Ajustando los problemas de gasto

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Ajustando los problemas de gastoLamentablemente, está de moda hablar de los programas de ajuste de los países desarrollados, europeos sobre todo, para que las economías nacionales superen la aguda crisis que estamos padeciendo desde el verano de 2007, cuando al volver de la playa o del pueblo descubrimos todos que en Estados Unidos existían unas extrañas hipotecas denominadas “subprime”, para nosotros desconocidas entonces, que parecen haber sido el origen de todos los males que venimos padeciendo.

Cada vez que un gobierno se ve obligado a anunciar públicamente las medidas de recorte del gasto público que debe afrontar para calmar la inquietud de los mercados financieros, se sigue una serie de reacciones parecidas en todos los países, Islandia, Grecia, Francia, Irlanda, Reino Unido…. ¿y España? Todas las reacciones tienen algunas cosas en común, como, por ejemplo, acusar a las políticas neoliberales de ser causantes del daño, exigir más regulación internacional para controlar a los perversos mercados financieros y a los malvados especuladores, protestar contra la Europa de los mercaderes, etc. En algún caso, dependiendo del equilibrio de fuerzas entre los partidos políticos del país afectado, puede darse la circunstancia  de que las protestas contengan una reprobación del gobierno y gritos a favor del cambio, llegando incluso a producir elecciones anticipadas, como en el caso de Irlanda.

Personalmente, creo que mejor que hablar de programas de ajuste, y cargar las tintas contra el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo, por citar sólo dos de los sospechosos habituales, sería mejor hablar de ajustar los programas políticos en los países con problemas económicos, porque es ahí donde radica la causa del problema: cuando un médico tiene que imponer un severo régimen a un paciente con problemas serios de obesidad, se hace odioso, y genera molestias al paciente, y le obliga a abandonar algunos malos hábitos, pero la causa del mal está en el propio paciente porque, dejando al margen posibles causas genéticas, las razones de la obesidad suelen ser la mala alimentación y la ausencia de ejercicio.

Algo parecido sucede con los países que se enfrenta, ¿nos enfrentamos?, a problemas de impago: durante muchos años han pedido fondos, dinero para que nos entendamos, al resto del mundo para financiar su actividad interna, con el compromiso de pagar periódicamente los intereses correspondientes y devolver el principal de la deuda al vencimiento. Los inversores internacionales han prestado esos fondos buscando una rentabilidad adecuada, y dando por hecho que al final recuperarían dicha inversión. El problema surge cuando los políticos de los países endeudados dedican esos fondos a cuestiones que no necesariamente generan riqueza, y sí gasto y satisfacción entre los votantes, porque cuando cambia el viento de la economía, y los ahorradores del mundo dudan del éxito de las inversiones en general, intentan recuperar las que parecen más arriesgadas, y colocar sus fondos en sitios más seguros aunque sea con menor esperanza de rentabilidad.

Todos hacemos lo mismo con nuestro dinero, y no creo que nos consideramos perversos y malignos especuladores: colocamos el ahorro familiar en inversiones rentables y seguras, y en cuanto oímos rumores sobre la solvencia de las entidades financieras donde tenemos las cuentas, o de los fondos de inversión o de los planes de pensiones…, de entrada, nos asustamos, y si podemos, sacamos el dinero y lo llevamos a otro sitio más seguro; recordemos si no, cómo en 2008, en Octubre, cuando los bancos islandeses afrontaron los problemas de insolvencia, la reacción de pánico en toda Europa, España incluida, produjo una ola de retirada de fondos del sector financiero y vuelta al ahorro debajo del colchón, agotándose las cajas fuertes en los grandes almacenes; el pánico nos duró hasta que el Fondo de Garantía de Depósitos elevó la cantidad asegurada por titular, aproximándola a la media europea. No, ninguno actuamos como especuladores perversos, sino como personas bastante racionales asustadas ante las sospechas de insolvencia en las entidades donde depositamos nuestro ahorro.

Pues algo parecido sucede con los países endeudados: cuando los ahorradores del mundo, a través de los gestores profesionales, sospechan que no están tomando las medidas oportunas para salir pronto y bien de la crisis, y sin embargo siguen gastando, que no invirtiendo, más de lo que ingresan, se asustan, recuperan como pueden su dinero, y no invierten más en esos países, produciéndose entonces la crisis y el pánico en el país en cuestión; y el pánico adquiere dimensiones de tragedia cuando esos países se enfrentan al cierre de los mercados para su deuda, es decir, a que no  pueden emitir más deuda con la que pagar el principal de la deuda viva, y seguir financiando el desproporcionado gasto público.

Igual que al enfermo obeso le produce un gran malestar dejar de comer algunos de los manjares que tanto le gustaba, y saber que deberá hacer ejercicio mucho tiempo para recuperar la salud perdida, los países que gastan más de lo que producen tienen que enfrentarse a la inevitable cura de adelgazamiento si quieren seguir contando con la confianza del resto del mundo. Claro, siempre les queda la alternativa de los malos pagadores, que es decir a los acreedores “lo siento mucho, pero no os puedo devolver la deuda, vosotros veréis qué hacéis”; esto lo hemos visto varias veces en algunos países sudamericanos, bastante propensos a este hábito, pero no creo que el modelo de sociedad que deseemos para Europa sea Venezuela, Argentina o Bolivia; o al  menos, me gustaría que no fuera ese el modelo de sociedad preferido por los europeos.

Así que, como ya he dicho en alguna otra ocasión, cuando las barbas de tu vecino veas pelar…. que los partidos políticos ajusten sus programas electorales, reduzcan el gasto público superfluo, y vuelvan al camino de la ortodoxia económica, antes de que el médico nos imponga una estricta y dolorosa cura de adelgazamiento.

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