Claves

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ClavesLejos quedan aquellos tiempos en los que, manguitos puestos, el Sr. Alcalde, el Interventor y el Tesorero abrían la caja de caudales mancomunadamente, precisándose que cada uno “abriese” su parte, cada uno por supuesto con su llave. Eran los claveros, vetusta denominación que aun se conserva, pero que parece más una alusión a un comerciante de flores que a alguien que controla o maneja fondos municipales.

Ahora todo se ha complicado, como siempre. Los sistemas de seguridad se han incrementado exponencialmente. No se trata de que el funcionario vaya con su llave a hacer algo, el funcionario tiene, necesariamente, que reservar una buena parte de su disco duro cerebral (DDC) para, simplemente, recordar claves de acceso a cosas y a sitios. La era digital nos ha hecho al mismo tiempo esclavos de tener que mantener sistemas de seguridad, para evitar inmisiones no deseadas, para evitar espías, ‘voyeurs’, mangantes y toda una pléyade de no se sabe si personas muy listas o muy aburridas. Las compañías suministradoras de antivirus hacen su agosto, ya es un gasto corriente más de cualquier empresa e incluso de cualquier ciudadano. Siempre desconfié no obstante, de las infecciones digito-virales; existe la leyenda urbana de que las propias empresas  de desinfección, desinsectación y desratización de troyanos, gusanos y otros monstruos informáticos son las que crean los virus para luego vender sus antibióticos.

Así que uno se asusta, sobre todo cuando viene de vacaciones en septiembre o después de Navidad, después de una optimización de su DDC (Disco Duro Cerebral) que casi llega a un formateo en forma de sol, playa, lectura y paellas y se da cuenta de que tiene que empezar a recordar números y contraseñas. Número de acceso a su tarjeta de crédito, para encender el ordenador, a su cuenta de correo electrónico, al programa de bases de datos jurídicas, a la red, al webmail, al programa de contabilidad, al de inventario, tiene que recordar las contraseñas de los documentos de Word que uno ha podido guardar así por considerarlos “sensibles”, y eso por no contar con el número para activar/desactivar la alarma de acceso de la oficina y el pin del móvil aunque ese es más fácil porque lo llevas siempre y lo recuerdas más fácilmente. Si los números elegidos fuesen los mismos para todo, sería una grave imprudencia, sería como que te pillaran desnudo en la Castellana y sin dinero, en una indefensión total. Así que ya no se sabe qué número poner en los variopintos artilugios con los que nos toca lidiar: un número al derecho para una cosa y al revés para otra mezclado con letras intercaladas, una matrícula del coche de un amigo, una fecha de nacimiento de tu tercer hijo, el cumpleaños de tu abuela o una palabra estúpida pero que resulta familiar. En fin, a veces le puede llegar a uno una buena dosis de inseguridad ante el temor de poder padecer una amnesia siquiera parcial. Porque otra solución sería apuntar las claves en una libretilla o agenda secreta, con el riesgo de que sea tan secreta que luego no la encuentres o, si no es tan secreta, que te la pillen.

Menos mal que supongo que se generalizarán los sistemas de lectura de huella dactilar o de reconocimiento del iris, como en las películas, porque si no estamos perdidos.

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