Todas las políticas y servicios públicos son ahora complejos

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La literatura en políticas públicas identifica un conjunto de políticas extraordinariamente complejas que las denomina “políticas malditas” ya que el decisor público se enfrenta a un problema especialmente enrevesado y no posee apenas ninguna posibilidad de acertar con la solución o estrategia más correcta para alcanzar el impacto deseado y lograr un amplio apoyo social. Dos ejemplos de políticas públicas malditas serían las políticas vinculadas al orden público o a la inmigración. En temas de seguridad es muy difícil alcanzar una solución con un apoyo unánime o mayoritario ya que ante una alteración del orden público para algunos ciudadanos la actuación policial es excesivamente contundente y para otros excesivamente suave. Suele decirse que la policía nunca pega a gusto de nadie. En materia de inmigración un país puede optar por una política más restrictiva o más generosa pero jamás va a lograr un elevado apoyo social. Además, en materia de inmigración con independencia de la fórmula que adopte un gobierno la complejidad del fenómeno seguramente lo va a desbordar en un sentido u en otro y va a quedar mal retratado ante la ciudadanía. Un ejemplo reciente de una política compleja y maldita es la respuesta a la crisis sanitaria, económica y social de la Covid-19. Es curioso comprobar que ningún gobierno nacional ha acertado y todos han cometido serios errores ante una dinámica tan sobrevenida y cambiante en el tiempo. Al principio daba la impresión que algunos países iban a salir airosos (Alemania, Singapur o Australia) pero al final estos países también han cometido errores serios y han sido objeto de escarnio por parte de la opinión pública. En relación con las políticas vinculadas a la Covid-19 solo hay un gobierno y un país en el mundo que ha salido airoso: Nueva Zelanda. Es la excepción que confirma la regla, además de tener la fortuna de ser un país geográficamente lejano, rico y con una muy escasa densidad en población.

Pero recientemente vamos detectando que las políticas públicas complejas (todas lo son por definición) pero no especialmente difíciles están mudando con rapidez a convertirse también en políticas públicas malditas por ser especialmente espinosas. Ahora cualquier política pública relativamente sencilla se transforma en compleja ya que hemos incorporado nuevas dimensiones en sus procesos decisionales. Ahora todas las políticas públicas hay que escrutarlas desde la perspectiva de la igualdad por razón de género y también hay que observarlas con el vector de sostenibilidad y exquisito respeto medioambiental. También recientemente estamos especialmente sensibles a las potenciales desigualdades sociales que pueden generar algunas políticas públicas. Tema siempre relevante en la agenda política pero ahora mucho más ya que en Europa y España sufrimos más desigualdad social que nunca. Finalmente, otro ejemplo reciente sería que nuestro país posee una ciudadanía multicultural y multiconfesional y es necesario que las políticas respeten todas las identidades minoritarias.

Es evidente que hay que celebrar esta visión holística que ahora deben atender las políticas sociales, educativas, sanitarias, penitenciarias, de seguridad, de regulación, etc. De hecho produce sonrojo y vergüenza constatar que estas sensibilidades no estaban presentes cuando diseñábamos políticas y servicios públicos hace solo unos pocos años.

Pero el elemento esencial y novedoso es que ahora cualquier diseño e implementación de una política y de un servicio público es extraordinariamente complejo y puede llegar a convertirse en una política maldita. Además es el signo de los tiempos que aparezcan nuevos problemas y dificultades transversales que afectan a casi todas las políticas y servicios públicos. La Covid-19, como se ha dicho, es un buen ejemplo reciente pero todavía más modernas son la crisis energética actual y el dédalo de impactos en todos los países que está generando la guerra entre Rusia y Ucrania. También deberíamos introducir en este apartado los desastres naturales de última generación propiciados por el cambio climático.  Esta nueva situación genera un enorme estrés en los decisores políticos y en los gestores públicos ya que todos los niveles administrativos resultan directamente afectados. Recientemente conversando con un alcalde me decía que en tres años había tenido que lidiar con una gran tormenta marítima (edil de un pueblo en la costa), una pandemia, una crisis energética y una guerra. En aquel momento me pareció una exageración ya que parecía que conversaba más con un presidente de gobierno que con un alcalde. Pero tenía toda la razón ya que incluso la reciente crisis energética y la guerra entre Rusia y Ucrania le afectaban directamente (una pequeña comunidad de ucranios a los que había que ayudar y dar apoyo moral, un par de familias rusas a la que había que proteger y también apoyar, coordinar las distintas iniciativas sociales de ayuda a Ucrania y lidiar con los impactos económicos y de crisis de suministros en el municipio).

Para atender a estas nuevas políticas y servicios complejos y para comprender el impacto y las interferencias en las políticas tradicionales derivado de las nuevas sensibilidades por razón de género, de sostenibilidad, de creciente desigualdad social y de una sociedad multicultural se requieren administraciones públicas con mayores capacidades de inteligencia institucional.

Hasta ahora la inteligencia institucional se apoyaba únicamente mediante la agregación de las inteligencias individuales y profesionales de los cargos políticos y de los empleados públicos. Esta suma de inteligencias individuales es ahora manifiestamente insuficiente para afrontar la actual complejidad en las políticas y en los servicios públicos. Es necesario, por tanto, apuntalar también la inteligencia institucional mediante una mejor gestión de la información,  propiciar hacer emerger la inteligencia colectiva existente dentro y de fuera de la Administración y, aprovechar las potencialidades de la inteligencia artificial y, en un futuro, de los cálculos cuánticos. Solo mediante estos diversos mecanismos de inteligencia institucional las administraciones van a ser capaces de enfrentarse y resolver los retos del presente y del futuro.    

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