El Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia, en su delegación de Lugo, ha convocado la sexta edición del concurso fotográfico sobre Aciertos y Desastres arquitectónicos, este año centrados en el entorno de la majestuosa muralla lucense.
La convocatoria es un acierto total porque ensambla participación ciudadana, preocupación legal y estética por el desarrollo de la ciudad y también, quizá lo más encomiable, autocrítica corporativa. Los edificios monstruosos, descontextualizados, chillones, fuera de escala o carentes de todo ingenio en el diseño no han surgido de la nada ni, sobre todo en una capital de provincias, los ha levantado con sus manos, acopiando ladrillo y mortero, el propietario del solar con su cuñado. No. Esos adefesios que a veces dañan irreparablemente la ciudad cuentan con autor titulado y con proyecto visado por lo que hora era de sacarles los colores no sólo, como suele hacerse, a los avariciosos promotores o a los chapuceros constructores sino a los técnicos superiores que parieron en su estudio, artesanalmente o más modernamente asistidos por ordenador, esos monumentos al feísmo callejero.
Bien está, repito, en un país que ha dado y cuenta con excepcionales arquitectos, sacarles los colores a quienes, por mala praxis, escasa imaginación o puro ajuste a un presupuesto económico miserable, constituyen los garbanzos negros de la profesión. Y casos habrá, sin duda, de excelentes profesionales que, en su historial laureado esconden, también, algún horror como los aludidos.
Nunca olvidaré una anécdota que hace unos cuantos años me relató el profesor Sosa Wagner con su proverbial ironía, no exenta en este caso de cabreo: asistía a una jornada o similar en la que se estaba denostando, con razón, la arquitectura del desarrollismo franquista y todo eran críticas al sistema político, a las alcaldadas de turno, al dinero fácil de aquellas urbanizaciones… pero ni una palabra de censura hacia los “artistas” que habían parido fachadas costeras enteras de nuestra geografía o tumbado venerables construcciones en cascos medievales para levantar un edificio de diez plantas. Esos “artistas”, obviamente, eran los que, colegialmente, habían organizado la sesión. Y, evidentemente, esos destrozos urbanísticos no han bajado del firmamento, como la nueva Jerusalén celeste del Apocalipsis, sino que tienen padre y padrino reconocibles y fáciles de conocer.
Por tanto sólo procede saludar elogiosamente esta iniciativa periódica de los arquitectos de Lugo y estar al tanto de la foto ganadora que puede ser de las de echarse a temblar por lo plasmado.
Pero también hay que estimular la participación ciudadana en un campo donde tempranamente se instauró la acción pública. Pero, claro, una cosa es la ilegalidad y otra el desacierto estético permitido por unos planes u ordenanzas ambiguos o erráticos, pero procedimentalmente ajustados a Derecho. Aunque, a veces, se mezclan ambas cosas y no está de más incentivar al vecindario a defender su patrimonio arquitectónico, aunque no sea estrictamente monumental. Y doy cuenta de un hecho real acaecido no muy lejos de la ciudad del concurso fotográfico: en una calle señera, la primera de ensanche de una ciudad; una vía novelada con detalle, donde vivieron dos grandes escritores (uno, incluso, nació allí) y donde, pese a la codicia y el mal gusto renovador del referido desarrollismo, quedaban varias hileras de edificios modernistas, algunos ya acertadamente rehabilitados, hace poco más de diez años, en una revisión de planeamiento, se dejaron desprotegidas, léase descatalogas, las dos casas últimas de la calle, coetáneas de la apertura de la vía en el siglo XIX, rompiéndose así la estética y la unidad mantenidas pese a tantas circunstancias adversas, episodios bélicos incluidos. Como era lógico, al poco tiempo se pidió licencia para un nuevo edificio comprensivo de los dos solares, de excelente factura y buen gusto pero que, sin duda, mejor se habría cimentado en otro lugar. Nada que no nos suene familiar, ¿verdad? El pequeño detalle es que el autor del proyecto fue el arquitecto que dirigió la revisión del Plan. Hubo, sí, quejas por la demolición de las dos casas viejas pero pronto se impuso la sordina. Y de “lo otro”, nada. Todo legal y bendecido desde el Consistorio, donde también hay otros técnicos con responsabilidades diversas, incluso legales. Y el Colegio profesional, de puertas afuera, tampoco me consta que dijera nada.
O sea que no estaría de más extender a todas las organizaciones corporativas del país y a los propios ayuntamientos, iniciativas tan saludables como la adoptada por la delegación de Lugo del Colegio gallego de arquitectos.