De la investigación a la innovación

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El lenguaje no es neutro…la sociedad crea o potencia determinadas palabras y esto ocurre a mi parecer con el término “innovación”. Es una palabra que desde hace unos años se identifica como una actividad imprescindible fuente del lineal y constante.

Innovación social y ambiental, innovación en la gestión pública, innovación para lograr una mayor productividad, innovación como mecanismo de inteligencia emocional, innovación tecnológica…

Solía este término ocupar un tercer lugar en el trío Investigación, Desarrollo e Innovación, la famosa expresión I+D+I, pero debe reconocerse que la Innovación ha ganado la partida y mientras que los otros dos términos se han retirado a un papel más secundario, la Innovación las ha absorbido o arrinconado, quedándose con un papel estelar en el lenguaje social.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la innovación con dos posibles acepciones: la primera como acción de “innovar” que a su vez se define como, entre otras acepciones, la “mejora”, el “perfeccionamiento”; la segunda acepción es más unívoca y contundente: «Creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado».

El término “innovación” se extiende en el lenguaje social y se asocia con mejora, con progreso, con perfeccionamiento y sobre todo como herramienta esencial para la economía mercantil. Innovación como factor clave para la creación de nuevas necesidades lo que impulsa la introducción de “nuevos” artículos con otras funcionalidades o características, más ventas y así sucesivamente en el marco de una economía globalizada con sistemas fabriles con una capacidad productiva desbocada gracias a la tecnología, la robótica e inteligencia artificial, mercados que rompen fronteras nacionales…una dinámica de crecimiento exponencial que solo se ve interrumpida o reorientada por crisis que como erupciones volcánicas queman sobreproducción y tejido industrial caduco y regeneran nuevos ciclos cada vez más intensos y extensos de economía mercantil.

El proceso económico necesita la innovación como elemento clave para su supervivencia y expansión. Así, la segunda acepción de la RAE, “Creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado” penetra en el lenguaje de los profesionales, de las consultoras, de los foros económicos, de las Universidades y llega a los noticiarios, a los estudiantes, a los trabajadores a los empleados públicos…pocos son los que realmente entienden a qué responde el sobreuso de la palabra, pero se convierte en un talismán de todo lo nuevo y necesariamente bueno por llegar.

Sin embargo, si se tiene el atrevimiento de distanciarse de ese frenesí general y se detiene uno en meditar acerca de su significación real puede con justicia plantearse: ¿por qué alabar necesariamente lo nuevo como progreso o mejora?, ¿por qué asociar los descubrimientos fruto de la investigación con la palabra “innovar”? ¿qué tendrá que ver la investigación social o sobre gestión pública con la “innovación”? Si se tratara de un fabricante de galletas o de coches o de lámparas parece que innovar en la oferta de los productos con nuevos colores, formas o funcionalidades pueda ser una clave de mayores ventas previa campaña publicitaria para crear y forzar el deseo por esas novedades…pero los ciudadanos, las Universidades, las Administraciones Públicas, los científicos o técnicos, los sectores no mercantiles… ¿debemos idolatrar la innovación?

Mi especialidad es la contratación pública y aquí, ¡cómo no¡, también ha llegado la contaminación terminológica cuya fuente debe situarse en Europa. En las directivas comunitarias de contratación pública y en la ley española de los contratos públicos se sitúa la innovación como un objetivo nuclear de la compra pública y se articulan sistemas de compra específicos para la “compra pública de innovación”.

Defiendo como ya habrá podido deducir el lector el abandono de este término que solo cobra auténtico sentido para potenciar el dinamismo comercial en el marco de la economía mercantil. Defiendo la recuperación y protagonismo del término “Investigación” que me parece más universal como expresión del esfuerzo humano por encontrar explicaciones, soluciones, avances o mejoras en los objetivos de la Humanidad. Cuando se van desvelando los mecanismos del cerebro humano para elaborar pensamientos prefiero decir que es el resultado de la investigación. Cuando se conocen las anomalías moleculares en los mecanismos genéticos productores del cáncer creo que es el resultado de la investigación (que a veces va acompañada del azar). Si pretendo que las Administraciones públicas sean más eficaces creo que es preferible investigar las ineficiencias de unos sistemas y las causas y proponer otras fórmulas fundamentando sus bases en vez de hablar de que se requiere “innovar”.

Se me dirá que la economía es el factor clave y que innovar es también fabricar nuevos medicamentos, crear nuevas fuentes energéticas, nuevas capacidades productivas a partir de nuevas técnicas. Es un engaño. El sistema productivo en la economía mercantil es un caballo desbocado. Sin programación ni aval científico la economía produce con desenfreno: ayer fueron coches de motor de explosión ahora motor de energía eléctrica, pero es igual se trata de fabricar y fabricar miles de millones de coches, de teléfonos, de zapatos…a veces es un nuevo color o nuevo material…sin preocupación por los efectos ambientales ni repercusiones sociales y culturales en la humanidad y el planeta. Mitad del planeta vive del comercio intensivo y la otra mitad aporta los materiales y energía sin justicia retributiva.

La Exposición de motivos de la ley 14/2011, de 1 de junio, de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, nos dice en sus tres primeros párrafos:

«La generación de conocimiento en todos los ámbitos, su difusión y su aplicación para la obtención de un beneficio social o económico, son actividades esenciales para el progreso de la sociedad española, cuyo desarrollo ha sido clave para la convergencia económica y social de España en el entorno internacional. Este desarrollo, propiciado en gran medida por la Ley 13/1986, de 14 de abril, de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica, tiene ante sí en la actualidad el reto de la consolidación e internacionalización definitiva de la ciencia.

Por otra parte, el sector productivo español, imponiéndose a una inercia histórica, está empezando a desarrollar desde fechas recientes una cultura científica, tecnológica e innovadora que es esencial para su competitividad. La economía española debe avanzar hacia un modelo productivo en el que la innovación está llamada a incorporarse definitivamente como una actividad sistemática de todas las empresas, con independencia de su sector y tamaño, y en el que los sectores de media y alta tecnología tendrán un mayor protagonismo.

Ambas condiciones, así como la emergencia de una cultura de cooperación entre el sistema público de ciencia y tecnología y el tejido productivo, de la que España carecía hace unos años, permiten a nuestro país estar en las mejores condiciones para lograr una sociedad y una economía del conocimiento plenamente cohesionadas. El papel de la ciencia para tal fin, así como su difusión y transferencia, resultan elementos imprescindibles de la cultura moderna, que quiere regirse por la razón y el pensamiento crítico en la elección de sus objetivos y en su toma de decisiones».

Ninguna pregunta más, señoría.

Otra fuente de culto acrítico: los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por la ONU en 2017. El objetivo 9 se titula: “Industria, innovación e infraestructuras”. La ubicación del término innovación está al lado de la industria y las infraestructuras. En todo caso, lean el contenido del objetivo cuyo enlace dejo accesible: no hay forma de entender qué función cumple la palabra innovación en todo ese capítulo. Pura contaminación en favor del mercado.

Investiguemos y dejemos de innovar para vender. Investiguemos y abandonemos el término innovación como sinónimo de progreso lineal y permanente.

La investigación en ciencia básica y la derivada tecnológica viven en un sustrato social. El ansia de saber no tiene control posible, pero puede ser dirigido. Copérnico se fabricó sus propias lentes pero hoy la ciencia está condicionada por la financiación la cual siempre pretende la obtención de un beneficio económico como criterio operativo para promocionar una investigación u otra. Las patentes aseguran la exclusividad del negocio.

Solo variando el criterio social sobre en qué actuaciones no es lícito poner el beneficio económico podrá la investigación alcanzar su plenitud. A mi juicio los bienes públicos en los que no cabe el comercio y el lucro habrían de ser los servicios públicos, la enseñanza, la sanidad, la vivienda, la banca pública, los transportes públicos, las comunicaciones…no puede ser que no se investigue en la fabricación de determinados medicamentos porque no se obtendría recuperación de la inversión. No saldremos de la crisis ambiental sino se cambia el concepto de la movilidad y de la propiedad de vehículo propio. Ayr el motor de explosión, hoy el litio.

La innovación es productividad y competitividad para más rápida e intensa obtención de beneficio. La investigación ha de buscar relaciones, causas…en beneficio de lo común, de la felicidad.

Los actuales valores sociales no permiten integrar de forma armoniosa y pacífica las capacidades y resultados de las investigaciones científicas. Todo es traumático: la inteligencia artificial, la protección de datos personales con el acceso masivo de la inteligencia artificial, el acceso en igualdad de condiciones a los nuevos fármacos personalizados, el impacto en las relaciones laborales con el empleo de la robótica…Lo que son avances objetivos para la humanidad no pueden integrarse en una sociedad dividida en una lucha por el poder económico y territorial.

Una urgencia desesperante ocupa a los directivos empresariales. Retrasarse en innovación es perder el pastel de un beneficio económico descomunal. Quien antes llegue a poder vender resultados en todas las esferas económicas por la utilización masiva de la inteligencia artificial se convertirá en dueño global. Y para ello no caben los controles éticos, ambientales y sociales. Quien se oponga a este movimiento es un retrógrado, sean éstos los antiguos “demócratas” con sus caducas instituciones o sean los defensores de derechos humanos que provienen de épocas también ya caducas. La innovación traerá una nueva época.

Señoras y señores ante esta urgencia por la innovación yo me bajo en la próxima parada. Si alguien no tiene prisa le sugiero que lea este libro: “El culto a la innovación” de Eduard Aibar, catedrático de Estudios de Ciencia y Tecnología en los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

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