Algo grave, que no acabamos de comprender, sacude nuestra economía

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La historia nunca se detiene. La economía tampoco. La crisis del 2008 nos golpeó con dureza y, cuando apenas si comenzábamos a sacar cabeza doce años después, la pandemia volvió a originar una crisis económica de perfiles aún desconocidos que, en teoría, iba a ser profunda pero poco extensa. Y eso parecía, tras ver repuntar nuestro PIB un 6% este 2021, tras caer más del 10% en 2020. A pesar del inesperado jarro de agua fría del crecimiento del segundo trimestre anunciado por el INE, todo apunta hacia un sólido crecimiento por encima del 5% tanto para este año como para el próximo, con lo que a lo largo de 2023 recuperaríamos el PIB preCovid, lo que nos resulta esperanzador. No brillante, pero sí suficiente.

Pero a medida que nos desperezábamos de nuestro aturdimiento pandémico, cosas comenzaron a suceder en el mundo económico que no terminábamos de comprender del todo. De repente, desde finales del año pasado, por ejemplo, los fletes experimentaron una acusada subida. Un contenedor desde China a Europa, que costaba antes unos 1.000 euros, pasó a valer 8.000. Y, además, con grandes retrasos. Las explicaciones fueron varias, todas ellas vinculadas al desajuste entre oferta y demanda, a las diversas regulaciones y a la incidencia fortuita de, por ejemplo, el barco encallado en el canal de Suez. Las explicaciones nos parecieron razonables por lo que, inocentes de nosotros, supusimos que pasados unos meses se regresaría a la normalidad.

Simultáneamente comenzamos a leer en prensa que las fábricas de automóviles sufrían severos problemas de abastecimiento de microchips, al punto de tener que tener que paralizar la producción y solicitar ERTEs para los trabajadores desocupados. Y esto ocurría cuando la demanda de automóviles se consolidaba con fuerza, lo que significó retraso de meses para la entrega de los nuevos vehículos. Acostumbrados a la eficiencia de la industria automovilística y a su “just in time”, ¿cómo podía pasar esto? De nuevo, explicaciones sobre la mesa. Desajustes entre una fuerte demanda embalsada y una renqueante oferta lastrada aún por cuarentenas y restricciones, por un lado, y prioridad de los fabricantes hacia los grandes clientes tecnológicos, por otro. Algo más escamados, también las dimos por buenas, convencidos de que en poco tiempo se normalizaría la situación.

Y en estas estábamos cuando el precio de la energía eléctrica – en toda Europa, pero en España de manera destacada – repuntó hasta alcanzar niveles récord. ¿Por qué? Pues por el modelo energético, nos dijeron, y por las normas imperantes en un mercado muy intervenido. Esta subida, especialmente dolorosa para familia y empresas, parece la inquietante antesala de otras subidas energéticas por venir, como la inminente del gas y la previsible del petróleo. Y de nuevo explicaciones sectoriales y parciales que ya no nos creímos del todo.

Estas subidas y desajustes insuflaron aún más aire a las velas ya desplegadas de la inflación, que alcanzó un inesperado 5% en EEUU y un 4% en España. Después de muchos años de estabilidad – cuando no de caída – de precios, el monstruo de la inflación comenzaba a enseñar sus colmillos afilados. “Es algo puntual, no es inflación”, intentaron tranquilizarnos sin demasiado éxito las instituciones económicas. Pues si no es inflación, pensamos, bien que se le parece, por lo que los negociadores de los convenios colectivos rehacen su cuadro de expectativas salariales con el objeto de mantener el poder adquisitivo, lo que cebaría la espiral inflacionaria.

Y, como última muestra del rosario de desatinos económicos que nos asombran, destaca lo del desabastecimiento que sufre Reino Unido. Los McDonalds sin refrescos, las gasolineras sin combustibles, los supermercados sin frutas. De nuevo, la sorpresa y la inevitable pregunta. Pero, ¿cómo puede suceder esto? Y, de nuevo, las sesudas explicaciones. Que si con el Brexit los británicos se dispararon en el pie, que si no tienen trabajadores, que si los camioneros no quieren llevar las mercancías a la isla, que si… Un blablablá razonable que trata de justificar lo injustificable, y de explicar lo inexplicable.

Podría seguir con otras muestras de estos extraños y desconocidos hasta ahora desajustes en nuestra economía. Aparentemente, son independientes entre sí y todos derivan de unas causas claras y evidentes. O eso nos dicen, porque nosotros comenzamos a no entender bien del todo esta disparatada concatenación de desatinos. ¿Se trata de algo puntual o, por el contrario, es el temblor de tierra que anticipa a la erupción del volcán? ¿Hechos aislados o muestra inquietante de que el engranaje de la economía mundial comienza a fallar? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que nunca habíamos conocido este baile de carencias, desajustes y encarecimientos encadenados. También intuimos que no presagian nada bueno. Algo grave se cuece sin que seamos todavía capaces de conocer su naturaleza, origen, magnitud ni alcance.

Ojalá todo se quede en un cúmulo de casualidades y ojalá, también, se puedan cumplir las perspectivas de crecimiento previstas. No tenemos el cuerpo para una nueva crisis después de las dos anteriores. Nos merecíamos un descanso, un tiempo de sosiego, que la historia parece no querer concedernos.

2 Comentarios

  1. Excelente artículo, como de costumbre. En concreto, los análisis macroeconómicos del Sr. Pimentel no sólo son acertados sino cargados de un sentido común muy necesario y escaso hoy en día.
    Felicitaciones sinceras.

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