¿Un metaverso público?

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Vivir en el mundo contemporáneo es una experiencia entre incierta y excitante. Las innovaciones tecnológicas son una fuente constante de sobresaltos que nos alteran la vida a las personas. Cualquier cambio tecnológico que tenga impacto social y económico posee un indudable interés político y, por tanto, institucional. La última novedad tecnológica y social es el denominado metaverso. Sobre este nuevo invento es muy interesante la aportación realizada en este mismo blog por Manuel Pimentel (30/12/2021) en el que nos explica en que consiste el metaverso y su potencial impacto en el gobierno local.

Reflexionar desde el ámbito público sobre estas novedades puede parecer apresurado y propio de frikis de la tecnología y de la posmodernidad. No estoy de acuerdo ya que el metaverso tiene toda la potencialidad de revolucionar las relaciones sociales (la denominada tecnología social) y, por tanto, debería tener un impacto inmediato en la política y en su brazo ejecutor: la gestión pública. El término “tecnología social” no es nuevo, existe desde inicios el siglo XIX y se entiende como un espacio para construir relaciones sociales entre personas que, por ejemplo, comparten intereses, actividades, antecedentes o conexiones de la vida real. El metaverso es la evolución de la tecnología social y se refiere a una colección de mundos digitales, donde la cualidad definitoria es la presencia, es decir la sensación de estar realmente allí con las personas, lo que permite crear una experiencia inmersiva y multisensorial en el uso aplicado de diversos dispositivos y desarrollos tecnológicos en internet (Parrondo, 2021). La principal característica del metaverso es, a mi entender, la interconexión entre el mundo digital y el mundo real y en concreto como dinámicas sociales y económicas alumbradas en la dimensión digital pueden generar transformaciones sociales y económicas en el mundo real.

En procesos de cambio tecnológicos generados durante las últimas décadas detecto dos tensiones políticas, económicas y sociales distintas. Por una parte, una lógica o tensión mayoritaria dominada por la tradición política liberal y por las dinámicas económicas neoliberales: la tecnología alumbra nuevas formas de interacción social que hay que dejar que sigan su propio desarrollo de manera autónoma, sin intervencionismo ni control y que encandilan nuevas formas de negocio. La revolución de internet ha sido una buena muestra de ello. Por otra parte, existe una lógica minoritaria que sigue la tradición política de lo común, de la gestión de los bienes comunes y a nivel económico se traduce en la denominada economía colaborativa. La sociedad se empodera y accede directamente a bienes y servicios de manera gratuita o de intercambios sin contraprestaciones económicas. Los ejemplos de la primera tendencia serían Google, Amazon, Airbnb o Uber y los arquetipos de la segunda dinámica serían Wikipedia, otros sistemas Wiki o, a nivel local, las redes vecinales de apoyo mutuo o los bancos de tiempo impulsados en algunos barrios de las ciudades.

La característica común de ambos movimientos alentados por las nuevas tecnologías es que la Administración pública suele asumir el rol de espectador pasivo ante estas iniciativas. Adopta una posición reactiva y solo reacciona, tarde y mal, cuando las dimensiones de esta transformación son muy evidentes en las relaciones sociales y  económicas tanto a nivel de externalidades sociales negativas como positivas. Por una parte, intenta regular para minimizar los impactos sociales negativos y, por otra, dar tímido apoyo a las iniciativas que considera que aportan valor público (por ejemplo, los bancos de tiempo o las redes vecinales de apoyo mutuo). Mucho me temo que va a suceder lo mismo con esta novedad denominada metaverso que de manera intuitiva podemos considerar que va a tener un enorme impacto transformador tanto a nivel social como económico y quizás también político. Y hago la siguiente pregunta ¿No deberían las administraciones públicas estará más atentas y coliderar estas novedades tecnológicas?

Hasta el momento las nuevos mecanismos de interacción económica y social poseen dos motores dinamizadores: uno enorme de la mando del mercado y otro más modesto, aunque relevante, de la mano de lógicas de colaboración y empoderamiento social. ¿No sería sensato, e interesante que existiera un tercer motor de carácter institucional impulsado por las administraciones públicas? Considero que dejar la defensa del bien común y del interés general solo en manos de espontáneos actores sociales es literalmente una dejación de funciones de la Administración pública. En este sentido, considero que las administraciones públicas deberían estar muy atentas a los desarrollos empresariales y sociales vinculados al metaverso. Las posibilidades de esta novedad tecnológica pueden ser espectaculares en dimensiones tradicionalmente públicas como la educación, la sanidad, la cultura, la atención social, la planeación del territorio, dinámicas de participación ciudadana, etc. En estos ámbitos es totalmente imprescindible que participen los actores públicos, las administraciones públicas ante la potencial amenaza de que los valores e intereses privados colonicen dinámicas que en una sociedad deberían ser de naturaleza pública. No todo se puede dejar en manos de la iniciativa de las organizaciones sociales y de espontáneas lógicas de colaboración ciudadana. David no puede estar solo frente a Goliat y le hace falta el apoyo, la colaboración y el liderazgo de las administraciones públicas.    

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