sinfín de carros de combate e, incluso, costosísimos barcos. No tenemos ni la menor idea que lo que aún puede acontecer en el conflicto, pero de lo que no tenemos duda es que el dato y la conexión digital, ya resultan más poderosos que el acero y el fuego. El XXI, que se ha enfrentado al XX, gana por goleada, con sus tecnologías y redes digitales. El ejército que no sea capaz de librar la guerra tecnológica, sencillamente, será derrotado, lo que también nos arrastrará en su huida hacia adelante.

Como ya ocurriera con las grandes revoluciones anteriores – fuego, metales, vapor, electricidad, comunicación – quién no se suba al carro quedará aparcado irremisiblemente en la parada melancólica de un pasado derrotado. Y la tecnológica es la revolución más potente y transformadora que jamás experimentara la humanidad, al punto que nos transformará como especie. Y si no lo cree, con el tiempo lo veremos. ¿Es bueno, es malo? Sobre todo, como decíamos, es inevitable, así que relájese y disfrute del gran espectáculo de lo novísimo por venir. Yo, al menos, lo he conseguido en la feria mientras era “datificado” concienzudamente por el ayuntamiento y un sinfín de cacharros más.

Pero este avance tecnológico, que tantas ventajas nos aporta también tiene su lado oscuro y será el control absoluto que ejercerá sobre nuestras vidas. La tecnología, creada para servirnos, terminará dominándonos. No se vislumbra otro futuro posible. Hoy, trabaja para nosotros, mañana, seremos nosotros los que trabajamos para ella. Aún no tiene vida ni fines propios, pero quizás los tenga en un futuro no demasiado lejano, al modo de los libros de ciencia ficción más aventurados. Quizás, la singularidad – el momento en el que la Inteligencia Artificial tome conciencia propia – no se produzca nunca o quizás, como yo creo, sí que lo haga relativamente pronto. Pero, en cualquier circunstancia no podremos evitar nuestro control por ese leviatán digital que tan atractivo nos sonríe desde los iconos coloreados de las pantallas de móviles y ordenadores.

¿Sólo cabe la resignación? Siempre podríamos luchar contra el control, poner límites, dividir mega empresas, hacer leyes que nos protejan. Quizás, quién sabe. Pero, al final, la tecnología nos dominará. Sólo, un colapso civilizatorio que nos retrotrajera a siglos atrás, podría retrasarlo, pero, en este caso, sería peor el remedio que la enfermedad.

Las compañías más valiosas del mundo son las grandes tecnológicas – Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft -, por citar tan sólo a algunas de las más conocidas -. Hoy son las campeonas, mañana otras brillarán con luz propia en el pódium de los campeones. Pero, gane la empresa que gane, al final es la tecnología la gran vencedora, la que terminará engullendo todo, a sus creadores también, por supuesto. El reciente descalabro bursátil de Netflix y la fuerte caída de las tecnológicas esta pasada semana podrían ser interpretadas por algunos como el inicio del fin del ciclo de la tecnología. Se equivocan. El dominio digital no ha hecho sino comenzar. Cambiarán las empresas, los modelos de negocio, los usos… pero la tecnología estará cada día más presente en nuestras vidas, al punto de, no sólo controlarlas, sino también determinarlas. La Inteligencia Artificial nos seleccionará y valorará en nuestro trabajo, nos relacionará, tomará medidas de manera automática en aspectos fundamentales de nuestra vida, privada, profesional y colectiva e, incluso y es lo más grave, en nuestro propio pensamiento.

Un monumental lío, vamos. ¿Qué hacer, entonces? Pues no creo, la verdad, que podamos hacer otra cosa que cabalgar al potro desbocado de lo digital, aún a sabiendas de que nos dirige hacia el precipicio. Al menos, mientras avancemos, sentiremos el viento de los tiempos en nuestra cara alzada. Quién se descabalgue – quizás el sabio – se perderá en el pasado y eso es aún peor. Por eso, como la cosa no tiene remedio, insistimos en lo dicho, relájese y disfrute, como nosotros hicimos en la feria, aún a sabiendas de la red digital omnisciente que nos envolvía y atrapaba. Gocemos, pues, de los buenos momentos mientras aún podamos. En nuestro caso, de la Cruzcampo, del fino, de la manzanilla, e, incluso del buen jamón. ¿Frivolidad? No. Sabiduría diría yo. Cosas veremos que hacen del futuro algo apasionante… y terrible.

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