Allons enfants…! (2ª parte)En el anterior artículo sobre las recientes protestas sociales en Francia comenté que los sistemas públicos de pensiones de los países desarrollados están seriamente amenazados, que el número de perceptores de pensión va en aumento, y durante más tiempo (sociedades envejecidas), y el número de cotizantes disminuye rápidamente (menos empleados, que además se incorporan al mercado laboral más tarde).

Ante ese panorama, se me ocurren varias alternativas de acción posibles:

No hacer nada, como parece que han decidido algunos gobiernos: con decir que el sistema público no corre peligro y que se garantizan las prestaciones, se elude el problema; como dicen los agentes sociales de muchos países, “no consentiremos que se modifique (léase, se pierdan ventajas) ninguna conquista conseguida (léase, en el pasado, y en circunstancias muy diferentes, especialmente en términos demográficos)”.

En mi opinión, optar por esta vía es una inconsciencia, porque la estrategia del avestruz no garantiza nada más que los problemas seguirán creciendo y tarde o temprano alguien tendrá que coger el toro por los cuernos: o reducir pensiones, o aumentar otros impuestos, para compensar el desequilibrio.

Mantener las prestaciones en su configuración actual, para no molestar a los votantes, y equilibrar los presupuestos de los sistemas públicos de pensiones con ingresos procedentes de otras fuentes, es decir, con otros impuestos. Este camino es técnicamente posible, pero me parece muy difícil que en las actuales circunstancias de las economías de los países desarrollados algún gobierno se atreva a tomar esas medidas, salvo que no quede otro remedio.

Atacar frontalmente el problema más grave, el de los pagos, con las únicas medidas razonables: retrasar el inicio del período de cobro, reducir el fraude de las jubilaciones anticipadas para ajustar la estructura productiva, rebajar las pensiones, etc.; este es el camino que han emprendido algunos países, entre ellos Francia, y puede servir como ejemplo de lo que espera al resto.

Efectivamente, parece que el gobierno galo ha decidido afrontar el problema en toda su amplitud, con un esquema que, posiblemente, veremos en otros países:

Retrasar la edad legal de jubilación vigente desde 1983, 60 años, hasta 62; y para disfrutar todos los derechos independientemente del período de cotización, desde 65 hasta 67.

Implantar la medida escalonadamente, al ritmo de cuatro meses cada año desde ahora; es decir, los nacidos antes de junio de 1951 serán los últimos en poder jubilarse a los 60 años; los de la segunda mitad del 51, a los 60 años y cuatro meses; los del 52, a los 60 años y ocho meses; los del 53, a  los 61 años; y así progresivamente hasta los del año 55, que se jubilarán a los 62.

Las históricas excepciones del sistema general (50 y 55 años) también se adaptarán escalonadamente dos años, hasta los 51 y 57, respectivamente.

Quien desee acumular más derechos podrá seguir en activo hasta los 70 años (si es funcionario, ahora 65, tendiendo a los 67).

Se alarga hasta 41 años y un trimestre el periodo de cómputo de las cotizaciones de todos los nacidos después del año 53 si quieren adquirir la pensión máxima.

Se retrasa el periodo de jubilación de quienes hayan tenido periodos sin cotización, desde 65 años hasta 67.

Por último, se alargan en la misma proporción las condiciones para quienes no hayan cotizado todos los trimestres de su vida laboral.

Sin duda, las medidas son impopulares como se ha visto por la marcha a las barricadas de tantos franceses, y  quienes se hubieran hecho unas determinadas ilusiones con las condiciones vigentes anteriormente se habrán visto defraudados, especialmente los nacidos hace 58 años, que se encuentran en la edad frontera, pero la tendencia es imparable: hay que ajustar las expectativas y adaptarse a las reformas que se nos vienen encima, porque cuando las barbas de tu vecino veas pelar….

2 Comentarios

  1. Buenas tardes Tomás,

    Tu artículo no aporta nada sobre lo que ya sabemos. Es una clara plasmación de lo que la ideologia neoliberal imperante en Europa pretende llevar a la práctica, sin ningún sentido, ya que no se quiere tener en cuenta los enormes incrementos de producción y de productividad que generan (y generarán más en el futuro) la tecnologia. En fin, pura ideologia y nada de querer entrar en un análisis en profundidad y serio sobre esta y otras cuestiones.

  2. Enrique ha tocado un punto esencial, siempre ausente para los círculos de poder político-macroeconómicos. El Capitalismo produce demasiados bienes y servicios, en una cantidad tan enorme que la gente no puede adquirir (ni necesita adquirir), arrasando los recursos planetarios, condenando a muerte a millones de seres vivos y deteriorando la calidad de vida de otros tantos. Ya desde antiguo, se tiraban al mar montañas de mercancias sobrantes que nadie podía comprar. Muchos tenemos frescas en la memoria, las imagenes de agricultores tirando y estropeando productos, como protesta por su bajo precio.

    Como el problema del Capitalismo es de sobreproducción y sobreconsumo, habrá que ponerse alerta cuando nos proponen «soluciones» consistentes en más trabajo y en más producción material.

    La obsesión del trabajo por el trabajo, es una manía perniciosa. Digamoslo ya: no se necesita tanto trabajo material y no se necesitan tantas cosas materiales (a no ser para enriquecer a gente que hace dinero con ello). Ni una cosa, ni la otra, dan más felicidad a los individuos, sino al contrario, edifican en ellos un estado de insatisfacción, frustración, enajenación y cabreo permanentes.

    Es curioso que una Sociedad que se considera cristiana, tenga organizada la economía de forma tan anticristiana, basada en la acaparación individual de cosas y personas. Quizá eso se deba a la doblez, contradicción, esquizofrenia e hipocresía que caracterizaron a la ideología cristiana desde sus orígenes.

    Sigue siendo necesario repartir el trabajo y la riqueza existentes. La jornada del individuo se tendría que dividir en tres partes: una para la satisfacción de las necesidades básicas (dormir, comer, limpieza, salud, etc), otra de trabajo valioso para la comunidad y otra para la creación de la propia vida de la persona (desarrollo intelectual, espiritual, de la ciudadanía, ocio, amor, etc.).

    Si los recursos físicos del planeta son limitados, la defensa de una mayor producción y de una mayor productividad, tiene que ser coherente con esa premisa. No vaya a ser que al producir más y más, lo que hagamos es «des-producir» (valga la palabreja) o mejor dicho: convertir recursos naturales en dinero y en basura que luego no sirvan para vivir mejor, sino peor.

    Frente al discurso de la producción descerebrada, como fin en si misma, uno nuevo dede abrirse camino, uno que responda a estas cuestiones: qué producir, para qué producir, para quién producir, cuánto producir, cómo producir y a qué velocidad producir. Estamos llegando al final de un ciclo: el de la Economía sin bonhomia.

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