Muchas veces lo he escrito en las páginas hospitalarias de este Blog. Las grandes reformas se empiezan tejiendo desde las pequeñas instituciones, aquellas que con menos vigor se hallan en el foco de la atención nacional. Me gusta repetir lo que escribió Edgar Quinet (intelectual francés muerto en 1875): «la gran Odisea gira en torno a la pequeña Ítaca».

Ofrezco ahora otro ejemplo de esta certera observación: han sido municipios españoles (Córdoba, San Vicente del Raspeig en Alicante, Cabra …) los que se han adherido a una iniciativa -que lleva el respaldo de las Naciones Unidas- consistente en crear una organización que se ocupe de analizar con rigor científico el impacto que tendrán en las generaciones futuras las decisiones tomadas por los actuales gobernantes. Así, construir una autopista, erigir urbanizaciones, reformar en tal o cual sentido los planes urbanísticos, declarar zonas o espacios protegidos, diseñar infraestructuras de largo aliento, fomentar el ocio hacia esta o aquella zona y un largo etcétera.

Existen ya este tipo de entidades en Gales, en Alemania, en Israel … Sus figuras representativas suelen estar designadas por los parlamentos y en algunos casos están vinculadas a los Defensores del pueblo, una institución como se sabe nacida en la cuna escandinava. Porque, en efecto, estamos hablando de defensores del pueblo, solo que del pueblo cuyos miembros aún no han nacido.

Confieso que me seduce mucho este planteamiento y ello porque un mal de la democracia es el hecho de que sus protagonistas -los jefes y candidatos de los partidos políticos- están demasiado ligados a las peripecias electorales que se suceden en el tiempo como una rueda incansable, con la perseverancia implacable que ponen las cigüeñas en volver a sus nidos. Y ya que estamos con el ejemplo biológico digamos que los árboles de tales elecciones (no digamos las encuestas) impiden ver el bosque a cuya formación contribuyen. Una advertencia esta que no es original de nuestro tiempo porque la encontramos ya en el libro (inmortal, clásico) que a la democracia americana dejó el gran Alexis de Tocqueville (es decir, a los años treinta del siglo XIX).

Una semilla, la de Tocqueville, que ha seguido dando frutos de manera que sería imposible citar aquí las publicaciones que han propuesto correcciones al funcionamiento de la democracia y a su inexorable tempo.

Me quedo, a efectos de esta corta exposición, con las de un prolífico autor francés a quien mucho admiro: Jacques Attali. En su libro -un libro inquietante por el análisis profundo que hace de las estructuras del poder mundial- Demain: qui gouvernera le monde? propone Attali la creación -nada menos que a nivel mundial- de lo que llama expresivamente una Chambre de patience, una especie de nevera encargada de acoger a las generaciones futuras donde se analicen con paciencia los grandes planes y acuerdos. Se ocuparía de custodiar el respeto de los equilibrios a largo plazo, de la sostenibilidad del desarrollo, del mejor uso de las nuevas técnicas, del empleo de los recursos financieros disponibles … Es preciso -dice Attali- imaginar nuevas formas de alimentarse, de vivir, nuevas maneras que nos permitan  sobrevivir. A esa Cámara solo podrán llegar personas muy expertas, no valdría la representación hoy conocida según la cual un elegido por el pueblo se convierte de pronto en un experto sobre las más enrevesadas cuestiones. Estaríamos pues frente a una forma renovada de selección que ha de recaer en avezados conocedores, tan competentes en conocimientos presentes como impregnados de imaginación y capacidad de prevenir y ¿por qué no decirlo? de fantasear. Es decir, un lugar en cuya entrada colgara un visible cartel que rezara: burócratas y rutinarios, abstenerse.

¿Utopía? Probablemente pero nadie puede olvidar que la realidad que hoy tocamos con las manos y disfrutamos con la máxima naturalidad fue la utopía de nuestros abuelos.

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