Con exasperante lentitud, parece que algo se mueve. El desasosiego nuestro de cada día se refresca con noticias razonablemente positivas de manera más frecuente a medida que vamos desembarcando en este imprevisible 2011. La bolsa se recupera, el diferencial baja, el gobierno retoma el diálogo social a pesar de las dificultades, el PP parece más dispuesto a echar una mano… Parece poco, pero en verdad es mucho si lo comparamos en términos relativos con aquellos cercanos y aciagos tiempos en los que la actualidad se conjugaba con desplomes de las bolsas, diferencial de tipos por la estratosfera y desconfianza absoluta en todo lo que sonara a español. No es que ahora estemos para tirar cohetes – siguen sin fiarse de nosotros – pero al menos hemos rebajado el tono de alarma al de preocupación grave. Algo es algo, al fin y al cabo.
El empleo sigue siendo una pesadilla que, desgraciadamente, nos acompañará todavía durante una temporada. Puede aún empeorar este trimestre, para mejorar a fines de años y terminar con un balance anual prácticamente neutro. No se destruirá empleo, pero apenas si se creará. Tendremos que esperar a 2012 para que el balance resulte positivo de manera significativa. Recuperamos algo de competitividad, pero nuestro déficit es aún demasiado abultado como para que podamos ni siquiera pensar en relajarnos. Debemos redoblar todos los esfuerzos posibles en mejorar productividad para acelerar unas exportaciones que ya salieron de su letargo.
Las dos reformas sociales fundamentales que aún restan son las de las pensiones, en marcha, y las de negociación colectiva, prácticamente en pañales. Resultaría del todo imprescindible alcanzar un gran acuerdo sobre la materia de pensiones. Creo que es posible, a pesar de la bronca ambiente. Parece que esta vez va en serio. Tras varios intentos fallidos de diálogo social, sindicatos y gobierno, a los que se les está incorporando la CEOE, negocian a cara de perro la necesaria reforma de pensiones que debería estar lista antes de finales de enero. El diálogo social del verano pasado no fue más que la crónica de un fracaso anunciado. Los agentes sociales no estaban por la tarea y, además, le tomaron la palabra a un gobierno desconcertado que había anunciado que sin el acuerdo de las partes no tocaría ninguna norma social ni laboral. Al final, todo terminó como el rosario de la aurora. Los empresarios descontentos con una reforma laboral que consideraron tibia e insuficiente, y unos sindicatos tan irritados que convocaron una huelga general de discreto seguimiento. Pero la vida continua, y el diálogo social jamás puede congelarse. La nueva CEOE va a estar interesada en participar en un pacto de pensiones que estabilice el sistema a medio plazo y que tranquilice a nuestros acreedores financieros. A cambio, exigirá que no se retroceda en los ligeros avances que obtuvieron en la pasada reforma laboral, al tiempo que ponen sobre la mesa su ansiada reducción del importe de las cotizaciones sociales. Rosell comenzaría con un excelente pie si lograr cuadrar esa ecuación. Estoy convencido de que si le dejan campo de juego, y deben dejárselo, se dejará la piel en ello. A los sindicatos, por otra parte, no les interesa para nada la convocatoria de otra huelga general que saben fracasada de antemano. La parroquia ya ha descontado mentalmente la progresiva elevación de la edad de jubilación, y lo único que quiere es que le garanticen que cobrará su jubilación y que la modificación no se hará de forma brusca y repentina. El gobierno, que no renunciará bajo ningún concepto a los 67 años – porque es necesario y porque ya se comprometió con Bruselas – puede trabajar con los periodos transitorios y está dispuesto a jugar esa baza. Los sindicatos se centrarán en conseguir excepciones a esa norma general. Así, parece que hay avances en mantener los 65 años a los trabajadores que hayan cotizado durante más de cuarenta años y seguro que están tras la pista de otros colectivos similares, como podrían ser los de trabajos penosos. El gobierno tiene margen de maniobra en este campo y los sindicatos lograrán arrancarle concesiones a buen seguro. Afortunadamente, ha sido enterrada esa ocurrencia de cambiar nucleares por pensiones. ¿A qué sabio se le ocurriría? Aunque las espadas están en alto – el gobierno ha anunciado que con acuerdo o sin él habrá reforma, y los sindicatos siguen amagando con una huelga general -, asistimos a la liturgia clásica del acuerdo posible. Nos alegraríamos de que así fuera. Un acuerdo de esta naturaleza y entidad tendría una influencia muy beneficiosa tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, y abonaría una muy necesaria recuperación de la confianza. Sería un formidable empujón en estos momentos en los que todavía el cambio de tendencia es dudoso e incierto.
Y la clave de competitividad radicará en la negociación colectiva. Debemos recuperar competitividad no bajando salarios, sino trabajando con mayor eficacia y productividad. Y es en este ámbito donde los convenios colectivos deben dar un salto creativo. Tengo confianza en las partes. Que nos ayuden a todos.