Regalos envenenados

Y así pasa lo que pasa. Le regalan a uno unos trajes y se monta la mundial. Unos trajes que el interfecto jamás debió aceptar.

Sin embargo esta pequeña reflexión se quiere centrar en torno a cuántos ‘trajes’ – regalicos – dádivas – detalles, llámese como se quiera, hay por toda España, versión piso permutado a valoración inferior, versión entradas para los toros, versión unos gemelos para el traje, versión unos libros etc, todo eso siendo ingenuo. Y cuántos ‘trajes’ regalan los mismos políticos bajo la forma de subvenciones discrecionales que para mas INRI se hacen con dineros públicos. O, finalmente, cuántos en forma de sueldos de asesores que ni van por los despachos, también con dineros públicos. Si es que no hay otros datos, lo de los trajes… una estupidez de regalo, visto cómo funciona el percal. Y es que hay que ser un poco torpe para encontrarse en un lío como éste en plan a lo tonto me lo bailo.

La verdad es que nunca me gustó que nadie me regalase nada, quizás porque nadie me regalaba nada, como la fábula de la zorra y las uvas. Bueno, en realidad nunca me gustó porque, diga lo que diga la ley, quien te regala algo, siquiera sea un bic de propaganda, parece que de alguna manera te quiere someter como mínimo a su simpatía. Parece que, solapadamente, quiera limitar tu capacidad de dar un bufido a tiempo o un no rotundo, cambiándolo por un sí o un ya veremos. Y eso no es, no debe ser.

Pero si en nuestro caso por un casual te llegan a regalar algo, cosa verdaderamente difícil en un Secretario de Ayuntamiento dado que gran parte de la función consiste en ser el Pepito Grillo de la representación teatral, probablemente difícil es negarse a recibirlo en ocasiones. Si insistes en negarte, el ciudadano que viene todo contento, se podría llegar a molestar bastante por la mala educación del rechazo. Y si finalmente lo admites, pues mal también, has sido débil, han tratado de ser simpáticos contigo y parece que queda una sensación de deuda.

Pese a estar en el soleado y apartado agro, todos sabemos que los regalicos entre políticos y entre altos funcionarios circulan por doquier. Y no son precisa ni necesariamente grandes regalos en muchas ocasiones (esos no se ven), son detalles mediante los que se agradece una especial dedicación, amabilidad o interés de alguien en un asunto que tiene importancia para quien finalmente lo ve solucionado. Es una costumbre ínsita en el ser hispano, ya dice el refrán eso de que “de bien nacido es ser agradecido”.

Como estamos en España ya sabemos que las normas muchas veces se aplican según qué, quién, cómo y cuándo. Eso del cohecho impropio del que tanto se habla estos días, es un tipo penal de los artículos 425 y 426 del Código que no se aplican más que cuando se quieren tocar las narices a alguien -con perdón-. Porque, hablemos con fundamento y veamos. Artículo 425.1 “1. La autoridad o funcionario público que solicitare dádiva o presente o admitiere ofrecimiento o promesa para realizar un acto propio de su cargo o como recompensa del ya realizado, incurrirá en la pena de multa del tanto al triplo del valor de la dádiva y suspensión de empleo o cargo público por tiempo de seis meses a tres años.” Obsérvese, el tipo penal se produce cuando, simplemente, se admite regalo (dádiva, recompensa) por hacer algo que uno tiene que hacer de todas formas o ya ha hecho sin que nadie le tenga que regalar nada. Y el 426: “La autoridad o funcionario público que admitiere dádiva o regalo que le fueren ofrecidos en consideración a su función o para la consecución de un acto no prohibido legalmente, incurrirá en la pena de multa de tres a seis meses.” Bueno, no precisa más comentario.

Regalos hay muchos y de muchas formas por ser vos quien sois. ¿Por qué nos rasgamos las vestiduras en un momento sí y en otro no? Está claro, simplemente hay que meter el dedo en el ojo unos a los otros. Y la cosa no va a más porque todos los partidos de izquierda, centro y derecha tienen muchísimo que callar. Se conjuga el verbo así: yo callo, tú callas, él calla… etc.

Por lo tanto, seamos sensatos. A veces no queda más remedio que recibir el detalle si no se quiere ser un despreciable maleducado. Imaginemos que viene el representante de los productos de limpieza que surte de productos al Ayuntamiento y, como es un comercial muy dicharachero que va a comisión, quiere caer bien y despliega toda su simpatía –aunque tiene un dolor de muelas- y va y trae un boli (o un mechero) en el que pone “Exclusivas Pepito SL, las mejores fregonas”, teléfono 555-5555” (y por cierto luego compruebas que el boli escribe bastante mal y que salta el muelle al cabo de una semana). Tú eres tan honrado que vas y le dices…. ¡anatema, artícuos 425 y 426, pedazo de corrupto, métete el regalo por…. me voy al Fiscal inmediatamente…! Bien, ¿no será necesario cambiar el código para prever estas cosas? De otro modo, podemos hacer rápidas obras de ampliación en todos los trullos porque se van a llenar.

En realidad, como ya hemos recordado muchas veces, escasamente se cumplen las normas en este país. Así que los bonitos artículos 425 y 426 se sacan del cajón, según. En este país eso es lo malo, hay muchísimas normas y se aplican casi siempre sólo “según”…

Ya sabemos. Para evitar situaciones incómodas va a haber que colocar carteles en las oficinas, en los despachos de la Alcaldías y Concejalías con la leyenda “Prohibido regalar nada” o “Comerciales, abstenerse de regalar bics, libretas, abrecartas y similares”.

Debo confesar que gracias a Dios, en mi dilatada carrera administrativa, sólo un ciudadano me ha regalado en mi vida una caja de frutas, manzanas golden impregnadas de roundup por más señas, serían doce o catorce piezas que fueron aceptadas tras una leve resistencia y por no desairar. Sin embargo al cabo de poco tiempo tuve que protagonizar una memorable bronca con la susodicha persona que costó mucho, todo hay que decirlo, al entender el interfecto que no debía pagar la bonita e interesante cuota por el impuesto de plusvalía que le girábamos al haber heredado un gran patrimonio inmobiliario. El asunto no sólo finalizó en que nunca más hubo fruta, a partir de entonces fui denostado, ninguneado y el fulano inició una grave y larga campaña de descrédito público acusándome (sic) de haberme inventado yo el impuesto entre otras lindezas (cuando incluso era él concejal cuando se aprobó). En fin, de todo hay que oír, va en el sueldo.

2 Comentarios

  1. Las leyes stán para cumplirse, no para que la autoridad interprete si deben cumplirse, y si no hay que quitarlas porque producen inseguridad. ¿Por qué hay que adivinar si la policía multa en ciertas prohibiciones de aparcamiento? ¿Por qué la noticia es que a un político, en una autopista, le pillan a 175km/h y le multan, y no lo contrario? Esa es la diferencia que separa este país de «listos» de los avanzados. Incumplimientos, los mismos: pero la ley, si la hay, se aplica siempre.

  2. Me gustaría conocer su opinión sobre un contrato administrativo por concurso público en el que uno de los concursantes en su oferta incluye una mejora ‘para la formación de los funcionarios’ o algo similar con una determinada valoración económica. Dicha mejora se justificaría con las facturas correspondientes a gastos de viaje y asistencia a seminarios, conferencias o actos de interés relacionados con la materia del contrato.

    ¿Debe la administración aceptar este tipo de ofertas?

    Por lo que a mí respecta, por si acaso, no voy a ninguna parte si no es la administración la que paga directamente los gastos….

    Saludos.

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