Volvamos a los clásicos, por favor.

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Volvamos a los Clásicos
Volvamos a los Clásicos

En tiempos de Metaverso donde nada es lo que parece y lo virtual empieza a consolidarse como el escenario de futuro, algunos pensamos que no por mucho madrugar amanece más temprano y que antes de usar la tecnología blockchain para adjudicar contratos públicos o gestionar identidades digitales de forma descentralizada, debemos ir pensando en planificar de forma coherente nuestras acciones, rendir cuentas de nuestras políticas públicas o, sencillamente, dejar de colgar PDFs en nuestros Portales de Transparencia.

Qué queréis que os diga, se trata de dejar de ser glamurosos para ser más auténticos, menos modernos pero más eficiente, menos naif para ser más contundentes con el cumplimiento de la norma y con la satisfacción de las demandas de nuestros ciudadanos.

Y me explico.

Ya sé que el managment no está de moda, pero cada vez echo más de menos esas planificaciones bien elaboradas, con un estupendo análisis DAFO y un conjunto de indicadores que nos permitieran medir de forma realista las desviaciones o aciertos de nuestras líneas estratégicas, nuestros objetivos operativos y nuestras acciones concretas. Pero es que no lo digo yo, señores, además de el sentido común lo exige desde el 2013 el artículo 6.2 de la LTBG[1], según la cual: “Las Administraciones Públicas publicarán los planes y programas anuales y plurianuales en los que se fijen objetivos concretos, así como las actividades, medios y tiempo previsto para su consecución. Su grado de cumplimiento y resultados deberán ser objeto de evaluación y publicación periódica junto con los indicadores de medida y valoración, en la forma en que se determine por cada Administración competente”. Poca broma.

Y esa es otra, ¿qué hay de la transparencia?, ¿qué entendemos por transparencia si hemos convertido nuestros Portales en cementerios de PDFs? Me gusta comentarles a mis alumnos una y otra vez cuando hablamos de la misma que la verdadera garantía de esta radica en la necesidad de ubicar el citado Portal en las sedes electrónicas de nuestras Instituciones (y no en las páginas web – ver art. 5.4 LTBG) porque precisamente el legislador quiso que el establecimiento de una sede electrónica conllevara la responsabilidad del titular respecto de la integridad, veracidad y actualización de la información y los servicios a los que pueda accederse a través de la misma. Más claro el agua, palabrita de la Ley 40/2015, art. 38.

Nos gusta mucho hablar últimamente de Planes Antifraude, pero ¿cuántas Administraciones públicas cuentan en España a día de hoy con un verdadero sistema de integridad institucional?, pero no de esos que se irían volando como la casa de paja del primer cerdito, sino de los buenos, tal y como los configura la Recomendación sobre Integridad Pública de la OCDE (2017), que los entiende como «el posicionamiento consistente y la adhesión a valores éticos comunes, así como al conjunto de principios y normas destinadas a proteger, mantener y priorizar el interés público sobre los intereses privados dentro del sector público»[2]. No nos engañemos, los planes antifraude, los canales de denuncia, las medidas anticorrupción no sirven de nada si no se abordan de forma integral y holística, tratando de modificar de forma de una vez por todas una cultura organizativa – la de nuestro sector público – demasiado permisiva con el pan y el circo.

Se ha avanzado mucho en poco tiempo en materia de Administración electrónica;  bueno, en transformación digital; bueno, en uso de tecnología. Se ha avanzado demasiado diría yo en pensar en clave digital, y muy poco en reingeniería de procesos, de tal manera que hemos digitalizado el caos que antes teníamos en papel y ahora no somos capaces de gestionarlo todo electrónico. Y eso no es que sea malo en sí mismo, que también, sino que hipoteca nuestra gestión en el medio y largo plazo porque llegará un momento en que tendremos que parar las máquinas y volver a repensarlo todo, para empezar de nuevo a gestionarlo bien.

Hemos perdido de vista qué aporta valor a nuestros ciudadanos, qué sentido tienen nuestros trámites y qué papel jugamos en la intermediación de servicios. Hemos puesto el foco los últimos años en acelerar el paso de una forma desesperada pero no nos hemos dado cuenta que nos hemos dejado por el camino viejas costumbres que nos dieron muchas alegrías.

No quiero parecer más mayor de lo que soy pero echo de menos, como ya os he dicho, esos planes estratégicos que no eran humo, esos indicadores de gestión (ahora ya no molan los KPI, sino lo OKR) que de verdad te decían cómo estabas haciendo las cosas, esos Portales de Transparencia llenitos de CSVs y esas Comisiones de Integridad Institucional verdaderamente independientes.

No seré yo quien diga que no estamos aquí para innovar, pero tampoco engaño a nadie si digo que se nos está yendo un poco de las manos cuando un cirujano valenciano jubilado de 78 años tiene que recoger más de 200.000 firmas en Change.org para hacernos ver que nos pasamos de modernos. Porque ahora han sido los Bancos, pero todos nos hemos mirado de reojo diciendo “cuando veas las barbas de tu vecino cortar… “.

El camino está prácticamente marcado, pero no queramos correr demasiado. Quizá es el momento de volver a los clásicos y tomar impulso para volver con más fuerza si cabe. El Metaverso puede esperar, nuestros ciudadanos ya están cansados de hacerlo.


[1] Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno.

[2] Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) (2017). Recomendación de la OCDE sobre Integridad Pública. OCDE. https://www.oecd.org/gov/integridad/recomendacion-integridad-publica/

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