El pasado 12 de marzo publiqué un artículo en este blog titulado “Ahora es el momento de la gran transformación. Algo está a punto de suceder en la Administración”, un texto publicado al alimón con otro artículo complementario firmado por mi alumno y maestro Borja Colón de Carvajal. El artículo argumentaba que tenía la intuición que la clase política de este país estaba a punto de experimentar un cambio en relación a la reforma pendiente de la Administración pública. Después de 40 años de inmovilismo institucional de la mano de la frivolidad, ingenuidad y cinismo político detectaba un cambio de actitud en la clase política como antesala para abordar, de una vez por todas, una reforma administrativa profunda e integral.
El susodicho post tuvo bastante repercusión en nuestro sector. Algunos de los máximos especialistas del país en la materia, amigos todos, contactaron conmigo preocupados por mi salud mental. Su hipótesis, reforzada por algunos comentarios en las redes sociales, es que o estaba de broma, practicando un humor cínico (que sería algo extraño ya que yo milito con entusiasmo en la ironía pero rechazo frontalmente el cinismo) o me había vuelto loco.
Ni estaba de broma ni había sufrido ningún ataque de locura sino que reflejaba una realidad que había detectado, durante los últimos meses, en distintos contactos informales con políticos de varias administraciones públicas. Por ejemplo, la preocupación política en la Administración del Estado sobre la obsolescencia del modelo administrativo, del sistema de gestión de personal, sobre un entramado normativo que encorseta la gestión haciendo impracticable el mandato constitucional de la eficacia y la eficiencia es algo evidente. En Cataluña la Generalidad, que encadena gobiernos sin fin entusiastas del vodevil político e institucional más esperpéntico, se están planteando seriamente transformar de manera radical su modelo organizativo y su sistema de gestión de personal. También podría poner varios ejemplos de diversos e importantes ayuntamientos sobre esta necesidad de afrontar una reforma administrativa en profundidad.
Pero toda esta argumentación justificativa no oculta que seguramente me equivoqué en mi pronóstico y que al final no ocurra nada relevante en nuestras administraciones públicas. Mis interlocutores políticos no son del máximo nivel (presidentes, ministros o consejeros o incluso alcaldes) sino de intensidad política media (el mal denominado sottogoverno) y es en este nivel donde detecté y anidé la esperanza del tan ansiado cambio. Mi hipótesis era que este estado de preocupación política sobre la necesidad de atender una agenda reformista iría escalando hacia el máximo nivel político.
Pero desde el 12 de marzo ha llovido mucho en la política nacional. Últimamente la clase política del país genera con entusiasmo desmedidos diluvios de confrontación baldía, de tacticismo gallináceo, de transfuguismo caprichoso y de una falta absoluta de visión y de lealtad institucional. Algunos analistas políticos, ante esta situación, han rebuscado en el cajón de las citas ocurrentes una frase atribuida a Bismarck “España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”. Hay que reconocer que nuestra clase política es perseverante e inasequible al desaliento y lo sigue intentando. Se están produciendo graves desatinos políticos cuando el país está en quiebra económica, laboral y social, en un momento en que la crisis sanitaria puede fustigarnos con unos últimos coletazos demoledores, cuando tenemos que ampliar horizontes para reorientar el país aprovechando los fondos europeos,…
La situación es paradójica ya que, de nuevo, la clase política de nivel medio con la colaboración de los empleados públicos sí que se ha puesto las pilas. Por ejemplo, han pasado por mis manos un amplio abanico de proyectos para recibir el potencial apoyo económico de los fondos europeos tanto del Estado, como de las Comunidades Autónomas, como de distintos municipios y de universidades que me han sorprendido por su ambición y solvencia técnica. Pero todo este generoso y robusto esfuerzo puede caer en un terreno yermo sin la implicación y complicidad de la política de alto nivel de este país que, literalmente, va a lo suyo en una lógica cainita entre los diversos partidos y dentro de los propios partidos. Mociones de censura de esgrima de salón a diestro y siniestro, convocatoria sobrevenida de elecciones, dimisiones inauditas y opas hostiles entre partidos es la panorama con el que convivimos. Todo un panorama inaudito en un momento crucial y delicado.
Parece que los partidos políticos han olvidado los manuales más sencillos de ciencia política. El objetivo de un partido político consiste en alcanzar buenos resultados electorales para gobernar y una vez en el gobierno transformar la realidad para que los ciudadanos mejoren sus niveles de bienestar. Lo de intentar ganar elecciones lo tienen muy claro, demasiado claro ya que les gustan tanto las contiendas electorales que si hace falta la provocan o se las inventan. Pero lo de gobernar para aportar algo a la sociedad se les ha olvidado. Es totalmente incomprensible que los más altos dirigentes políticos cuando alcanzan el poder y tienen la capacidad de poner negro sobre blanco sus proyectos políticos sientan unos deseos irresistibles de abandonar el gobierno para ser candidatos y competir por fruslerías políticas. Con esta actitud política es imposible atender las necesidades y urgencias de los ciudadanos y, mucho menos, tener la capacidad, el sosiego y el liderazgo para impulsar una auténtica reforma administrativa. Lamento mucho decir que me equivoqué en el artículo antes mencionado y pequé de optimismo. Detecté unos brotes verdes en la clase política intermedia que, mucho me temo, van a ser incapaces de crecer en el paramo yermo y baldío de nuestro sistema de partidos políticos. Seguimos, por tanto, la máxima de Bismarck y quizás, al final, vayamos a conseguir la destrucción del país que tanto anhela nuestra clase política desde tiempos pretéritos.
En 1976 se aprobó la ley de Reforma política que dió paso a la democracia, y muchos se preguntaban, como los procuradores franquistas van aprobar una ley que supone, el fin del franquismo. Los procuradores eran pocos, y probablemente hablando con cada uno de ellos se pudo convencer, pero aquí estamos hablando de 3 millones de empleados públicos dónde unos son funcionarios de carrera, otros laborales y otros interinos, hay ciudades que viven de las gestiones que hacen los ciudadanos, gestorías que viven de los trámites burocráticos y podíamos seguir con ejemplos, el teletrabajo ha matado los menús del día de la Hostelería. El tema es complicado y solo se podrá hacer con generosidad y comprensión y un consenso general de las medidas adoptar es complicado, Aunque Carles le ánimo a seguir en ese camino.