Temperaturas oficiales

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Temperaturas oficiales

El siempre bienintencionado Gobierno decidió en este curso de gracia que la temperatura de las instalaciones oficinescas de la administración central (de esta ya va quedando poca) no sobrepasasen en ningún caso los veinticuatro grados; ya se sabe, estamos con todo lo del cambio climático seriamente preocupados y nuestro ente rector central quiso dar ejemplo- No sin antes anunciar mediáticamente, a bombo y platillo, la medida en todos los telediarios. Sabemos por otra parte, que en realidad lo importante del caso es simplemente aparecer en la prensa dejando caer nuestra gran concienciación social hacia las medidas correctoras, que impidan la definitiva debacle cósmica, hay que empezar por algo y un grano no hace granero…

Bueno, el Gobierno ya prohibió fumar en lugares públicos, ya se prohibió circular a más de cincuenta kilómetros por hora por ciudad, se ha prohibido acceder con vehículos a ciertos parajes naturales (dentro de poco sólo podremos ver alguno de ellos en foto o presencialmente si se está muy enchufado), incluso ir en bicicleta por algún sendero natural que “si quería caldo tome usted tres tazas”, se ha hiperprotegido hasta la exageración y ahora quizás, la administración central quizás esté deseando encontrar algún título competencial, para imponer por ley no impugnable ante el TC, que en todas las oficinas e instalaciones de cualquier administración pública las temperaturas oficiales se controlen a equis grados. Volveremos a decir, rememorando los tiempos de los que hicieron la mili“…susórdenes mi capitán!” , cuando acababa el invierno oficial y en aras de la necesaria uniformidad castrense, el pobre recluta se tenía que quitar el trescuartos militar aunque estuviese a dos grados sobre cero so pena de un inevitable arresto.  Y es que la medida parece adecuada, pero o bien a continuación se crea un cuerpo de incorruptibles inspectores de temperaturas (si hay oposiciones a eso que me avisen que yo me apunto) o parece poco creíble que verdaderamente se vaya a controlar el consumo de combustible y las emisiones contaminantes a la atmósfera.

Recuerdo a un compañero que me contaba hace años el frío que pasaba en su oficina municipal de aquel pequeño pueblo en el que estaba; me decía que no exageraba y que durante la primera hora de trabajo no se podía quitar el chambergo. Tenía unos guantes agujereados en los dedos que le proporcionaban cierto calor y le permitían alguna movilidad, no demasiada, para teclear la desengrasada, renqueante pero siempre fiel Underwood. Bueno, su sistema de calefacción consistía en una estufa de butano con ruedas que, sin saber aun hoy por qué, le producía jaqueca a los veinte minutos y que tenía que colocar cerca de la mesa de trabajo calzándola previa y adecuadamente como si fuese un camión cargado que ha aparcado en cuesta, ya que si no, la misma, por la natural tendencia de los objetos a caer por efecto de la gravedad (ley de difícil derogación)  acababa en el centro de la habitación-oficina. Ésta tenía el suelo, cansado quizás de soportar el peso de la cosa pública, absolutamente combado, debido a lo que un arquitecto que por allí pasó, diagnosticó como ‘efecto del madero verde’. Cuando se construyó el edificio se colocaron gruesos y sólidos maderos que soportaban el peso, pero aun verdes, con lo cual, acabaron, por efecto de la dilatación física, arqueándose. No se iba a caer el edificio, no -dijo- pero… mala solución. Eso es lo que decía, porque otro arquitecto que fue por allí, viendo el a simple vista deplorable panorama, no se atrevió a pasar del arco de la puerta. También me contaba que no hacía mucho gasto en agua, en aquella época ya se aplicaban técnicas ahorradoras de agua ya que los servicios estaban en una fosa séptica en el corral del edificio en el que, por supuesto, no había agua corriente. Aquel edificio –me contó- no duró demasiado y en cuanto se pudo, con el advenimiento de la generosidad provincial y con sus imprescindibles ayudas, total  en cinco o seis fases, que a martillazos se hizo que legalmente fueran susceptibles de ser entregadas al uso público, fue derribado sin más trámite para construir otro acorde con la dignidad municipal de un pueblo español del siglo XX.

Ese mismo compañero se trasladó después a una agrupación de dos municipios más cerca de la capital y en los dos tuvo que emprender las penosas tareas de rehabilitación. En uno de ellos el arquitecto proyectó un sistema de calefacción con acumuladores eléctricos que se suponía que se cargaban por la noche en tarifa nocturna y suministraban energía cuando se necesitaba por la mañana. El sistema nunca llegó a funcionar bien ya que acumular, no se sabía si acumulaban algo, pero por la mañana allí no había quien estuviese salvo que el Secretario hubiese sido un esquimal. Y en el otro pueblo, se colocó un sistema de aire caliente que calentar, calentaba pero ponía la cabeza bastante gorda. Ahora lleva ya unos años ya en su destino actual y está confortablemente calefactado con el típico sistema de caldera de gasoil y radiadores normales como Dios manda y está de maravilla. Hasta, desde el año pasado, tiene aire acondicionado en verano.

Afortunadamente hemos mejorado y mientras oficialmente no se prohíba otra cosa, que todo llegará (no sé si la autonomía municipal permitirá que sea el propio Ayuntamiento quien determine la temperatura o nos la impondrán desde Europa), podemos disfrutar en estos momentos de agradables temperaturas laborales, al menos en lo climático. Un empresario avezado diría que crear un confortable lugar de trabajo aumenta la productividad. Menos mal que el Gobierno no está en el agro y no soporta las inevitables moscas que obligan a utilizar sprays insecticidas, si no, ya se les habría ocurrido prohibirlos.

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Ignacio Pérez Sarrión es Licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia en el año 1980 y Funcionario con Habilitación de carácter Estatal, perteneciente a las subescales de Secretaría-Intervención y Secretaría de Categoría Superior. Ha ejercido en el Ayuntamiento de Torres de Berrellén (Zaragoza).

1 Comentario

  1. El problema en mi opinión no es si es el propio Ayuntamiento el que determina la temperatura o nos viene impuesta desde el Gobierno (pues 24 grados son iguales aquí que en Finlandia) sino poner de acuerdo a más de una persona en qué se considera una temperatura agradable, ya que cómo dice el refrán «para gustos, los colores».

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